La biopolítica
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pabloayala2070@gmail.com
A Jesús Salas
Estaba a punto de cerrar algunas de las notas que tomé de una lectura para armar estas líneas cuando recibí una llamada pregrabada del Secretario de Salud de Nuevo León. Después de un rápido saludo, su mensaje fue al grano: “en este momento somos muy vulnerables; estamos en una lucha de vida o muerte contra la enfermedad. [...] Nuestros hospitales se encuentran al máximo de su capacidad, y los médicos y enfermeras están muy cansados, ya no pueden más. No salgas de casa [...] no quiero verte en el hospital porque eso nos complica a todos [...] por favor cuídate”. Luego el “Bronco” toma la palabra para animar a la gente a quedarse en casa y cerrar con una breve encuesta para identificar el estado de salud de la población.
La desesperación impresa en el tono de voz y el contenido del mensaje del Secretario de Salud, me dejaron muy inquieto aclarando lo que yo daba como mera sospecha: llegó la hora de pagar los platos rotos por haber apostado en contra de la biopolítica. Me explico.
David Stuckler y Sanjay Basu, en su libro, tan crudo como bien documentado, Por qué la austeridad mata. El costo humano de las políticas de recorte, analizan los efectos sociales en España derivados de los recortes aplicados al sector salud como parte de las medidas impuestas por los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy para “revitalizar” la economía. Al contrario de lo que estos políticos suponían, los programas de austeridad no dieron los resultados esperados. Aumentó la deuda pública, se eliminaron más de 300 mil empleos en el sector estatal, el desempleo en adultos se volvió de larga duración y el de los jóvenes rebasó el 60 por ciento, la pobreza creció, al igual que la crisis en la salud mental de personas que, no solo se quedaron sin empleo y seguridad social, sino que perdieron sus casas por no poder pagarlas. Los desahucios se pusieron a la orden del día, haciendo que más de 400 mil familias se quedaran, prácticamente, en la calle.
En resumen, dicen los autores, “el programa de austeridad fue como encender una cerilla en una situación ya de por sí explosiva. [...] los que padecían las consecuencias no eran los ricos; 20 por ciento de la población con mayores ingresos no perdió la asistencia médica; por el contrario, 80 por ciento con menores ingresos experimentó algún tipo de desatención de sus necesidades sanitarias”.
Por ello, como recientemente señaló la filósofa Judith Butler en una entrevista que le hizo El Clarín, es muy necesario “distinguir entre los modos de protección que no encierran a aquellos a quienes se les da la bienvenida y los modos de protección que hacen una distinción entre quien debe protegerse del daño y quien debe estar expuesto al daño; es decir, quién debería vivir y quién debería morir”.
Llegado a este punto, como nos recuerda el filósofo Achille Mbembe, la biopolítica se convierte en “necropolítica”, es decir, pasamos de un esquema donde las leyes y políticas públicas que se establecen para gestionar nuestra vida en sociedad se reconfiguran para pasar a administrar escenarios de muerte.
A decir de Butler, el confinamiento en el que nos encontramos supone, al menos cinco riesgos que no debemos perder de vista, si no queremos llegar al escenario descrito por Mbembe:
- Como señalé hace ocho semanas en este mismo espacio respecto a la posibilidad de que en el futuro veamos acotada (para siempre) nuestra libertad, hoy crece el número de personas que “temen que el confinamiento se vuelva la norma, que el coronavirus les dé a los estados la oportunidad de despolitizar a sus poblaciones, de negarles el derecho a reunirse y asociarse”.
- El control estatal podría buscar el establecimiento de algunos mecanismos macabros para administrar “a las poblaciones, incluso sus vidas y muertes”. Piense usted en la lógica utilitarista que está detrás de las guías bioéticas para la designación de recursos escasos en hospitales públicos, donde de lo que se trata es de salvar la mayor cantidad de vidas por realizar, es decir, las de los niños y jóvenes. Bajo esta lógica ética no existen muchas dudas respecto a quién se debe desconectar o, bien, a quién se le debe asignar un respirador mecánico.
- Las condiciones de emergencia, continúa Butler, “siempre implican la suspensión del estado de derecho y el resurgimiento de la autoridad del Poder Ejecutivo” imponiendo en muchos casos, si las condiciones se prestan, “una lógica única que gobierna para todas y cada una de las situaciones”.
- Con relación a este último punto, nuestra autora reconoce que “lo más preocupante es la forma en que las demandas capitalistas para reabrir la economía aceptan que la economía requiere de la muerte de las personas más vulnerables de nuestras comunidades. Saben que la intensificación del contacto social con el propósito de hacer renacer la economía pondrá en riesgo a las personas mayores o a los que no pueden refugiarse o tienen menos acceso a la atención médica”. Son vidas, por decirlo con Zygmunt Bauman, desechables, el resultado de los cálculos previstos por la lógica utilitarista que, en aras del bien común, sacrifica a unos para garantizar el mayor bien del mayor número.
A diferencia de quienes piensan que la dichosa nueva normalidad vendrá cargada hacia la izquierda, (como asegura Slavoj Žižek, al defender que la precariedad actual hará que resurja una nueva versión del comunismo), mi lectura es que los actuales mensajes y afanes economicistas nos están conduciendo hacia el mismo error descrito por David Stuckler y Sanjay Basu en su libro Por qué la austeridad mata.
El sistema económico actual ha sido diseñado para que las vidas desechables cumplan con su rol: morir para que la economía sobreviva.
- Estamos ante una oportunidad dorada para recomponer nuestros errores del pasado, mediante una rejerarquización de nuestros valores. Si bien es cierto el bicho del coronavirus no tiene ni pizca de democrático (porque mata más a los más ignorantes y los más pobres), mata por igual a quien le toma “mal parado”, es decir, a quien por despiste, desidia o una mala racha (estrés, colesterol, bajada en las defensas, etc.) no logró atenderse como es debido a tiempo. De ahí que un cambio radical en nuestros hábitos podría mantenernos fuera del halo mortal de la pandemia.
Sobra decir que los puntos recogidos de Butler no son los únicos, pero sí son claros respecto a la manera en que podríamos darle la vuelta al círculo vicioso en el que nos encontramos, pasando de la ecopolítica a una biopolítica-en-mayúsculas. Dilatar dicho cambio, nos pondría en el centro y de rodillas frente a eso que, de inmejorable manera, denominó Achille Mbembe: la necropolítica, y de la cual le hablaré en una siguiente entrega.