La apología
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En plena ruta de realización, la propuesta de enjuiciar a los ex presidentes que, desde Carlos Salinas de Gortari hasta Enrique Peña Nieto, antecedieron al gobierno de la 4T, está generando una polémica más, pues aunque un gran porcentaje de mexicanos contempla con buen ánimo la posibilidad de que se ejerza acción legal en contra de los que resulten responsables de algún delito, trátese de quien se trate, también se manifiesta rechazo a la moción de endosar al pueblo una decisión que sólo compete a las autoridades correspondientes.
Se interpreta que el Presidente Andrés Manuel López Obrador está tratando de transferir la factura de una iniciativa que contradice la promesa que empeñó desde que era candidato, en el sentido de no ejercer acción alguna en contra de su antecesor, Peña Nieto, para lo cual recurre a una de esas consultas populares cuyos dictámenes invariablemente respaldan los propósitos presidenciales. Así, el resultado pretendido es rendir la idea de que él nunca falta a su palabra, pero ahora se trata de la voluntad soberana del pueblo.
La inclusión de Salinas de Gortari en el señalado grupo de ex presidentes abre espacio a una asociación de ideas que conduce a la tenebrosa simulación electoral, conocida como “la caída del sistema”, que en julio de 1988 lo llevó a la Presidencia, cuando se afirma que en las urnas el resultado había apuntado claramente a favor del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
Esta cita tiene relación directa con Manuel Bartlett, a quien se le imputa la referida maquinación mediante la cual se consumó uno de los más abominables fraudes electorales en la historia de México, lo cual no deja bien parada la imagen del actual titular de la Comisión Federal de Electricidad, al que el Presidente López Obrador evidencia tener en especial estima.
En caso de que se llevara al banquillo a Salinas de Gortari, es posible que saliera a relucir su participación como actor beneficiario de aquella trama electoral, con segura resonancia sobre el autor de la misma, que siempre ha sido identificado como Manuel Bartlett, con lo cual ese juicio registraría un detalle de efecto “búmeran”, de impacto desfavorable para el gabinete de la Cuarta Transformación.
En el ámbito local, el contenido de los libros de texto de enseñanza básica está motivando una recurrente polémica en torno a la educación sexual de los escolares. Se trata de un asunto sin duda espinoso que ancestralmente ha provocado controvertidas reacciones por parte de los padres de familia. Es un tema que exige un tratamiento de extremo cuidado para acceder al maleable intelecto infantil, pues sin una adecuación precisa puede repercutir en distorsiones conceptuales de efectos diversos.
En materia de educación sexual, lo primordial no es el fondo, que en todo caso entraña un mismo objetivo, pero donde estriba el logro o el fracaso del propósito ilustrador es en la forma de impartir las nociones sobre sexualidad, lo cual requiere de priorizar congruencia con la mentalidad y el instinto de los escolares.
A propósito de la forma de comunicar esos conocimientos, me permito recordar una experiencia personal que me remonta hasta la década de los 40, obviamente del siglo anterior. Cursaba yo el cuarto año de primaria en una escuela de Puebla, donde el maestro Antonio Robles, a propósito del Día de las Madres, nos indujo una puntual reflexión en el sentido de que la dimensión de la maternidad iba mucho más allá de una celebración.
“Lo principal es que piensen que la mujer a la que ustedes llaman mamá, al convertirse en madre les dio la vida, y al hacerlo puso en riesgo su propia vida. Tengan esto presente el 10 de mayo y todos los días”. Con esa concreta exposición, aquel maestro sembró en muchos de sus alumnos la inquietud de conocer algo más sobre la grandeza que late en la palabra “madre”.
Eran los años 40, y las preguntas de aquellos niños en el ámbito hogareño vulneraron la secrecía y los mitos sobre la natalidad. La mojigatería familiar ejerció un virtual linchamiento, y el maestro Robles acabó por renunciar pese a la justicia de su puntual apología.