La anormalidad incuestionable

Daniel Ramírez León
06 octubre 2020

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ramirezleond@hotmail.com


Hace algunos años tomé un tren para trasladarme de París a Barcelona. El ticket señalaba la hora de salida. Ni un minuto más, ni uno menos, el moderno tren de alta velocidad se puso en marcha superando los 200 kilómetros por hora. Repleto de bellos paisajes y cielos multicolores como los de Culiacán, existe un trayecto a la altura de la ciudad de Montpellier, Francia, donde las vías férreas atraviesan el Mar Mediterráneo. Impresionante obra de ingeniería que confluye con la naturaleza.

Pues bien, ya instalado en el hotel, encendí el televisor y sintonicé una acalorada tertulia entre políticos y periodistas catalanes. Dura, fuerte, sin tregua. Con señalamientos precisos de ida y vuelta. Al finalizar el programa se prometieron regresar y con un guiño se expresaron buenos deseos.

Rápidamente cambié de canal y en el noticiero se habían enlazado telefónicamente con un político madrileño. La historia nuevamente se repitió. Acalorado fue el debate pero ninguna de las partes se dijo ofendida.

Pasadas unas semanas regresé a la Ciudad de México. Sentí el orgullo de encontrarme en mi tierra y la impaciencia de probar bocado familiar. Al entrar a casa encendí el televisor y el conductor del noticiero daba diversos cortos informativos dedicando tiempo escaso a noticias trascendentes y un mayor espacio a los escándalos de la farándula. “¡Qué tragedia!”, pensé.

Eran los tiempos de Enrique Peña Nieto y de los jóvenes gobernadores que representaron el “nuevo PRI” y prometieron “Mover a México”. Era el país de la anormalidad incuestionable, que durante décadas bochornosamente nos quiso convencer de que: los pobres lo son por flojos; al pobre no le des un pescado, mejor enséñalo a pescar; la violencia se combate con balas; a los desaparecidos que los busquen sus familiares; los servicios públicos son siempre de mala calidad; los maestros, los agricultores y los sindicalistas son revoltosos; la corrupción es parte de nuestra cultura; político pobre, es un pobre político; el que no tranza no avanza; el salario de los médicos y profesores es elevado; y tantas otras ideas preconcebidas que significan una narrativa racista y clasista, y desde luego, el desprecio por lo colectivo, por lo público, lo que es de todos.

En ese marco de expresiones encaja la del historiador Francisco Martín Moreno que recientemente declaró que “Si se pudiera regresar a la época de la Inquisición yo colgaba a cada uno, no colgaba, quemaba vivo a cada uno de los morenistas en el Zócalo capitalino, te lo juro”.

El historiador es parte del reducido colectivo de comunicadores e intelectuales que consideran que el Presidente Andrés Manuel López Obrador siembra odio y ataca a medios de comunicación y periodistas, cuando éste desmiente reportajes u ofrece otros datos. En su lógica, el Presidente debe guardar silencio. Es anormal que responda y que cuestione, les resulta inaceptable.

Pero la respuesta del Presidente no se hizo esperar y recordó el fragmento del poema atribuido a Martin Niemöller: “Cuando los nazis buscaron a los comunistas / me callé / porque yo no era comunista. // Cuando encarcelaron a los socialdemócratas / me callé / porque yo no era socialdemócrata. // Cuando buscaron a los católicos / no protesté / porque yo no era católico. // Cuando me buscaron a mí / ya no había nadie / que pudiera protestar”.

Sin recato alguno, periodistas e intelectuales como Martín Moreno, dejan ver sin darse cuenta, o quizá sin importarles, que se encuentran más cerca de la Inquisición que del primer mundo civilizado.