La 4T; un globo inflado

05 noviembre 2019

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Roberto Blancarte

roberto.blancarte@milenio.com

 

Debe de ser muy difícil sentir que la grandeza de alguien no se refleje en la realidad. Más aún cuando se ha anunciado (quizás de manera un poco anticipada) el gran cambio generacional, histórico, de la nación mexicana. Y que ya pasó prácticamente un año y no se ve ningún cambio, más que el del retroceso en economía, en seguridad, en la manera de hacer política (véase las elecciones internas de Morena). El enojo con los demás, con esa maldita oposición que no desaparece y que más bien tiene indicios de estar creciendo, es comprensible desde las posiciones megalómanas y el egocentrismo de quien está acostumbrado a que nadie lo contraríe y menos ahora que es el Presidente de la República. “Las cosas ya no son como antes”, le gusta decir, pero eso incluye que los militares descontentos se lo hagan saber. Que López Obrador agite el fantasma del golpe de Estado es sólo una proyección más de alguien que supone estar a la altura de los grandes héroes nacionales, en este caso Francisco I. Madero. Pero el sólo hecho de que el Presidente lea la realidad en que vive con los ojos de una historia nacional mal aprendida, debería de ser motivo de preocupación. Alguien debería de decirle que él no es ni Madero, ni Hidalgo, ni Morelos, ni mucho menos Juárez y ni siquiera Lázaro Cárdenas. Tampoco es Nelson Mandela. Le falta muchísimo para igualar en grandeza de corazón y en inteligencia política a alguien que pasó 26 años de su vida en prisión y salió para perdonar a sus captores, para integrar a su país con gente de etnias, clases y corrientes políticas muy diversas. Tampoco es Mahatma Gandhi, cuya magnanimidad, estrategia de resistencia no violenta y lucidez política le hizo vencer, gracias a un contexto internacional favorable, a la potencia colonial. Y mucho menos es Jesús de Nazaret, aunque haya sido endiosado por sus seguidores. Que él crea que puede purificar a la nación, a partir de una conversión y convicción personal, no lo convierte en un verdadero salvador.

El despropósito fue claro desde que se anunció la autollamada “cuarta transformación” del país. Porque los grandes cambios se hacen; no son un producto de la propaganda. Y una transformación como la publicitada, para igualarse a las otras tres (Independencia, Reforma liberal y Revolución social) requiere de algo más que un simple voluntarismo sectario, que es lo que hasta ahora ha mostrado el Presidente. Los pocos momentos en que López Obrador ha tenido un discurso incluyente, o una postura de estadista, como en su toma de posesión, han sido fácilmente superados y oscurecidos por la actitud revanchista, burlona, agresiva, intolerante, ignorante, despreciativa, pero sobre todo ineficiente e incapaz, del Presidente. Nada que ver con sus modelos históricos; más bien un patético remedo de otros líderes populistas latinoamericanos antidemocráticos. Así que la autonombrada “cuarta transformación” no es entonces más que un globo inflado, que amenaza con estallar en cuanto se acerque al primer alfiler de la historia. Si el fallido operativo de Culiacán no fue eso, estuvo a punto de serlo. En todo caso, bastó para sacudir algunos egos.