Julian Assange: Un héroe de nuestro tiempo

Carlos A. Pérez Ricart
27 junio 2022

Hace 10 años la noticia habría reventado las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo. Hoy, fue apenas una nota al pie.

El viernes 17 de junio el Gobierno de Gran Bretaña confirmó que Julian Assange será -por fin, tras años de debate- extraditado a Estados Unidos. Si nada raro pasa -aún se puede apelar la decisión ante el Tribunal Superior de Londres- el fundador de WikiLeaks será juzgado por dieciocho cargos distintos, incluido el de espionaje. Lo más probable es que le caigan unos 175 años de cárcel. ¿El delito central? El hackeode las bases de datos del ejército estadounidense.

Con la sentencia vendrá una nueva etapa a la travesía iniciada en 2010 cuando Assange (y el grupo que él encabezaba) publicó más de 700 mil documentos clasificados sobre actividades militares y diplomáticas de funcionarios estadounidenses. Muchos de esos cables clasificados pueden encontrarse aún en https://wikileaks.org/, portal que a lo largo de los años ha acumulado cientos de nuevas filtraciones que -no exagero, querido lector- han cimbrado al mundo político. Échese un clavado, vale la pena.

La genialidad y valentía de Assange consistió no solo en la filtración particular de información de interés general, sino, sobre todo, en generar una plataforma incensurable que permitiera la publicación de documentos de manera masiva para ser revisados por el público global. Fue el inicio de un nuevo mundo para el periodismo y el activismo transnacional. Créame, lector, no exagero.

Remontémonos un poco más atrás en la historia de la persecución política al hombre que logró penetrar en los servidores del Pentágono. Tras la liberación masiva de documentos clasificados en 2010, Assange fue detenido tras ser acusado en Suecia de violación y acoso sexual contra dos mujeres. En principio, la acusación fue retirada, pero casi de inmediato se reabrió, por lo que Assange huyó del país escandinavo y se refugió en Inglaterra.

Protegido por el Gobierno izquierdista de Rafael Correa, Assange vivió siete años en la Embajada de Ecuador en Londres. En una jugada inesperada, en 2012 la Cancillería ecuatoriana le concedió asilo político. Se argumentaron dos razones. Por un lado, su aportación a la transparencia de la información, la lucha por la libertad de expresión y la relevancia de la información que compartió al mundo; por otro lado: la certeza de que una extradición a Estados Unidos implicaría no tener un juicio justo.

Lo que Correa pretendía evitar era la posibilidad de que Assange fuese juzgado por tribunales militares bajo el riesgo de un trato violatorio a los derechos humanos. El pequeño país se revelaba ante el gigante; el país andino daba una lección de coherencia al reino del liberalismo. David contra Goliat.

Desde un pequeñísimo cuarto, tan diminuto como inverosímil, Assange continuó filtrando documentos y participando activamente en la operación de WikiLeaks. En alguna ocasión llegó a filtrar documentos que relacionaban a un hermano de Lenin Moreno, el sucesor de Correa, con casos de corrupción. Así de consecuente fue; así de libre.

El tiempo transcurrió. Su nombre comenzó a olvidarse. Pasaron los meses y pasaron los años hasta que la situación no dio más de sí. En 2019 el Gobierno de Lenin Moreno le retiró el asilo diplomático a Assange por “violar reiteradamente los términos del asilo”, así como “convenciones internacionales y protocolo de convivencia”. El acto terminó desenmascarando a Moreno como lo que es: un político con más puesto que nombre, uno de tantos que no verán sus apellidos en los libros de historia.

La falta de protección del nuevo Gobierno de Ecuador dio pie a que la policía británica reviviera la acusación por haber violado las condiciones de la libertad bajo fianza después de su arresto en 2010. El próximo paso parece ser la extradición.

Pareciera que mientras Assange viva, su lucha por la libertad de expresión seguirá siendo marginal para el gran público. Como suele sucederles a los héroes de nuestro tiempo, el verdadero valor de su trabajo no será reconocido hoy. Ni mañana. Solo el tiempo, que lo cura todo, incluso la peor de nuestras indiferencias, permitirá dimensionar la magnitud del trabajo del hombre que se atrevió a exhibir la hipocresía del imperio.

Más allá de la información que conocimos gracias a la labor de Assange, lo que nunca le perdonarán los grupos conservadores al fundador de WikiLeaks es haber denunciado las irregularidades cometidas por el Gobierno de Estados Unidos en las guerras de Irak y Afganistán, así como haber puesto al desnudo las maneras vergonzosas con las que se maneja la diplomacia estadounidense. Ese -y ningún otro- fue su error: más vale entenderlo antes de que Assange muera y, entonces sí, se convierta en un héroe del futuro. Habrá fanfarrias, banderas desplegadas y falsos discursos. Entonces habrá tiempo para llorar. Será demasiado tarde; será un signo más de nuestro tiempo.