Inviable adiós a la OEA
WASHINGTON, D.C._ No encontré a una sola persona -Embajador, ex Embajador, politólogo o latinoamericanista- que considere viable la propuesta de México de sustituir a la Organización de Estados Americanos (OEA) por un organismo “verdaderamente autónomo”, que no sea “lacayo de nadie”, como planteó Andrés Manuel López Obrador, o decir “adiós OEA” por “intervencionista, injerencista, hegemonista”, en palabras de Marcelo Ebrard.
“AMLO parece estar diciendo disparates. No va a suceder, al menos no en el corto plazo”, me dijo Peter Hakim, Presidente Emérito del Diálogo Interamericano, influyente foro no gubernamental de discusión política integrado por personalidades de las Américas.
Y es que, para desaparecer a la OEA, como quiere México, se necesita una mayoría calificada de dos tercios de los votos de los 34 países que la integran. Es decir, 26 Estados que estén de acuerdo con México.
En la rueda de prensa convocada por Ebrard en la Embajada de México tras la reunión del Diálogo Económico de Alto Nivel la semana pasada, le pregunté cómo planea conseguir ese número de votos. Respondió que buscará el consenso de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) cuando se reúna en México este sábado.
“Un tema central es ese: tenemos que preparar para 2022 la propuesta que le vamos a hacer a Estados Unidos y a Canadá, cuál sería el futuro distinto de la OEA, se reemplazaría por otra organización, qué rasgos tendría, cómo funcionaría. No podríamos nosotros hablar a nombre de todos si no han participado en la elaboración”.
Dijo que espera que en el primer semestre del año próximo haya acuerdo.
Lo que el Canciller no explicó es por qué se aventuró a lanzar un planteamiento de gran alcance sin primero sondear la posibilidad de consenso y de anuencia por parte de Estados Unidos que, vale recalcar, aporta cerca del 50 por ciento del presupuesto anual del organismo.
Único foro que congrega a todos los países de las Américas, con la excepción de Venezuela que se salió en 2019, la OEA es la cabeza de un entramado jurídico y político en el que destacan el Banco Interamericano de Desarrollo, la Organización Panamericana para la Salud, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Junta Interamericana de Defensa. Matar a la OEA significa matar al sistema interamericano.
Pocas veces antes América Latina había estado tan dividida. Países que disienten y pelean entre sí. Democracias nominales que son dictaduras de facto, sin autonomía de poderes, con régimen de derecho disfuncional, corrupción, represión, violencia, disidencia ciudadana.
El Gobierno mexicano carece del liderazgo intelectual y de la destreza diplomática para persuadirlos hacia una causa común.
“Si quieren una OEA sin Estados Unidos y Canadá, ya tienen a la Celac, y para eso no necesitan consultar a Washington. Si es una organización con Estados Unidos y Canadá, no sería para reemplazar a la OEA, sino una propuesta de reforma de la Carta de la OEA, que es un tema distinto”, dijo el Embajador Jaime Aparicio, ex representante de Bolivia ante la OEA, en entrevista.
Hakim se mostró escéptico de que la Celac, foro regional que excluye a Estados Unidos, Canadá y Brasil, vaya a acoger el planteamiento mexicano en los vagos términos planteados.
De ahí que se cree que la propuesta mexicana más bien proviene del pleito personal de Ebrard con Luis Almagro, actual Secretario General de la OEA.
“Están haciendo un rechazo de la OEA cuando en realidad su tema principal es Luis Almagro. Tal vez sea una estrategia política para debilitarlo”, vaticinó Aparicio.
En términos similares se refirió el Embajador Enrique Berruga, ex miembro del Servicio Exterior Mexicano.
“La animadversión de la Cancillería está más enfocada en Luis Almagro, que en la OEA como institución... Una cosa es que Almagro tenga sus bemoles y otra muy distinta que por ello debe extinguirse el principal organismo del sistema interamericano”, escribió (El Universal 02/09/2021).
Pero Ebrard lo niega. “No es una cuestión personal con Almagro. No tiene nada que ver”, me respondió tajante cuando le pregunté tras la rueda de prensa.
Lo cierto es que la peregrina propuesta mexicana nació del rechazo a la actitud de Almagro en la crisis en torno al triunfo electoral de Evo Morales, que la OEA declaró fraudulento. El protagonismo y el derecho que se atribuyó Almagro a hablar en nombre de todos irritó a México.
Una organización constituida hace más de 75 años, con base en una Carta suscrita por los Estados miembros, cimentada en un marco jurídico, no va a desaparecer porque México lo proponga. Hacerlo implica reformar su Carta constitutiva que, vale subrayar, permite la salida unilateral de los países, pero no la desintegración del organismo.
México tendría que convocar a una Asamblea General extraordinaria con la misión de redactar el acta de defunción de la OEA. Para ello necesitaría el apoyo de la mayoría. Quizá se le unan Argentina, Bolivia y Nicaragua.
“Una de las cosas fundamentales en política exterior es llevar adelante una estrategia que tenga un mínimo de posibilidad de hacerse realidad. Es una pena para México. El Servicio Exterior Mexicano era uno de los mejores del mundo. Ahora está en una actitud ideológica más que real”, me dijo Aparicio.
Nacida como mecanismo para luchar contra el comunismo en el hemisferio cuando las naciones latinoamericanas estaban gobernadas por militares o partidos hegemónicos, el fin de la Guerra Fría encontró a la OEA desprestigiada y con poca relevancia práctica.
Pero en los 90, en coincidencia con el regreso de gobiernos electos en buena parte del continente, la organización tomó un nuevo rumbo hacia la promoción de la democracia, la protección de los derechos humanos, el desarrollo social y la cooperación sobre seguridad.
El 11 de septiembre de 2001, en coincidencia con los ataques terroristas, los cancilleres de la OEA aprobaron la Carta Democrática Interamericana, destinada a blindar jurídicamente la democracia en el continente, en una cumbre histórica en Lima. El mecanismo dio a los Estados miembros la facultad de decidir colectivamente imponer sanciones cuando el orden democrático fuera amenazado o interrumpido. Cumplir ese mandato ha generado más discordia que concordia.
Es innegable que la OEA está urgida de reformas y que sería saludable un nuevo secretario general. Aun así, será difícil encontrar en la coyuntura actual acuerdos mínimos para sustituirla. El problema no es la organización sino la división entre sus miembros. En la diplomacia multilateral, cuando un país presenta una propuesta inviable destinada al fracaso, ese país pierde credibilidad y prestigio.