Inmunidad fáctica

María Amparo Casar
26 febrero 2020

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amparocasar@gmail.com

 

Usando un martillo llamado razón, la mitad de los estadounidenses se devanan hoy los sesos tratando de entender cómo es que la otra mitad venera a un líder que la contabilidad -tan fáctica ella- reporta que les ha mentido más de 16 mil veces, o que la justicia -tan infalible ella- lo ha condenado repetidamente por hacer trampa en la política y en los negocios.

Esta misma impiadosa herramienta es usada por la mitad de los británicos que, tirándose de los pelos de tan educadas cabezas, se horrorizan que al otro 50 por ciento se les antoje romper con Europa, aun cuando la mayoría de los estudios concluyen que terminarán cayéndose al abismo y con un Reino Desunido.

En México, con una democracia mucho menos consolidada, nos pasa algo similar. Todos entendemos que a México le hacía falta una sacudida y que hay muchas cosas que urge cambiar, pero cuando menos la mitad de nosotros no entendemos por qué un gobernante que ganó en las urnas y que desde el inicio de su gestión tuvo un enorme poder y pocas resistencias está empecinado en despreciar el conocimiento como motor del cambio: las experiencias fallidas y exitosas del pasado, las señales del mercado, las enseñanzas internacionales, los datos sobre inseguridad, las cifras de desabasto o los legítimos reclamos de las mujeres por la vulnerabilidad en la que vivimos. La otra mitad se alinea a troche y moche con el líder.

La “inmunidad fáctica” de este género de líderes y sus seguidores es peligrosa y creciente. No creo exagerar al decir que esta inmunidad parece imbatible. Cuanto más críticas o pruebas fehacientes la primera mitad le tira a los de enfrente -para ver si de una buena vez “entran en razón”- los de enfrente reaccionan idolatrando aún más al líder y éste montándose en su macho.

Quizá los “fácticos” estemos fallando. Nos hemos encandilado con el líder. Es allí cuando una pesadilla recurrente nos comienza a quitar el sueño: este dirigente es un gigante al que le gusta alimentarse de críticas, razones y gimoteos de quienes no lo quieren. Mientras más hechos y verdades le tiran, más grande se hace.

Quizá lo que debiéramos hacer es olvidarnos del autócrata y enfocarnos empáticamente en esa mitad que los sigue aun cuando, como diría Trump “le dispare a alguien en la 5ta avenida”.
El movimiento de las mujeres ha dado el mejor ejemplo. Tal y como escribió Ivonne Melgar en estas mismas páginas (Un Día si Nosotras, 22/02/20): “Incontrolable, sin liderazgos que linchar, claro en sus demandas, audaz, ajeno a las cúpulas partidistas, ciudadano, politizado, vivo y viral el movimiento feminista le ha impuesto su agenda del basta ya al gobierno. Este movimiento ha conseguido colocar en el debate de la clase política, del capital privado, los jueces, los rectores, los ministros y hasta los vecinos del norte el tema de la violencia que la retórica gubernamental había pospuesto”. Rompió “la hegemonía que en la conversación pública ejerce el Presidente López Obrador”. Desde luego que la difusión de la aterradora cifra de 10 mujeres asesinadas todos los días ayudó, pero la forma de enfrentar la hegemonía discursiva de AMLO no ha estado basada en las estadísticas, en los hechos de violencia denunciados por la prensa, en la exhibición del desamparo en que se dejó a las madres por la desaparición de las estancias infantiles y los centros de atención a las víctimas de la violencia intrafamiliar sino en el “ya basta” del movimiento.

Un país nunca podrá ser la suma de dos mitades que no se entienden, y hubiese sido de esperar que la batuta del líder promoviera la armonía requerida para que la sociedad regresase a una discrepancia democrática y racional enmarcada por una concordia mínima y necesaria. Sin embargo, se comprueba el opuesto: los autócratas han descubierto que no habrá que molestarse en gobernar para todos, ya que con la mitad alcanza para llegar al poder. Y la fórmula se hace infalible cuando polarizan y promueven el resentimiento entre las mitades.

Le llegó entonces el tiempo a la sociedad de asumir la responsabilidad de unir las mitades como lo han hecho las mujeres sin reparar en si eres chairo o fifí, simpatizante o no de las políticas presidenciales, conservador o revolucionario, neoliberal o populista.

Esto no es un llamado a dejar de ejercer la crítica y a seguir mostrando que muchas de las políticas adoptadas llevarán a México a un retroceso democrático, económico, educativo, sanitario y hasta de mayor pobreza, pero sí a reconocer que la racionalidad y datos fácticos no alcanzan para convencer y enderezar. Cuando la política se transforma en culto, los argumentos -como las monedas- se deprecian.