Impunidad e insoportable igualdad
¿Por qué la abrumadora impunidad? Cambios y cambios de gobiernos, reformas y más reformas, promesas incontables de la clase política y la misma o más impunidad. ¿Alguna vez has tratado de entender qué hay atrás?
Es un hecho, la impunidad es abrumadora y no baja al paso del tiempo. Ya hace al menos tres décadas se viene midiendo, no es ninguna novedad que se castiga más o menos 5 de cada 100 delitos. Muchas interpretaciones culpan al sistema de justicia penal, pero son insuficientes. Claro que el sistema penal tiene problemas graves y crónicos, pero qué tipo de clase política y sociedad acepta, tolera y prolonga un sistema penal colapsado.
Debemos tratar de ir más a fondo, pensando en la impunidad como un síntoma del problema y no como el problema en sí mismo. Intentemos buscar respuestas asociadas a “causas de raíz”.
Luego de estudiar la llamada cultura ciudadana, principalmente mirando desde el lente teórico y de la política pública liderada por el entonces alcalde de Bogotá, Colombia, Antanas Mockus, desde hace unos 25 años decidí mirar atentamente cómo convivimos acá en México. Esto me sacudió y apareció ante mis ojos otra realidad.
Decidí poner atención a determinadas rutinas que nos igualan o a otras que parecen mostrar cómo usamos el poder en la convivencia del día a día. Por ejemplo, miré las filas para esperar un turno; las escogí porque “imponen” una condición de iguales; en una fila nadie es más o menos, todo depende del turno. Y me di cuenta que en las colas suele haber incomodidad y si alguien enseña que hay una oportunidad para saltarse la espera, lo más probable es que la mayoría siga su ejemplo, en vez de que se le censure.
Luego puse atención a otra relación en la calle que podría parecer menor. Me refiero al encuentro entre personas que caminan en las calles y personas que conducen vehículos automotores. Tengo claro que en nuestro medio pasa primero quien maneja, incluso poniendo en riesgo a las y los peatones que no apuran el paso para hacerse a un lado. Interpreté esa rutina como una representación simbólica de una relación de poder. El vehículo es en realidad un vehículo de poder ante quien no lo tiene.
Luego volteé a ver la discriminación en sus múltiples expresiones, habiéndose comprobado desde hace mucho que es una práctica masiva y crónica. La discriminación es una herramienta que desiguala de mil maneras. Al paso de los años, observando también el uso masivo de lo que entendemos como corrupción (torcer una norma para extraer un beneficio privado usando recursos públicos), también la asocié como una palanca que desiguala, como un escalón que se usa para acceder a privilegios por encima de las demás personas.
En las inolvidables clases de teoría política con Arnaldo Córdova aprendí que el Estado en nuestro caso es una construcción histórica impuesta desde arriba, no desde abajo. Vinieron luego las investigaciones empíricas que confirman una percepción negativa mayoritaria respecto a las instituciones y las leyes, justamente entendidas como herramientas al servicio del poder.
Hoy creo que todo esto está conectado. Creo que México jamás construyó un pacto social que representa a la gente “de a pie”. El país ha sido históricamente un botín con recursos inabarcables para quien sabe usar la caja de herramientas que sirve para desigualarnos, tanto en la convivencia informal en lo privado como en el tejido relacional en torno a lo público, donde todo lo que pueda ser torcido lo será si hay quien encuentra la oportunidad.
El punto es que nuestro tejido relacional es una suerte de andamiaje para desigualarnos y gana quien lo sepa usar mejor. ¿Hay espacios, comunidades y ambientes solidarios donde las normas y las prácticas son coherentes a favor de condiciones de trato igualitario? Desde luego, pero son menores y muchas veces efímeros.
La columna vertebral de eso que llamamos Estado de derecho es el principio de igualdad ante la ley; esto no funciona aquí porque no existe apreciación mayoritaria de tal principio, precisamente porque las layes no “son nuestras” y en cambio preferimos competir para desigualarnos.
¿Y la impunidad? Pues todo esto podría explicarla también como parte de la caja de herramientas para desigualarnos. Si no hubiera los equilibrios sistémicos hegemónicos que hacen posible disponer de la norma también en el sistema penal para acceder y distribuir beneficios diferenciados -como en todo lo demás-, no habría impunidad.
Al final esta es un producto más de lo que he llamado nuestra insoportable igualdad.