Imagen y semejanza
En el libro del Génesis se dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero, ¿en qué consiste esa similitud? No puede ser en su omnipotencia, bondad, esencia o ubicuidad, porque el ser divino nos aventaja y está muy por encima de nosotros.
Aún más, se puede afirmar que el hombre ha logrado revertir esa semejanza, en cuanto que es él quien ha hecho un Dios a su semejanza. La imagen de un Dios que permite injusticias, masacres, desórdenes y calamidades. Un Dios vengativo, rencoroso y ajusticiador. En suma, un Dios que exige sacrificios para aplicar su cólera.
Por eso, muchas veces se cuestiona ¿dónde estaba Dios cuando Auschwitz, cuando Hiroshima, cuando los tsunamis, cuando los terremotos, cuando las erupciones de los volcanes, cuando Tlatelolco, cuando Ayotzinapa, y podemos seguir haciendo una lista casi infinita.
Sin embargo, empobrecemos mucho la imagen divina si lo concebimos como alguien que debería intervenir y manipular, cuando desde hace mucho se insertó en nuestra historia y nos mostró el camino. Él nos capacita para actuar, pero no nos inhabilita, suplanta o infantiliza.
Elie Wiesel, sobreviviente de Auschwitz y Premio Nobel de la Paz 1986, expresó su firme convicción de que Dios nunca los abandonó: “Dios estaba en los ahorcados, ejecutados y gaseados de Auschwitz y de todos los campos de concentración y en todas las violaciones, injusticias e inhumanidades de este mundo”.
Etty Hillesum, otra prisionera de Auschwitz, oró: “Voy a ayudarte, Dios mío, a no apagarte en mí, pero no puedo garantizarte nada por adelantado. Sin embargo, hay una cosa que se me presenta cada vez con mayor claridad: no eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros quienes podemos ayudarte a ti y, al hacerlo, ayudarnos a nosotros mismos”.
¿De quién soy imagen y semejanza?