¿Iguales o diferentes?

María Amparo Casar
24 marzo 2021

Junto con otros especialistas fui convocada por la Asociación de ex-alumnos del ITAM a reflexionar sobre si habría contrapeso legislativo a partir de 2021. La respuesta puede resultar obvia en un primer momento: depende de cómo se expresen los electores en las urnas.

La respuesta es mucho más compleja. También depende de las reglas electorales, de la disposición de los partidos y candidatos a comportarse conforme a ellas y del compromiso de otros actores públicos y privados a no interferir indebidamente en las elecciones. Además, depende también de, una vez conformada la Cámara de Diputados, el comportamiento de las y los legisladores.

Así que no. No solo cuenta la voluntad de los electores a la hora de conformar la Cámara y de prever si actuará como contrapeso.

El mayor escollo a salvar en el 2021 será el de la forma de asignar curules. En las tres elecciones anteriores se ha violado la norma constitucional que prohíbe una sobre-representación mayor al 8 por ciento. Los partidos encontraron la forma de burlar esa norma, esto es, que entre el porcentaje de la votación registrada y el porcentaje de asientos en la Cámara no haya una diferencia mayor al 8 por ciento.

La trampa se hace de manera sofisticada: se registra como candidato del partido que se vislumbra como ganador en otros partidos de la coalición. Con ello el partido más grande se resta triunfos de mayoría pero los recupera, multiplicados, por la vía de la representación proporcional.

En 2012 se le otorgó a la coalición PRI-PVEM un diputado de más de los que le correspondían y en 2015 se le dio a la misma coalición 8 diputados extras. En 2018 el caso fue escandaloso porque a la coalición Juntos Haremos Historia se le otorgaron 39 curules en exceso a lo permitido. Sostengo que una violación a la Constitución es una violación y que no se puede decir que antes se “violó un poquito” y en 2018 “mucho”. Pero la diferencia es digna de hacerse notar.

Ahora el INE se propone, a través de unos lineamientos, impedir que esto se repita. Morena los impugnó diciendo que son una maniobra “obscura y vergonzosa” de algunos consejeros del INE afines al PRIAN (se refiere a Lorenzo Córdova y a Ciro Murayama) y un “tenebroso plan” para evitar que Morena tenga la mayoría. Pero olvida señalar que, cuando eran minoría, impugnaron la sobre-representación; que de 11 votos posibles en el INE, 9 fueron en favor de aprobar los lineamientos y; que si fuera cierto que el INE dejó pasar la violación a la Constitución en favor del PRI-PVEM en 2012 y 2015, también la dejó pasar, con grandes réditos, en favor de Morena y sus aliados en 2018. Así que los tableros se emparejaron y no hubo favoritismo. Y si lo hubo, fue en favor de Morena.

Lo más probable es que el Tribunal eché para atrás los lineamientos del INE y se vuelva a violar la Constitución.

No queda más que decirles a los morenistas que si quieren que les creamos eso de que “no somos iguales”, se desistan de impugnar unos lineamientos cuyo propósito es restaurar la vigencia de una norma constitucional. El argumento utilizado es que los llamados conservadores quieren impedir que Morena y sus aliados tengan mayoría de nuevo. No es el caso. Si, respetando la Constitución, Morena y su coalición ganan la mayoría, adelante. No hay nada que objetar. Pero si se construye a través de trampas sí hay mucho que objetar. Si los electores están tan satisfechos con el trabajo que realiza el Presidente de la República con el respaldo de sus legisladores, que demuestren en las urnas que son capaces de superar el 37 por ciento de los votos que tuvieron en 2018; que ganen el 42 por ciento o más de los votos y entonces obtengan el 50 por ciento de la los asientos en la Cámara de Diputados o más y; que, con el resto de los partidos coaligados, alcancen la mayoría calificada. Nadie objetaría este resultado. Les guste o no.

En el presidencialismo, la Constitución establece la división de poderes. Hay muchas maneras de estrechar o incluso anular esa división a través de la política. Una es que los electores le den la mayoría de votos al partido del Presidente. Otra es que los legisladores de esa mayoría se comporten de manera disciplinada respaldando todos sus proyectos. Las dos cosas se valen en democracia pero ambas con límites. Del lado de la formación de mayorías, sin atropellar la voluntad de los electores. Del lado de los legisladores en funciones, apoyando los proyectos del Presidente siempre y cuando no violen la Constitución. Si esto pasa no hay nada que objetar a un gobierno mayoritario. Así, no serían iguales.