Humildad y humillación
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Las dos palabras tienen la misma raíz, provienen de humus, que quiere decir barro o tierra. Pero, aunque ambos términos compartan el mismo origen sus significados son diferentes.
Humilde es la persona que conoce sus cualidades y limitaciones, por lo cual no se engríe ni se eleva sobre los demás. En cambio, la persona que humilla a otra lo hace por necesidad de engrandecer su propia imagen, ya que está incómoda consigo misma y siente que no posee valor o cualidades suficientes para brillar ante los demás.
En efecto, quien humilla a alguien no está demostrando su majestad y poder, sino su carencia y debilidad. Quien humilla quisiera tomar a la otra persona como si fuera una chinche para aplastarla y machacarla. Con esta actitud no muestra superioridad, sino manifiesta claramente su pequeñez.
Humilde, en cambio, es quien conoce perfectamente sus fortalezas y debilidades porque sabe del barro de que está hecho. No es humilde quien mendiga sobras de cariño, respeto, amor y conmiseración. Esa es una persona miserable y que se menosprecia, pero no es humilde.
“La humildad, dijo Santa Teresa, es andar en verdad”. En el milagro del Tepeyac que acabamos de conmemorar, el humilde Juan Diego le pide a la Virgen que escoja un heraldo o mensajero de más renombre para que el obispo pueda prestar oídos y dar crédito a su petición:
“Porque yo soy un campesino, soy mecapal, soy parihuela, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser llevado a cuestas. Hija mía, niña mía, Señora mía, me mandas a un lugar donde no ando y no paro. Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía”.
¿Soy humilde? ¿Reconozco mi propio valor? ¿Necesito humillar a otro para engrandecer mi devaluado ego e imagen?