Huertos urbanos, más que una moda
Resido en la ciudad de Culiacán, en una casa de dimensiones modestas que tiene una azotea en segundo piso de 45 metros cuadrados aproximadamente. Nos lleva a ella una pequeña escalera que instalamos meses antes de la pandemia por el Covid. El plan entonces era utilizar la llamada quinta fachada para respirar aire fresco en verano y apreciar los atardeceres sin ninguna prisa y con toda la perspectiva que te da esa altura ya que, afortunadamente, la zona donde vivo no hay edificios más altos que puedan obstruir las vistas.
En 2020 se vino la pandemia que nos tuvo por meses sin salir de casa. La azotea no sólo fue un buen escape al encierro, sino que se convirtió en un espacio productivo, de ejercicio, terapéutico y generador de buena salud para toda la familia. Nidia Mónica, mi esposa, se sumergió en el autoaprendizaje sobre la horticultura orgánica en la universidad del yuotube (como ella dice). Lo cierto es que fue más allá, se inscribió en varios cursos y diplomados, se capacitó seriamente durante la pandemia a tal grado que decidió desarrollar un huerto urbano totalmente orgánico en nuestros 45 metros de azotea. Mi labor fue apoyar, aprender y emprender junto a ella.
El resultado invita a soñar. No dejo de imaginarme todas las azoteas que nos rodean con vida similar donde afloraría una vida social, productiva y ecológica como consecuencia de convertir esas quintas fachadas, hoy grises y desoladas, en más área verde para la ciudad. En algunas ciudades, el Ayuntamiento compensa con incentivos fiscales estas iniciativas ya que contribuyen a la biodiversidad urbana y reducen el impacto y la contaminación generada por la urbanización.
No puedo negar que el trabajo ha sido arduo. Subir como hormiguitas, de cubeta en cubeta, grandes cantidades de tierra que, ya arriba, la mezclamos y la convertimos en un sustrato rico en proteína que ayudará a crecer plantas sanas, frondosas y productivas. En pocos meses tuvimos más de 200 macetas y algunos bancales que alojaron más de 40 especies diferentes de las cuales predominaron el tomate, lechuga, cebolla, chile, pimiento, ejote, acelga, pepino, maíz, camote, kale, yerbabuena, epazote, melón, apio, calabaza, rábano, betabel, berenjena, cilantro, espinaca, entre otras.
Con menos éxito y todavía en fase de experimentación se han logrado también zanahoria, perejil, fresa, chícharo, repollo, papa y entre toda esta diversidad de comestibles, algo que no puede faltar en un huerto: plantas de flor que aportan color, aroma y, sobre todo, la posibilidad de atraer a los polinizadores (abejas, avispas, colibríes, mariposas y murciélagos) que complementan la labor para la fertilización.
Tener un huerto en casa genera una pasión difícil de explicar. Cada día nos tiene noticias: ¡ya germinaron las cebollas!, ¡ya floreció la calabaza!, ¡esas lechugas ya se pueden cosechar!, ¡empiezan a madurar los tomates!, ¡aquí nació un betabel sin que lo hayamos sembrado nosotros! Esto último se vuelve muy común, el huerto experimenta una especie de autogestión luego de la primera temporada ya que, sin preverlo, quedan en la tierra semillas latentes de germinar en cuanto el clima y la humedad lo sugieren.
Es gratificante ver las gigantescas calabazas que pueden formarse a partir de una diminuta semilla que tiene vida latente pero que requiere de la combinación de ciertas condiciones que en muchas ocasiones la naturaleza las provoca sin que nosotros hagamos nada y en otras, podemos provocarlas. Tampoco tiene precio la posibilidad de alimentarnos durante varios meses de las mejores verduras del mundo (para nosotros, eso son) ya que nos consta que no requirieron ningún tipo de fertilizante químico, todo el procedimiento fue orgánico. Podemos morder directamente de la planta una hoja de lechuga con la garantía de que está libre de cualquier sustancia que nos pueda dañar.
Finalmente, una vez que termina la temporada, todas las plantas se despiden floreciendo. Es momento de recolectar las semillas y organizarlas para la siguiente temporada. Actualmente un buen porcentaje de las semillas utilizadas en nuestro huerto son recolectadas en casa y tienen la garantía de ser orgánicas. Un proyecto a futuro puede ser la generación de una comunidad de huerteros culichis para el intercambio de semillas, de ideas y de ánimos. Existe mucha información en las redes, pero poca referida a nuestra región. Cada lugar tiene su receta y esta se aprende con el tiempo.
Comparto este proyecto con la finalidad de contagiar a ciudadanas y ciudadanos que deseen impulsar la producción casera. Tenemos entre todos muchas hectáreas urbanas desperdiciadas en una región donde está probada la capacidad de producción agrícola. Quizá no es un negocio, ni siquiera un pasatiempo. Un huerto en casa es más que eso; se convierte en una biblioteca donde cada día tenemos un nuevo libro que leer. En un taller experimental donde nuestras manos y la tierra logran milagros. Es, además, un centro terapéutico para momentos como los que hoy estamos viviendo en Culiacán. Un gimnasio donde nos ejercitamos todos los días y un ecosistema donde entendemos el valor de la vida y la importancia de la convivencia armónica entre seres vivos donde todos tenemos una tarea para ser bendecidos con frutos, aromas y los mejores y más coloridos minipaisajes. Todo, hecho en casa.
Sigamos conversando: jccarras@hotmail.com
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