Huérfanos de oposición
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amparocasar@gmail.com
Estamos a tres días de que se cumpla el año de gobierno y la discusión pública estará monopolizada por los logros y fracasos de la administración del Presidente, sus aciertos y yerros, por las verdades, medias verdades o francas mentiras que se den a conocer y por lo que se propone concretar en los próximos 12 meses.
Ante esta segura avalancha, aprovecho para hablar de lo que no se hablará. De un espectro: la oposición política. Aquella que al menos en apariencia decidió retirarse del campo de batalla como si su derrota en 2018 hubiese sido la de Waterloo que supuso el fin de Napoleón y del Imperio Francés.
Cierto que López Obrador ganó de manera incuestionable y con una diferencia de 30 puntos no vista desde que los procesos electorales merecen el nombre de democráticos. También que la coalición Juntos Haremos Historia significó la restauración de un gobierno de mayoría que no se veía hace 21 años.
La derrota de la oposición no fue menor, pero Ricardo Anaya consiguió 12.6 millones votos y José Antonio Meade 9.3 millones. Esos 22 millones de votantes quedaron a la deriva porque los dos candidatos desaparecieron de la escena pública, una irresponsabilidad. Quizá si, como lo he propuesto, todos los candidatos presidenciales encabezaran a la vez la lista de representación proporcional de senadores (o de diputados) por sus partidos, los candidatos presidenciales no estarían -obligada o voluntariamente- condenados al ostracismo. Por otra parte, los hoy líderes de sus partidos están, por decir lo menos, desdibujados y desorientados. Lo mismo ocurre con los jefes de sus fracciones parlamentarias.
Ojalá y pudiera decirse que están en retirada táctica y rehaciendo sus organizaciones, pero lo que alcanzamos a ver es que más bien están noqueados, divididos y lamiéndose las heridas en lugar de prepararse para la siguiente ronda. Por lo pronto no se perfilan líderes potenciales con la capacidad primero de rehacer sus partidos, segundo de superar las diferencias internas y, tercero, de fraguar coaliciones rumbo al 2021. No se ve por ningún lado una estrategia de regreso.
Su posición en las cámaras no es fácil. En diputados la tienen perdida porque a pesar de que Morena obtuvo sólo el 37 por ciento de la votación tiene el 52 por ciento de la Cámara de Diputados y, con su coalición llega al 63 por ciento. La oposición es prácticamente testimonial. Ni el derecho al pataleo quedó. No hay coalición que valga, aunque fuese sólo para vetar. En el Senado tienen poder de veto si actúan en coalición, pero por falta de unidad -o vaya usted a saber por qué- no lo han querido o logrado ejercer.
El resultado: una oposición disminuida, desavenida, fragmentada, poco combativa y, aparentemente sin estrategia después de un año y medio de la derrota y de un año de gobierno.
Morena y López Obrador han aprovechado la situación de debilidad y división de sus adversarios. No han mostrado disposición alguna a tomar en cuenta los puntos de vista de la oposición a pesar de que el número de votantes por otros partidos y candidatos fue de 24.8 millones de mexicanos y de que el número de ciudadanos que decidieron no votar ni por AMLO ni por la oposición fue de 32.6 millones. O sea, 57.4 millones que no estuvieron con la opción morenista. A la oposición le dieron un descontón serio, pero se asumió noqueada. Lo que está es huérfana y pasmada.
Las democracias, aún en los sistemas parlamentarios que requieren de mayoría para formar gobierno, suelen ofrecer mejores resultados cuando se tiene que negociar porque la necesidad de negociar conlleva también la de escuchar, debatir y tomar en cuenta la posición de un mayor número de ciudadanos y sus respectivos puntos de vista e intereses.
Pero vivimos en una democracia mayoritaria y López Obrador junto con Morena se ganaron el derecho a gobernar sin negociar siempre y cuando no atropellen la legalidad vigente, cosa que por cierto no han hecho en muchas ocasiones (Legalidad Contra la Cuerdas, Nexos, Julio 2019). La última siendo el nombramiento de la titular de la Comisión de los Derechos Humanos.
En fin, la resiliencia se define como la capacidad humana de sobreponerse al fracaso y a mirar al futuro lleno de retos y oportunidades. Pero no hay resiliencia sin estrategia y ésta, a un año de gobierno no se ve por ningún lado en la oposición partidaria.