Hombre que camina
El ser humano es un caminante que está de paso por este mundo y, como dijo el poeta Antonio Machado, debe hacer su camino al andar. Cada quien debe transitar su propio sendero, no hay autopistas hechas ni rutas prefabricadas. Compete a cada uno el cómo, dónde, cuándo, cómo, por qué, para qué, a dónde, y con quién realizar su camino.
En efecto, podemos considerar a los demás seres humanos como personas importantes para nosotros, o como simple paisaje accesorio con que nos topamos al caminar. En su libro La presencia pura, Christian Bobin hizo una comparación entre su padre enfermo de Alzheimer y un árbol: “El árbol está ante la ventana del salón. Cada mañana le pregunto: «¿Qué hay de nuevo?». La respuesta no se hace esperar, la dan centenares de hojas: «¡Todo!».
Con esa comparación quiso recordarnos que, en muchas ocasiones, relegamos a las personas que viven encerradas en su propio mundo, en lugar de interesarnos y brindarles nuestro afecto y comprensión. Tal vez necesitamos clarificar nuestra mirada, como aconteció con el ciego que sanó Jesús, el cual veía inicialmente a los hombres solamente como árboles que caminan (Mc 8, 22-26).
En otras ocasiones, tal vez percibamos a los demás como un estorbo o accidente en el camino, y no como alguien a quien debamos cuidar, atender o socorrer, como aconteció con aquel hombre yacente que fue asaltado en el trayecto de Jerusalén a Jericó, de acuerdo a la parábola expresada por Jesús (Lc 10,30-37).
El escultor suizo, Alberto Giacometti, creó una famosa, desgarbada y tosca figura titulada “Hombre que camina”, en la que pareció retratar el paso incierto del ser humano. El modelo es delgado, áspero, sin pulir y flexionado hacia adelante al dar el solitario paso.
¿Cómo es mi caminar?