Hijo de la Guerra
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@jorgezepedap
Hace unos años Ricardo Raphael se encontró lo que para cualquier periodista habría sido la veta de oro más apetecida, el número ganador del boleto del avión presidencial, para ponerlo en términos más actuales: un hombre desde la cárcel decía ser uno de los fundadores de los Zetas, a quien se creía muerto, y estaba dispuesto a revelar todos sus secretos.
Como buen periodista que es, Raphael se zambulló de brazos abiertos en el corazón de las tinieblas. Durante más de un año, cada miércoles, acudió puntualmente a lo que se convirtió en un destilado de horrores. Semana a semana Ricardo se fue llenando de sangre, cuerpos desmembrados, secretos inconfesados, un inventario puntual y desde abajo de cómo se fue pudriendo eso que ahora nos tiene con más de 200 mil muertos.
El llamado Zeta 9, Galdino Mellado Cruz, parecía saberlo todo, había estado en todos lados. Una especie de Forrest Gump de los infiernos. Lo mismo había sido protagonista de los feminicidios en Juárez y miembro del cártel de Tepito, que ahijado del Mocha Orejas Ríos Galindo, pasando por todos los capítulos importantes de la historia de los Zetas, desde su entrenamiento en USA, hasta sicario de Osiel Cárdenas y brazo derecho de Heriberto Lazcano.
Era tan increíble la cantidad de confesiones y secretos que comenzó a ser eso, increíble. A partir de ese momento Raphael se dio cuenta que el tema no iba a ser cómo sacar mineral de la mina de información que representaba el Zeta, sino dilucidar cuánto de ese mineral era bueno. O peor aun, si valía algo. ¿Estaba ante la más valiosa garganta profunda del crimen organizado jamás encontrada, capaz de develar los misterios nunca antes dichos? ¿O frente a un embustero de talento descomunal que deseaba utilizar al periodista para protegerse y eventualmente para extorsionarlo?
Casi cinco años después de ese dilema, el autor nos entrega “El Hijo de la Guerra” (Seix Barral). Tras 444 páginas uno se encuentra con el dilema de decidir qué es exactamente lo que leyó: ¿una apasionante novela negra o una magistral crónica periodística? Y es que este relato es el mejor reportaje que se haya escrito sobre el mundo interior de los Zetas; y cuando digo interior no solo me refiero a la antropología de la comunidad sino también de sus corazones, sus temores o sus pesadillas. ¿Qué pasa por la mente de un sicario que acribilla a una docena de jóvenes o degüella a un ex compañero? ¿Cómo hace para seguir viviendo consigo mismo?. El testimonio de Galdino nos lo explica. Como también nos explica la manera en que fue el Estado el instrumento que creó a los Zetas, un frankenstain que se volvió incontrolable.
Pero a ratos, a mitad de una página surge la duda: quizá todo es inventado y no se trata más que de una adictiva novela de aventuras siniestras a partir de sucesos dramatizados por nuestro personaje. Una duda que incomoda a mitad de la lectura pero al final termina convertida en el mayor de los incentivos para devorar el libro.
Y es que estas dos posibles lecturas, reportaje o novela, encierran a su vez una tercera. El relato de un personaje, el periodista, en proceso de descubrir una historia. Las narraciones del Z9 son tan apasionantes como el vía crucis del propio investigador para documentar paso a paso qué es verdadero, qué es una exageración o qué es falso. Y digo que esto es apasionante porque no se trata de un proceso racional, sino vivencial. Los dos, sicario y periodista, terminan afectándose mutuamente, a medida que se van midiendo, provocándose y retándose, cada cual con el propósito de conseguir lo que se propone.
Este es pues un libro de las multiplicidades. No solo porque son varios en uno, sino porque nacen del testimonio de un personaje que a lo largo de las páginas acabamos por entender que no es uno, sino una multitud. Me recuerda a las crónicas de los viajeros de Indias, que describían en calidad de testigo no solo aquello que personalmente vieron sino también aquello que sus colegas les relataron y que dan como vistas. Galdino, está claro, no pudo haber estado en todas las escenas que nos describe como propias, pero eso no asegura que no haya sucedido como él dice. En ese sentido, hay partes del testimonio de Galdino que no son reales, pero son verdaderas.
Estos días he estado viendo la serie de Narcos México, en el que Diego Luna hace de Diego Luna e intenta convencernos de que es Miguel Félix Gallardo. La serie está basada en hechos y personajes reales, pero son tan evidente los clichés a los que se recurre una y otra vez para convencernos de que es real, que termina por parecernos artificioso. Todo lo contrario de los relatos recogidos por RR en su novela de no ficción. Puede no haber sucedido en esa casa lo que él relata, pero no tenemos duda de que las frases, las actitudes y la perfecta disposición de cada uno de los involucrados en la escena es absolutamente fidedigna. En Narcos lo que vemos son hechos reales expresados en relatos ficticios; mientras que en Hijo de la Guerra vemos relatos reales y ficticios que remiten a hechos reales. En ese sentido, como Jorge Volpi con su novela sobre Florance Cassez o Enrique Serna sobre el periodista Carlos Denigri, Ricardo Raphael escribe la suya para explicarnos bien a bien qué es lo que está sucediendo.