Hay plaza para todos
Hay calle para todos, decía Alfonso Reyes en 1932. Respondía entonces a quien le exigía entrega total a la causa nacionalista. Se le exigía al diplomático entrega exclusiva al tema y al tono que eran políticamente aceptables. Reyes, con su elegante cordialidad, respondía: “La única manera de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal”. La nación no podía encerrarse en un discurso. “A la vuelta de correo”, la larga carta polémica que Reyes le escribió a Héctor Pérez Martínez no es solamente la defensa de una literatura que resiste a los dictados de la ideología. Es también el bosquejo de una nación abierta, generosa, dialogante. El ensayo cobra hoy una quemante actualidad por la furia ideológica que quiere someter a la ciencia, por el dogmatismo oficial que se ha vuelto persecutorio, por la baba panfletaria que se encumbra como modelo que pensamiento transformador.
Bajo la polémica literaria se escucha la apasionada defensa de un país abierto al mundo, un país receptivo a las muchas voces de su diversidad, a las muchas fibras de su tradición. Contra las exclusiones y las excomuniones, contra el odio, el insulto y el desprecio, Reyes levanta la voz para defender la circulación de todas las tendencias y todos los tanteos. Lo hace Reyes ejemplarmente, empezando por escuchar con respeto a quien lo ataca para exponer con firmeza sus desacuerdos. México, dice ahí, es algo que estamos fabricando entre todos. En esa carta-ensayo fechada en Río de Janeiro, Reyes denunciaba las aduanas estéticas que el nacionalismo pretendía levantar para definir lo que era admisible y lo que debía ser rechazado; la absurda manía de convertir nuestra salud en cáncer. ¿Por qué destruir aquello que nos da nuestra riqueza? Había una convocatoria en ese ensayo: que todos traigan su ladrillo a cocer en el horno común, pues solo así seguiremos construyendo el edificio. “Hay calle para todos. Nada más estéril que los comadreos entre capillas”.
Y si hay calle para todos, hay plaza para todos. La manifestación del día de ayer es o, más bien, las manifestaciones del día de ayer son testimonio de la hospitalidad cívica que necesitamos recuperar para México. Un plantón marcado por una infinidad de desacuerdos que apenas coincide en lo fundamental. Ni más ni menos: lo fundamental, el acuerdo que reconoce diferencias, la plataforma que nos alienta al diálogo, el método que permite superar el conflicto. Ese es el hondo punto de coincidencia: defender el parque de todos. Estamos en la Plaza de la Constitución subrayó José Ramón Cossío. Nos junta un espacio que no es de nadie y venimos a cuidarlo. Los delirios revolucionarios de un régimen no pueden legitimar el agandalle. La Constitución, decía el jurista, es el ámbito que cuida nuestra diversidad, que levanta cautelas para que el poder no sea opresivo, la palanca que busca remontar disparidades, el receptor de la voluntad mayoritaria y el protector de los derechos de cada quien.
El éxito de la convocatoria hace patente una experiencia novedosa que se insinúa en las palabras de Cossío y en los lemas que se corean en la plaza. Podría llamársele, como lo han bautizado los alemanes, patriotismo constitucional. Una multitud que no comparte ideología, un grupo que no pretende encumbrar un nombre coincide en respaldar a una institución y un paquete de normas. Su mensaje está dirigido al último tribunal. A la Suprema Corte le exige simplemente que cumpla su deber: defender la Constitución. El sentido de pertenencia de ese patriotismo constitucional se muestra como adhesión a reglas e instituciones que contienen una historia de orgullos. El INE al que se defiende contiene tiempo provechoso. Agravios y trampas que dieron paso a denuncias, negociaciones, acuerdos, leyes. Quienes salieron de nuevo a defender al INE no están dispuestos a convertir ese tiempo fructífero en basura para gratificación de un megalómano enamorado de su capacidad de destrucción.
Inaceptable que las reglas fundamentales de la competencia democrática las dicten unos sin escuchar a los otros. Inaceptable que las reglas del juego político se rehagan por disciplina ciega. Inaceptable que se ignoren las órdenes de la Constitución para satisfacer el capricho de un caudillo. La República está en manos de la Suprema Corte.