Gámez y Palacios, la difícil toma del poder
Culiacán y Mazatlán: administrar la guerra
Sin haber motivo para sacarle la vuelta al tema, el Alcalde de Culiacán, Juan de Dios Gámez Mendívil, y la Alcaldesa de Mazatlán, Estrella Palacios Domínguez, tendrán que ofrecerles a sus gobernados hechos y arrestos que desde las primeras horas del 1 de noviembre les calmen la angustia de vivir en ciudades tomadas como campos de batalla por las organizaciones del narcotráfico enfrentadas en la disputa de la hegemonía del Cártel de Sinaloa. Así, desechando discursos de hueca rimbombancia, y pergeñando acciones factibles y creíbles, podrían quitarle espacios a la desconfianza y reponérselos a la esperanza.
Existe una gran expectativa no por la parafernalia de la asunción al poder sino por la necesidad de la gente en cuanto a decisiones que le den sosiego en la atmósfera donde tantos días de delincuencia amenazante hacen que desborde la paranoia del arma en la sien y la tardanza en que llegan a protegernos los militares y policías. Los presidentes municipales hoy más que nunca deben plantarse en las soluciones que pertenecen a sus ámbitos, pues los nuevos silencios serán interpretados por los ciudadanos como refrendados desamparos que vendrían a tumbar aquello que dificultosamente resiste de pie.
Al iniciar el trienio para el que fue electo después de que llegó en junio de 2022 a hacer el control de los daños que dejó el anterior Alcalde, Jesús Estrada Ferreiro, de Gámez Mendívil se esperan medidas que dejen de ser “curitas” y pasen a las acciones que signifiquen remedios. Aparte de asumir como suyo el tema de la inseguridad, sin repetir el error de endosarlo al Estado y Federación, necesita presentar la estrategia de fomento a la inversión privada que le quite el freno que la delincuencia les pone a las empresas limpias. Antes de que la economía local colapse en definitiva, el Edil morenista deberá atraer importantes capitales productivos.
También Gámez Mendívil debe hablarles de frente a los culiacanenses planteando la realidad y siendo honesto en las soluciones de las cuales dispone. Culiacán es de gente buena, de tesones por el emprendimiento y la gran empresa, pero padece desde hace décadas las derivaciones de conflictos entre grupos criminales con intervalos de paz o prolongados episodios de salvajismo como el actual. La ciudad de los tres ríos es cuna del narco pero ya no basta con mecerla con la complicidad para mantenerlo apacible; ahora sin las águilas del Cártel de Sinaloa que cuidaban la estabilidad del nido los polluelos proceden a destruirse entre sí.
En el caso de Mazatlán, aunque conservó ciertos niveles de tranquilidad durante los primeros 45 días contados desde el inicio de la narcoguerra, un solo evento que esparció la ráfaga en un amplio sector urbano colocó al puerto en el mismo nivel de miedo e incertidumbre que el que vive Culiacán a partir del 9 de septiembre, jornada carente de tranquilidad intermitente. Bastó la madrugada que abrió la última semana de octubre para recalcar a la Perla del Pacífico en el mapa de la barbarie.
Sin embargo, todavía no es el momento de declarar a Mazatlán como otro territorio tomado por el crimen organizado. Existe mucha diferencia entre la violencia perpetrada en la capital del estado y la que padece el municipio sureño, lo cual nada tiene que ver con condiciones para que la fuerza pública federal y estatal bajen la guardia. Al contrario, significa el instante exacto para blindar a los sectores económicos y sociales mazatlecos. Es cuestión de combatir el estigma blandiendo la belleza del destino de sol y playa.
Sería terrible que mientras las empresas navieras mantienen la confianza en el principal destino turístico de Sinaloa, con la llegada ayer de los cruceros Majestic Princess y Discovery Princess que trajeron casi 10 mil visitantes y tripulantes, a los sinaloenses, empezando por las autoridades, nos inmovilizara el desánimo y abandonáramos las trincheras desde las cuales estamos obligados a defender la seguridad y tranquilidad como bases del desarrollo humano. Que el pavor no opere como barrera de contención de la acción cívica en defensa de lo fundamental.
Estrella Palacios ni nadie deberían ver esto con dejos de resignación ni el conjuro de rendición. Menos el Gobernador Rubén Rocha que sí puede evitar que al colapso que gradualmente amenaza al sector comercio de Culiacán, se le agregue la posible afectación al factor turismo que significa el 7 por ciento de la producción estatal que cada año genera alrededor de 40 mil millones de pesos. Esta crisis es reversible, por supuesto, si somos capaces de anteponerle la historia y la gloria de esta tierra a la mala fama que le da Sinaloa el hecho de ser semillero de grandes capos.
Por ello, ante las ilusiones consensuadas por la paz, Gámez Mendívil en Culiacán y Palacios Domínguez en Mazatlán serán vistos a partir del viernes como la tabla de salvación divisada en el oleaje de sangre de la narcoguerra donde la civilidad va al naufragio. Infortunadamente, los gobernantes son para la masa cívica el último reducto entre el fuego cruzado y las balas perdidas, balsa en la que muchos no quieren subirse a ella sino hundirla.
Oremos en esta narcoguerra contumaz,
Para que la ciudadanía los respalde,
En que Paloma llegue a ser ave de paz,
Y llamarse Juan de Dios no sea en balde.
Cómo duelen las víctimas inocentes cuyas vidas le son cercenadas a Sinaloa cuando se hallan en plena lucha por mejores futuros. Jason y Yukhie Adaly, los dos jóvenes estudiantes de las facultades de Medicina y Arquitectura de la UAS, simbolizan la daga de la irracionalidad que mutila la esperanza de las familias por sacar adelante a sus hijos sin perder la vida en el intento. A la impotencia y tristeza que embarga a ambos hogares solamente podemos responderle con la solidaridad colectiva y el unísono grito de justicia. Y con creer que algún día, el que sea, sabremos defender el derecho a vivir en paz, ser felices, y que nunca nos mate el crimen tales ilusiones.
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