Fronteras de oportunidad en la pandemia: el Covid-19 presenta desafíos para la educación transfronteriza
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Brendan.H.Oconnor@asu.edu
A principios de este mes recibí mensajes de correo electrónico provenientes de dos de mis exalumnas de la universidad, quienes crecieron y estudiaron en Matamoros, Tamaulipas, desde la primaria hasta el bachillerato, y cursaron sus estudios universitarios en Texas, en donde ahora se dedican a la enseñanza. Valeria labora en Kingsville, poblado que se sitúa a dos horas de la frontera, dando clases en una escuela primaria bilingüe, y Grecia, por su parte, trabaja como profesora de español en Austin, la capital del estado.
En sus respectivos mensajes, Valeria y Grecia -jóvenes maestras con una prometedora carrera y perspicaces observadoras y analistas de la educación fronteriza- compartían sus experiencias sobre lo que para ellas ha sido enfrentar con sus alumnos los desafíos, por demás conocidos, para muchos educadores en la actualidad: falta de acceso a dispositivos y una conexión confiable a Internet, la necesidad resultante de tener que compartir la tecnología y el espacio con miembros de la familia y vecinos, responsabilidades agregadas de cuidar niños u otras obligaciones laborales, así como asuntos relacionados con la salud física y mental.
Valeria aún se encuentra en Kingsville, coordinando la enseñanza desde el hogar para sus alumnos y soportando lo absurdo de asignar calificaciones en momentos como este. Grecia se encuentra en cuarentena con su familia en Matamoros, intentando impartir conocimientos en línea a estudiantes que se encuentran en Austin, al tiempo que tranquiliza por teléfono a los padres, quienes, en medio de la confusión, intentan ayudar a sus hijos para que cumplan con sus tareas de bachillerato.
Muchos alumnos de Grecia, al igual que mis estudiantes universitarios de Arizona State University, le han dado a conocer sus preocupaciones financieras. “¿Se puede usted imaginar la frustración y presión que estas circunstancias ocasionan en nuestros alumnos?”, pregunta.
Si bien muchos de estos problemas no son privativos del territorio de la frontera entre México y Estados Unidos, se acentúan en el alumnado como el de Valeria y Grecia. Existen investigaciones que sugieren que los acontecimientos sociales y políticos extraescolares tienen efectos desproporcionados en las oportunidades educativas para los alumnos transfronterizos, quienes cruzan las fronteras internacionales regularmente en el transcurso de su educación, ya sea para asistir a la escuela o por otras razones (por ejemplo, los estudiantes de El Paso/Ciudad Juárez, San Ysidro/Tijuana y Brownsville/Matamoros).
La pandemia del Covid-19 -al igual que los ataques del 11 de septiembre, la amenaza de la violencia que suscitan los cárteles y la creciente presencia de migrantes centroamericanos en busca de asilo- ha dado al gobierno xenófobo de Estados Unidos un pretexto para restringir el traslado de los estudiantes y familias a través de la frontera y para limitar la inmigración. En el presente, la situación implicó prohibir todos los viajes “no esenciales” en la frontera entre México y Estados Unidos y prolongar el calvario de las familias que buscan asilo, principalmente provenientes de Centroamérica, quienes permanecen en el limbo y en riesgo de contraer Covid-19 en el lado mexicano de la frontera. Se supone que los cambios temporales en la política, como estos, se pueden imponer en momentos de crisis, pero difícilmente se anulan, además de entorpecer la fluidez de la zona fronteriza. Estos cambios alteran los patrones de movilidad de las familias, obligándolas a mudarse o impidiendo su desplazamiento regular, lo que dificulta aún más que los niños reciban una educación constante y efectiva.
Para entender las consecuencias de la pandemia sobre la educación en la frontera es necesario tener claro en dónde se encuentran nuestras zonas fronterizas y reconocer las diversas formas en que la frontera influye en la vida de los jóvenes mexicanos, mexicoamericanos, latinos e inmigrantes. Los jóvenes no experimentan la frontera sólo como una barda o una línea en el mapa. Desde mi perspectiva de maestro e investigador educativo, los estudiantes sufren, en su vida cotidiana, el dolor de “la herida abierta” de la frontera, como lo llamó la académica chicana Gloria Anzaldúa.
Para los estudiantes indocumentados, o beneficiarios del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (Deferred Action for Childhood Arrivals, DACA), establecido durante la administración de Obama, el cual ofrece provisionalmente un estatus legal a los jóvenes inmigrantes, la pandemia ha intensificado la sensación de crisis en torno a su situación, ya de por sí precaria, como estudiantes y residentes de Estados Unidos. Si las políticas de Estados Unidos y estatales no les han permitido olvidar la frontera, el Covid-19 ha sido un recordatorio particularmente doloroso de su presencia. Los beneficiarios del programa DACA que se graduaron de bachillerato en Arizona deben pagar los costos de matrícula para residentes del estado a una tasa del 150 por ciento con la finalidad de poder asistir a nuestras universidades públicas, a diferencia de sus compañeros con estatus de ciudadanos o residentes permanentes, además de sufrir efectos desproporcionados derivados de la recesión económica que la pandemia generó. Entre los estímulos económicos que se han dispuesto en Estados Unidos se ha considerado el financiamiento de emergencia para los estudiantes, pero el Secretario de Educación de este país ha argumentado que los estudiantes que están en el programa DACA deben quedar excluidos de la asistencia, lo que contradice la propuesta legislativa.
Sumado a lo anterior, los estudiantes indocumentados y beneficiarios del programa DACA continúan sufriendo la angustia de saber que sus padres o hermanos pueden ser deportados y que ellos pueden perder su estatus legal, dependiendo de la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos, esperada para finales de esta primavera. Una generación de retornos escolares, estudiantes educados en Estados Unidos, de origen mexicano, que se han mudado a México, con frecuencia debido a la deportación (o amenaza de deportación) de un familiar, da testimonio del desafío que representa la adaptación a un sistema escolar diferente debido a los azares de la política migratoria. Los estudiantes en cuya familia hay diversos estatus migratorios, en donde algunos integrantes tienen un estatus legal, pero otros no, pueden estar trabajando más horas para sostener a la familia si alguno de sus miembros ha quedado desempleado. Los padres y abuelos de otros estudiantes han conservado su empleo por ser “trabajadores esenciales”, dedicados a actividades de riesgo -como agricultura, empacado de carne y cuidado de la salud- en donde el riesgo de infección es alto, con un acceso limitado a la atención médica, mientras el coronavirus devasta comunidades latinas en todo el país.
En medio de esta turbulencia, las familias en situación de vulnerabilidad se confrontan con múltiples cuestionamientos: ¿Qué implicaciones tiene para la privacidad y para las familias con miembros indocumentados y con diversos estatus el cambio a una educación en línea, en el hogar, y el hecho de que una institución pública se asome a su mundo? ¿Cómo pueden las familias predominantemente hispanas defender la educación de sus hijos cuando la comunicación con maestros y personal escolar representa aún más desafíos? ¿Cómo pueden los cuidadores colaborar con las escuelas para admitir estudiantes con discapacidades y necesidades especiales?
Al considerar las modificaciones en la enseñanza como respuesta a la pandemia, los profesores, administradores y formuladores de políticas deben recordar que las experiencias de los estudiantes y sus familias están estrechamente vinculadas a su relación con la frontera, ya sea que vivan o no cerca de la línea trazada en el mapa. Los cambios didácticos que la pandemia ha originado, y el caos, confusión y sufrimiento que ocasiona, tienen un efecto desproporcionado en la población fronteriza.
Aunque enfrentamos un panorama educativo profundamente alterado, por justicia es imprescindible encontrar formas innovadoras de abrirnos paso a las oportunidades con el fin de propiciar un futuro equitativo para los estudiantes con vínculos en ambos lados de la frontera por la familia, el idioma, la cultura y la nacionalidad.