¿Fin y principio?
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Arturo Santamaría Gómez
santamar24@hotmail.com
¿El Covid-19 anuncia el fin de una era y el principio de otra?
A millones de mujeres y hombres en el mundo de a pie no les importa si este es el fin de una era, una época o una etapa histórica, como ya plantean pensadores de todas partes y de todas las disciplinas, lo que les angustia es que es el fin de su empleo y el sustento de sus hogares. Para ellos esto es lo inmediato y lo importante.
En tan solo tres meses se habrán perdido en el planeta, según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo, 195 de millones de trabajos, y se fugarán varios más en lo que resta del año y del próximo. En Estados Unidos han desaparecido alrededor de 20 millones, en Europa cerca de 12, y en México oficialmente, según el último informe, poco menos de 350 mil, pero probablemente esta cifra se queda corta. En África, América Latina, gran parte de Asia y algunos bolsones de Europa y Estados Unidos el correlato de lo anterior será, según pronósticos de la ONU entregados el pasado miércoles, el hambre extrema. Podrían morir más personas por hambre en los próximos años que por la pandemia. Es decir, los efectos económicos y sociales del coronavirus serán más letales que los sanitarios. Esto es lo relevante y desafiante a corto plazo.
A pesar de que en apariencia hablamos de dos campos diferentes: naturaleza y sociedad, o ser humano como entre biológico y ser humano como ente social, en realidad lo que nos revela la actual crisis sanitaria-económico-social, más que ningún otro hecho histórico previo, es que la modernidad separó la relación naturaleza-sociedad, en gran medida por razones de estudio científico, cuando en verdad están íntimamente relacionadas porque los hombres y mujeres somos naturaleza y sociedad a la vez. A pesar de esta obviedad, creímos equivocadamente que la sociedad era más importante que la naturaleza y que la podíamos subordinar a nuestro antojo.
El Siglo 21 está pagando las consecuencias de esa tesis que guió a gran parte de la humanidad por varios siglos. El Covid-19 es el caso más contundente del daño que hemos hecho a la naturaleza en la era global y, a su vez, el hecho social más visible que demuestra la fragilidad de la sociedad ante los embates de una naturaleza dañada gravemente.
En un plano de análisis más histórico, podríamos decir que así como la caída del Muro de Berlín fue el inicio de la desaparición del socialismo realmente existente, la crisis sanitaria-económica-social-política que ha generado el Covid-19 podría ser el inicio de la caída del neoliberalismo, porque este modelo económico aceleró una globalización que profundizó la concentración de capitales, la precariedad laboral, la desigualdad en la distribución de la riqueza, y minó la capacidad del Estado para enfrentar las demandas sociales de salud, seguridad, educación y otros rubros más.
Los pronósticos del fin del neoliberalismo proceden más bien del flanco teórico, ideológico y político de izquierdas, aunque también de franjas del liberalismo, en casi todas las naciones, desde Estados Unidos y Etiopía pasando por México. No obstante, en el lado opuesto, sobre todo en las capas empresariales y en intelectuales afines, no se concluye que el neoliberalismo sea la causa principal de la crisis, y que por el contrario hay que profundizarlo para hacer a las sociedades más productivas y ricas, y con menos Estado.
A corto plazo, la único pronosticable es una crisis sin precedente en la gran mayoría de las naciones contemporáneas. Pero cuál va a ser la salida a esa crisis no está claro en términos teóricos, ni en el escenario de la lucha política, ni en los planes de ningún gobierno.
Y, si hablamos en un nivel de análisis más abstracto, viendo las cosas a más largo plazo, abundantes analistas y comentaristas plantean que el mundo tendrá que cambiar radicalmente muchas de las prácticas sociales que se han acendrado en por lo menos gran parte de la segunda mitad del Siglo 20 y las dos décadas del 21, como el individualismo egoísta, el consumismo, el antiestatismo, la discriminación racial y clasista, etc., por lo que habría que retomar la solidaridad, la cooperación, la disciplina, la organización civil constante, el respeto a la diversidad, la crítica a todo tipo de poder abusivo y excluyente, y el acatamiento de las normas y leyes consensuadas, entre otras prácticas, costumbres y hábitos sociales.
Si algo nos ha enseñado la crisis sanitaria es que solo la solidaridad, la cooperación, la organización y una alta dosis disciplinaria nos pueden sacar adelante. En esta línea de pensamiento, queda claro que esas construcciones sociales, que también podemos llamar valores, los cuales han sido paulatinamente abandonados en mayor o menor medida en numerosas naciones, más la creación de otras que favorezcan equilibrio y la armonía con la naturaleza y entre nosotros mismos, tendrán que ser adoptadas y extendidas en la mayoría de las naciones si es que queremos un futuro más halagüeño. No obstante, la forja de nuevas pautas de conducta individual y social no se logra de la noche a la mañana. Esos procesos por norma consumen varios años, incluso una o dos generaciones.
En México, en particular, no está claro que saquemos enseñanzas de largo aliento para cambiar positivamente a corto y largo plazo, porque observamos una profunda división ideológica y política, y una serie de conductas incomprensibles e irracionales de capas sociales, quizá minoritarias, pero muy activas, ignorantes, desestabilizadoras y cada vez más agresivas.
En México, como en gran parte del mundo -tan solo veamos las reacciones radicalmente individualistas de la derecha estadounidense- el cambio va a ser más lento y difícil. Espero equivocarme.