Filosofía en la calle
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Continuamente abordamos el manido prejuicio de que la filosofía es una disciplina para iniciados, intelectuales y entendidos. Esta concepción no es gratuita, porque tradicionalmente se nos enseñó que era así.
Eduardo Infante, en su libro “Filosofía en la calle”, recordó que los enseñantes de filosofía influyeron mucho en esta falsa concepción, pues en sus disertaciones parecían recordar el mito platónico de la cueva en la que los hombres solamente veían sombras, pero no tenían acceso a la vida real:
“Los profesores corremos el peligro de convertir nuestras aulas en cavernas, desconectadas de los problemas y las inquietudes de nuestros alumnos: algunos libros de texto de filosofía parecen diseñados para aburrir, como si el verdadero propósito fuese evitar que los estudiantes piensen”, expresó.
Tomando como epígrafe una frase del filólogo y crítico español, Carlos García Gual, en su obra “La filosofía helenística”, citó: “La filosofía nació en los foros de las ciudades griegas, no en las aulas, y Sócrates nos enseñó que ejercerla es debatir en la plaza pública acerca de lo justo y lo injusto, la verdad o la felicidad. La filosofía no fue sólo una disciplina escolar, sino también un arte de vivir, una ascética para la felicidad en tiempos revueltos”.
Infante, añadió: “Pero en cierto momento de nuestra historia se le arrebató la filosofía al pueblo para encerrarla en las bibliotecas de los despachos de técnicos y «especialistas», que escribían en un latín que sólo ellos podían leer e interpretar. Con posterioridad, esta lengua fue sustituida por un conjunto de tecnicismos y «palabros» extraños que únicamente podían comprender los iniciados”.
La filosofía no está en la calle en el sentido peyorativo del término, sino que nació en la calle y debe permanecer en ella.
¿Ilumina la filosofía los problemas de la calle?
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@rodolfodiazf