Filosofar en el dolor
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“Al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta”, expresó Platón. Sin embargo, parafraseándolo, podríamos decir que al contacto del dolor todo el mundo se vuelve filósofo.
En efecto, en más de una ocasión hemos acentuado que el saber filosófico no consiste en un enciclopedismo sistémico o en una vacua erudición discursiva.
La filosofía no es una asignatura académica o esotérica reservada a los grandes iniciados e intelectuales, sino que nace al confrontarse –de acuerdo a Karl Jaspers- con las situaciones límite (muerte, padecimientos, lucha, azar, culpabilidad) y pretende responder a los grandes interrogantes existenciales a que se enfrenta el ser humano.
“Sucede que el dolor se presenta muchas veces como un despertador para las preguntas filosóficas. Bien puede decirse que el dolor es una incómoda manera de volvernos filósofos”, afirmó el filósofo argentino Mariano Asla.
Sin embargo, no todas las personas canalizan su dolor filosóficamente, hay quienes semejan muertos en vida porque han perdido el sentido de la existencia y no saben manejar sus pérdidas y sufrimientos; se sienten defraudados e incomprendidos por lo que desbordan su rabia, desesperación, enojo y frustración golpeando e hiriendo a los demás con desprecio, gritos, insultos o siniestras actitudes.
Volvemos a insistir: todos tenemos problemas, pérdidas y dolores, lo importante es cómo los canalicemos. El escritor argentino Alejandro Rozitchner, hijo del filósofo León Rozitchner, señaló: “Vivir tranquilo no es, como se cree, no tener problemas. Es vivir tranquilo los problemas que se tienen”.
La cuerda de un violín puede tocar las más dulces o lastimeras notas, todo depende de cómo se le pulse. “Mi alma es una orquesta oculta -dijo Pessoa-; no sé qué instrumentos rechinan y tocan en mi interior, cuerdas y arpas, timbales y tambores. Solo me reconozco como sinfonía”.
¿Manejo filosóficamente el dolor?