Félix, un final infeliz
La elección de Félix Salgado Macedonio como candidato de Morena para el gobierno de Guerrero culmina una de las más desafortunadas decisiones políticas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Y digo de López Obrador porque, a diferencia de otras polémicas decisiones y escándalos de Morena, atribuibles a las muchas inconsistencias de sus líderes y a los vicios de las tribus que conforman el partido, en esta ocasión todo apunta a que la postulación de este cuestionable personaje obedece a una determinación del Presidente.
Mucha tinta ha corrido sobre el golpe que representa para el movimiento feminista la entrega del gobierno de Guerrero a un hombre que convirtió su misoginia y los escándalos políticos en marca de identidad, por no hablar de los expedientes abiertos por abusos y posibles violaciones. El hecho de que el Presidente haya preferido asumir la factura política, a pesar de todo, confirma a juicio de muchos su incapacidad para entender la causa de las mujeres o de plano su falta de sensibilidad al respecto.
¿Por qué lo hace el Presidente? Las razones que anidan en su pecho solo pueden adivinarse, a pesar de que su pecho no sea bodega. Pero antes quisiera descartar un par de presuntos argumentos. Primero, una supuesta necesidad por motivos electorales. Según esta versión, Salgado Macedonio podía ser impresentable a ojos de la llamada opinión pública, pero su popularidad en Guerrero lo hacía imprescindible para asegurar el triunfo en la entidad. En esa lógica, entre dos facturas a pagar, AMLO asumió que la abolladura que representa el descontento por esta medida era preferible al costo político de perder un estado actualmente en su poder. Este argumento es absurdo. Hay un absoluto consenso respecto al dominio de Morena en la entidad: prácticamente sin importar el candidato, el partido del Presidente retendrá esta gubernatura. Es decir, no está aquí la respuesta. Lo de Salgado Macedonio obedece a otra causa.
¿Premio a la lealtad? No me parece una razón concluyente, pero al menos en esta hipótesis hay más asideros. En efecto, el ex alcalde de Acapulco ha apoyado a AMLO a lo largo de varias décadas por encima de cualquier circunstancia. No se trata de un miembro íntimo del círculo lopezobradorista, pero sí un aliado en Guerrero con quien el Presidente siempre ha contado. Sin embargo, también sería el caso de algunos otros correligionarios, incluso en Guerrero. Por otra parte, si bien es cierto que la lealtad es el factor fundamental en las designaciones del Presidente, también lo es que no siempre la lealtad asegura un nombramiento. Para decirlo rápido: por lo general los nombramientos entrañan el requisito de la lealtad; pero no toda lealtad necesariamente es premiada con un nombramiento. Y allí están los casos de tantos acompañantes de viejo cuño que no fueron incorporados a posiciones claves del gabinete, a donde sí llegaron recién conversos como Olga Sánchez Cordero, en su momento Germán Martínez o Esteban Moctezuma (quien, por ejemplo, fue elegido para la SEP por encima de la maestra Delfina Gómez, con más “merecimientos” lopezobradoristas). Es decir, no es que AMLO estuviera obligado por un mero principio de lealtad a entregarle la gubernatura a Félix Salgado.
¿Por qué, entonces? Tengo la impresión de que es una determinación que obedece, como en el caso del avión presidencial o el movimiento feminista, a decisiones iniciales de AMLO quien, frente a la resistencia, la crítica o los obstáculos termina concluyendo que, al margen de los motivos iniciales, lo último que puede hacer es recular o ceder y verse en el riesgo de proyectar una imagen de debilidad. La rifa de un avión presidencial sin avión, por ejemplo, fue una culminación surrealista y forzada para mostrar que, de alguna manera, no había dejado de cumplir su palabra: convertir en dinero para los pobres ese símbolo del dispendio que era el avión de Peña Nieto. El Presidente había sido presa de sus propias palabras y prefirió una rifa absurda antes que aceptar que no había condiciones para cumplir esa promesa.
Algo similar sucedió con las precandidaturas en Guerrero. AMLO se molestó por el protagonismo del grupo político que encabeza Irma Sandoval, su colaboradora en la Secretaría de la Función Pública y su hermano Pablo Amílcar Sandoval. El enorme despliegue de recursos de este último para asegurarse la candidatura al gobierno de Guerrero, donde fungía como super delegado federal, y la iniciativa atribuida a este grupo para deshacerse de Félix Salgado mediante la actualización de los expedientes de abuso, fueron consideradas por Palacio Nacional como un fuego amigo inadmisible. Las primeras expresiones del Presidente para apoyar a Félix Salgado tenían el propósito esencial de neutralizar este ataque juzgado como improcedente y atajar la candidatura de Pablo Amílcar, a quien mucha gente daba como seguro ganador.
Pero si el apoyo del mandatario obedeció al inicio a ese motivo, el alud de críticas que recibió al hablar favorablemente de un presunto abusador de mujeres dejó atrapado a AMLO en su propia argumentación. A partir de ese momento Félix Salgado tenía que ganar esencialmente para no mostrar a un Presidente doblado por la presión popular. Y esa, me parece, es en última instancia la razón de esta polémica decisión.
López Obrador tiene una peculiar noción de la investidura presidencial que le lleva a pensar que cualquier muestra de una supuesta debilidad abolla la institución o la imagen de su persona. De allí su rechazo a aceptar una silla durante las mañaneras, pese a que a veces debe esperar de pie largos tramos durante la intervención de otros expositores, o su resistencia a usar públicamente un tapa bocas, como si fuese un signo de vulnerabilidad inadmisible en el líder de la Nación.
Félix Salgado será gobernador de Guerrero, aunque para ello Morena haya tenido que hacer circo maroma y teatro para legitimarlo y recurrido a una argucia de mal gusto para postergar su decisión hasta después del 8M. Pablo Amílcar renunció a la precandidatura y abrió la posibilidad de que el Presidente hubiera optado por una mujer, lo cual habría sido una salida más que aplaudida. Pero a ojos del Presidente eso habría significado una derrota ante la presión popular.
Más allá de la cicatriz abierta que dejará frente al movimiento feminista, insalvable a partir de ahora, es una decisión que entraña algo igualmente grave: la irresponsabilidad ética de un partido cuyo líder llegó al poder con la obsesión de combatir la corrupción moral en las prácticas públicas.