¿Extrañar a un imperio?
Una vez vengada Tenochtitlán (en la patológica imaginería de algunos), con luz, sonido y cartón al centro, en un irresponsable festejo en pleno Covid, regresamos a la realidad.
Más del 93 por ciento de la población mexicana es mestiza, (H. Rangel Villalobos, https://doi.org/10.1002/ajpa.20980). La pureza originaria, como siempre, es una peligrosa quimera al servicio de demagogos. Ahora, en lugar de sentirnos orgullosos del mestizaje, que se dio en pocas latitudes, lo perseguimos. ¿Se puede perseguir al pasado? Nuestra realidad histórica sería inexplicable sin los tres siglos de Conquista, cuestión magistralmente ridiculizada por J.M. Zunzunegui: del mariachi al tequila, de las magníficas edificaciones coloniales a la Virgen de Guadalupe, de Jesucristo al pan. La realidad cotidiana está allí y nos mira quizá con una sonrisa maliciosa. El descendiente de cantábrico, hoy es el impulsor de la pureza.
Imposible imaginar al México de hoy, con mucha desigualdad, con racismo soterrado, pero también la gran reserva del español, venero de fantásticas expresiones culturales, continente de las explosivas clases medias “aspiracionistas” -como lo fue el abuelo del hoy vengador- sin el mestizaje. México cambió, creció y crecer duele. El vengador de Palacio -edificado por Hernán Cortés- quiere borrar la herencia española más de cinco siglos después del descubrimiento de América, dos siglos después de un largo proceso de independencia encabezada principalmente por criollos. Algunos siguen siendo incapaces de leer con mesura nuestra historia, mejor deformarla, todo por un ego insaciable.
Es difícil digerir el papel que han jugado los imperios. Siempre miran por territorios y riquezas. Han cometido enormes injusticias y barbaridades como los belgas en África. Pero también es cierto que con frecuencia han jugado un importante papel civilizatorio, modernizador de las relaciones humanas. Cómo valuar el impacto del cristianismo sobre la población indígena en América Latina. No hay blanco y negro. El dilema de los imperios es apasionante, pero no simple. A quién le debe la India su democracia, pero, cómo olvidar la arbitraria división del norte de África en manos europeas. La confrontación cultural y civilizatoria nunca acaba.
Ni un centímetro de tobillo expuesto si no quiere una mujer ser injuriada. No maquillarse ni estrechar la mano de un varón que no sea su cónyuge o un familiar. No reír a carcajadas, o escuchar música o ver televisión. La misoginia de los talibanes no tiene fin. Luis de la Barreda lo recordó en estas páginas con gran pertinencia. Para las infieles, lapidación. Tras dos décadas de intentar una contención del horror, los EEUU abandonan a ese pueblo. ¿Habrá cambiado en algo ese país? Probablemente sí. Las personas cayendo del avión militar en Kabul son imborrables. “Nos gustaría escapar del infierno”, gritan desesperados. ¿Extrañan al imperio? Se calcula que los extremistas son alrededor de 75 mil, Afganistán tiene 38 millones de habitantes. Esos pocos expulsaron a la mayor potencia del mundo, a Occidente como un referente de civilización. China se frota las manos en la repartición de territorios con su influencia. Cómo interpretar los hechos.
¿Autodeterminación, soberanía, cultura por encima de derechos humanos? Esa discusión debería pertenecer ya al pasado: nada justifica la violación de los DDHH. El mundo, Occidente incluido, no puede cerrar los ojos, como ha ocurrido frente a otras persecuciones raciales y genocidios: igual el de los armenios por los turcos (1915-1918), alrededor de millón y medio de muertes, o los tutsis en Ruanda en 1994 o de los bosnios en 1995. Del nazismo ni hablar. La lista no acaba. Hoy es de nuevo Afganistán. El costo del abandono es predecible: atropello, sumisión, violencia, misoginia, mucha muerte.
Dejemos de solicitar perdones y engendrar venganzas absurdas. Busquemos la plenitud de la vida en libertad donde ésta se encuentre. Aceptar carencias siempre es doloroso.