Existir así en Culiacán, ya no es vivir
Hoy los ‘culiacanazos’ son por miedo

Alejandro Sicairos
10 septiembre 2024

Nada nuevo ayer cuando la capital de Sinaloa despertó con la habitual pesadilla que nos coloca una arma en la sien a todos, indistintamente, y enseguida sobreviene la realidad igual de terrible por sabernos rehenes del crimen organizado y sus múltiples cabezas devorándose entre sí. La inmutable alegoría de la parálisis generalizada y la ruidosa acometida del miedo que remarca el dilema de habituarnos a vivir así o trasmutar del silencio de los pusilánimes al rugido de una sociedad nunca rendida ante los violentos.

Estábamos dormidos hasta que nos avivó la autenticidad donde somos moradores de la capital donde al bramido de las ametralladoras de los sicarios le sigue el rugido de helicópteros de guerra sobrevolando al ras de cinturones de terror sin que los vecinos estén en aptitud de determinar qué ruido los amedrenta más. El de los rezos por los que están afuera del hogar sin que esto signifique que se sienten más sosegados los que se quedaron en casa. Del desfile de soldados seguidos por colmenas de halcones que les abren paso a los convoyes del crimen. Hemos sido reducidos a simples receptores del amedrentamiento.

No es el modo de habitar sino la forma de sobrevivir lo que nos está unificando, terriblemente, en la trinchera de las víctimas. Acá, la gente de bien afectada con actividades educativas canceladas, tareas productivas suspendidas, libre tránsito en suspenso y tranquilidad familiar en pausa; allá el hampa con armas de alto poder y vehículos artillados sembrando pánico y planteándose como el auténtico dominio, a la vez que las entidades militares y policiacas luchan por hacerse ver con la superioridad del mando constitucional.

Todos en alerta permanente. Los segmentos escindidos del narco cazándose entre ellos, el operativo militar-policiaco ajustando el operativo conforme las estrategias facinerosas en permanente evolución, los posts dándole rienda suelta a la improvisación comunicativa, los adversarios del Gobierno lucrando con la zozobra para sacar raja política, los hogares tratando de desenredar la madeja de rumores, y la movilidad urbana optando por no utilizar vialidades que creen son campos minados.

Ya no son los “culiacanazos” por el fragor de las batallas entre crimen y fuerza pública; hoy los “culiacanazos” los hace el miedo expandible. Una ráfaga de balas basta para colocar a la ciudad en la anarquía que se instala en la percepción común, bajar las cortinas en los negocios, ubicar el punto de la casa más seguro, pertrecharse en la esperanza de que la bestialidad no nos alcance. Los “culiacanazos” son también la expectativa del periodismo amarillista que finca la atracción de audiencias en la apuesta a que la adversidad atrape a ciudadanos abrumadoramente pacíficos.

Los jueves negros, que ahora ocurren en cualquier día de la semana, son la secuencia de interrogantes respecto a cuándo ocurrirán providenciales pactos o treguas entre organizaciones criminales, o las obligadas acciones de los gobiernos federal, estatal y municipales, para reponer la seguridad pública, oscilado entre tales posibilidades el péndulo de la expectativa social. Nadie ve otras salidas alternas, a no ser las que llevan al paraje del piérdase aquí toda esperanza. Miedo y nada más en la campiña regida por delincuentes bárbaros y habitada por sinaloenses atorados entre las ruinas del escepticismo.

¿A quién decirle que Culiacán ni otra ciudad o comunidad de Sinaloa pueden vivir así, sin la congoja en la gente pacífica de salir de casa y verse de pronto en medio del fuego cruzado entre células del narcotráfico ajustando cuentas entre sí, o militares y policías tratando de contener a los delincuentes? ¿A quién pedirle que esto acabe sin morir en el intento? ¿Al Gobierno instalado por la vía legítima exigiéndole que cumpla con la obligación de garantizar la paz, o al poder de facto rogándole que evite estos hechos de violencia de alto impacto que somete a la población a través del miedo inducido?

Es que el estado de cosas indica que hemos llegado al extremo de confiar más en criminales que despliegan mensajes de enorme capacidad intimidante, que en funcionarios e instituciones que intentan convencer de que hay calma como resultado de la movilización de suficiente fuerza pública. Y así cada cual desde su caverna traza las propias realidades y enseguida las proyecta al contexto exterior para que las masas atemorizadas les den el estatuto de verdad u utopía, según el desasosiego le cause estragos en cada quien.

Habitamos en dos mundos paralelos donde unos proponen el horror y desgarramiento de la norma jurídica, y otros nos convocan a resistir en tanto las instituciones de protección logran el restablecimiento de la Ley. Esas son las rutas de evacuación disponibles, sendas ambas que están lejos de ofrecer escapatorias exentas de plomo y sangre.

Entonces la prioridad deja de ser el cómo ganar esta batalla, pues lo fundamental consiste en poder ganarla sin la muerte de inocentes.

Sepa otra vez la delincuencia

Que a Culiacán no podrá vencer,

Porque la dignísima presencia,

Del culichi va a prevalecer

Dos cuentas regresivas serán activadas mañana de importancia crucial para Sinaloa y México. En lo estatal la consulta a la comunidad de la Universidad Autónoma de Sinaloa para que decida si acude al síndrome de Estocolmo condenando a la UAS a seguir a expensas de un cacicazgo que aun en medio de evidencias de cometer actos de corrupción continúa medrando del botín en que convirtió a la institución educativa. Mientras, en el contexto nacional, la esperanza de mantener a México encarrilado en la vía del constitucionalismo está depositada en que la bancada de Oposición en el Senado eche abajo la reforma que sometería el único poder que sobrevive autónomo, el Judicial, a los designios del Presidente de la República en turno.

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