¿Exentar pagos de servicios públicos? Pagar luz, agua, impuestos... o comer
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alexsicairos@hotmail.com
En un contexto excepcional como el que hoy presenta la pandemia de coronavirus, el Gobierno en sus esferas federal, estatal y municipal está invocado a establecer medidas también especiales de apoyo a la economía familiar y la sobrevivencia de empresas cuyos ingresos se redujeron o invalidaron por el cierre de actividades productivas. Una vez que las regiones más golpeadas por el Covid-19 entren a la fase de mitigación, la complicada misión encomendada a las autoridades dejará de ser la contingencia de salud para transitar a la emergencia de rehabilitar los medios de supervivencia.
Ni en las casas ni en los changarros habrá dinero para empezar con el rescate de lo mucho que se pierde. Quien crea que todo se resolverá al terminar los contagios o muertes, debería echarle un vistazo al mundo donde los dos principales socios comerciales de México, Estados Unidos y China, enfrentan descalabros económicos que traerán secuelas negativas en serie.
Nuestro País enseña el semblante propio de un enfermo terminal que logra salvar la vida y sin embargo debe atender un cúmulo de condiciones para sobrevivir más allá del actus mortis hoy experimentado. Una vez que deje de estar en el centro de ebullición de la mayor depresión que haya padecido en un siglo, México sabrá diferenciar si son más angustiosos los estertores de la crisis de salud o los de la crisis económica.
Sinaloa, por su parte, carece de la menor idea o valoración del impacto posterior al del coronavirus. La devastación en el comercio, industria, turismo, construcción, pesca y finanzas públicas, sólo por mencionar algunas de las áreas repercutidas, pasma por adelantado a las instituciones de Gobierno y traba la respuesta a los sectores productivos. Si antes de llegar el Covid-19 a las actividades económicas éstas ya cojeaban, imaginemos la paraplejia que viene luego de que el virus de Wuhan aplastó tanto como roca caída sobre estructuras de paja.
He ahí la auténtica dimensión de la pandemia. De si nos fue mal o bien, pasaremos a replantear cómo no nos irá peor en el futuro inmediato. Sin dinero, brío ciudadano ni culpables a quien reclamarles tendrá que ser el Gobierno el que asuma la inmensa labor de rescate, nada parecido a los programas sociales donde se socorre a los más frágiles del entramado social. Ahora todos somos vulnerables.
Con el cimiento popular donde los pobres serán más pobres, la clase media rondará los linderos de la inopia y los ricos ya no serán lo suficiente como para cargar con todo el salvamento, el clamor generalizado preguntará quién puede ayudarnos. Entonces, quieran o no, las administraciones públicas en sus diversos ámbitos de acción tendrán que hacerlo. Vayan preparando, pues, el plan de emergencia para cuando el coronavirus se vaya.
El principio del auxilio puede ser tenderle la mano del Estado a aquellos que por el desempleo o el cierre de negocios les resultará difícil pagar los servicios públicos indispensables como electricidad, gas, agua potable, drenaje sanitario y tecnologías de la comunicación. Igual es previsible que las personas físicas y morales se vean impedidas a cumplir los compromisos fiscales porque o pagan impuestos o se resignan a pulverizarse con los últimos coletazos del virus mortal. Ándele, Presidente López Obrador, si lo hizo por sus paisanos de Tabasco al condonarles adeudos con la CFE que datan desde 1994, cuando usted los convocó a la huelga de pagos, hágalo ahora por las familias mexicanas que o pagan la luz o mueren de hambre.
De igual manera, el Gobernador Quirino Ordaz Coppel es convocado a implementar medidas de atenuación económica en situación de catástrofe del salario, las empresas y el poder adquisitivo de los sinaloenses en general. En la misma tónica, los alcaldes de los 18 municipios habrán de hacer uso de la máxima creatividad en disciplina contributiva para abrir una tregua en lo recaudatorio y abrirle sendas a la solidaridad con los ciudadanos.
No es tan sencillo de resolver lo que viene. A lo complicado de las fases que necesitaron del aislamiento de las personas y familias le sigue el complejo brete de volver a las calles, a las escuelas y centros laborales hallando las cenizas de un sistema de quehaceres al borde del caos, sobre todo de negocios que, antes boyantes o en punto de equilibrio, serán encontrados al borde de la extinción.
En síntesis, después de los apuros por el coronavirus vienen los aprietos por el restablecimiento de condiciones de vida a las que los sinaloenses estábamos acostumbrados. Cuando el relámpago anuncia la proximidad de nuevas tempestades, quiere decir que es tiempo de la exigencia popular de respuestas acertadas y oportunas, para que no nos vuelvan a salir con las mismas ocurrencias que complicaron quitarle la corona al virus que tres meses antes de llegar avisó de los estragos que traía.
Reverso
¿No escuchan que rechina el catre,
Que está a punto de quebrar?
Pues arreglen este otro desastre,
Sin volverse a equivocar.
Desde Navolato vino
Habrá tiempo, y mucho, para determinar que en efecto la línea de contagio del coronavirus se originó en Navolato debido a la tozudez de las autoridades municipales por realizar el Carnaval de Altata 2020, el 15 de marzo, cuando dos semanas antes la pandemia había llegado a Sinaloa. Alrededor de 80 mil navolatenses y culiacanenses convivieron apretujados al tiempo que el Covid-19 se instalaba como invitado inesperado. ¿Quién pagará por tal negligencia? Vendrán los días de delimitar responsabilidades.