Etiquetar a las personas
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Un defecto o vicio muy arraigado es el de etiquetar a las personas, pero se trata de una caricatura o imagen grotesca que no retrata perfectamente a la persona. Por lo general, es un miope calificativo que se centra en algún defecto o característica de la persona que se exagera unilateralmente; o, incluso, no es alguna deficiencia que en realidad tenga, pero quien la etiqueta cree ciegamente que sí la tiene.
Clarifiquemos, no es lo mismo decirle a alguien un mote o término cariñoso -sobre todo desde su más tierna infancia-, que endilgarle un estereotipo, o supuesta broma, que lo que busca es caricaturizar, menospreciar y lesionar la autoestima.
Las etiquetas son necesarias, pero no en las personas, sino en los productos que se disponen al servicio del público consumidor. Imaginémonos una lata cualquiera en la que no se especifique qué alimento o sustancia contiene, ni siquiera la marca de la empresa que la produjo. Sería algo inconcebible, porque el consumidor no tendría forma de distinguir el producto que debe adquirir.
Sin embargo, algo que también puede suceder, es que la etiqueta abunde en supuestas propiedades o cualidades de las que carece el producto, o que omita o se imprima en letras muy pequeñas los peligros que conlleva su ingestión o uso.
Esos son, también, los peligros de etiquetar a las personas, pues se omiten sus virtudes o cualidades, o se exageran sus imperfecciones o defectos. Las etiquetas nunca ofrecerán una imagen fiel, genuina y transparente.
Recordemos que lo que alcanzamos a ver de una persona es como la parte que aparece de un iceberg en la superficie, el cual, si puede flotar es porque el trozo en profundidad -que no se aprecia- es más grande que el que aflora.
¿Etiqueto a las personas?