Etiquetar a las personas

Rodolfo Díaz Fonseca
18 diciembre 2019

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@rodolfodiazf

 

Una práctica común consiste en etiquetar a las personas. Decimos que fulano de tal es así y que mangano es de la otra manera. Con facilidad y ligereza describimos en pocas palabras la personalidad de cada uno.

Utilizamos este procedimiento para definir rápidamente cuáles son las características que constituyen a una persona, pero existe el tremendo peligro de encasillarla y deformar su imagen.

Innumerables padres de familia, maestros y jefes acostumbran tildar con palabras despectivas a sus hijos, alumnos o subalternos: flojo, mantenido, perezoso, atenido, mediocre, haragán y otros epítetos semejantes que destruyen o lesionan la autoestima de las personas.

Además, es evidente que estas someras expresiones no traslucen ni explican totalmente al individuo, pues él siempre será algo más de lo que se dice. Inclusive, en ocasiones será muy diverso de cómo se le está etiquetando y calificando, como demuestra Nekane Rodríguez de Galarza con tres adivinanzas citadas en su libro ¿Por qué no?

A). Tuvo contacto con curanderos, consultaba astrólogos con frecuencia, tenía dos amantes, su mujer era lesbiana, fumaba mucho y bebía entre ocho y 10 martinis al día.

B). No duraba mucho en el mismo empleo debido a su arrogancia, dormía hasta el mediodía, consumía opio, era considerado un mal alumno y bebía coñac todas las mañanas.

C) Héroe vegetariano, no fumaba, vivió con su mujer toda la vida y solo bebía una copa de vez en cuando.

“Seguro que habrás pensado que el A o el B son más divertidos, pero la realidad es que ninguno de ellos pasaría con esas credenciales un proceso de selección. Te guste o no, con los datos que tenemos, seguramente te ves obligado a elegir el C”.

¿Quién crees que es cada uno? A) Roosevelt. B) Churchill. C) Hitler.

¿Etiqueto a las personas?