Ese color naranja no es el de la esperanza
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¿Y las víctimas del Covid-19 en Sinaloa?
Si en alguna fecha resultó tan evidente en Sinaloa el encontronazo brutal entre la situación real y la “nueva normalidad” en cuestión de coronavirus, esa fue el viernes 17 de julio cuando a media mañana el Gobernador Quirino Ordaz Coppel anunció que Sinaloa dejaría el color rojo (máximo riesgo) en que había permanecido desde que se implementó el caprichoso semáforo endémico, para pasar al tono naranja (alto riesgo) cuando el virus SARS-CoV-2 había registrado siete días continuos de altos contagios y decesos.
Más tarde, en perfecta sincronía de la simulación, el Subsecretario de Salud federal, Hugo López-Gatell, matizó de un brochazo la autenticidad local, y por si acaso los gobiernos federal y estatal lo celebraron, los sinaloenses en todas las formas de expresión digital mostramos la confusión, el enojo y en consecuencia el sentimiento de que estamos transitando esta fase de Covid-19 en completa orfandad de Estado.
México entero, Sinaloa en lo particular, sufren del divorcio entre el debe ser y el puede ser. La emergencia sanitaria se resiste a irse y en una semana crecen en 60 por ciento los nuevos casos de contagiados y los decesos se sostienen arriba de 30 diarios, en promedio. Lo sensato debería ser que se proceda a la reactivación gradual, con plena conciencia del riesgo en que se coloca a miles por el arrebato de abrirlo todo a como sea, sin embargo, el “puede ser que no nos vaya tan mal”, “la vida sigue, la vida no va a parar” y “la economía es primero” prevalece en un experimento sustentado en el albur.
Las críticas cada vez más severas contra López-Gatell, a la cual se sumaban cinco gobernadores hasta ayer, contienen la recriminación también a las autoridades del ámbito local. Demuestran sobre todo que se rompió el hilo de comunicación entre los responsables de las instituciones y la sociedad, dejando que fluyan los datos, los muertos, los contagios, para reducirlo todo a un semáforo cuyo cambio de luces es más fantasía que verdad.
De igual manera está roto el cordón que debiera unir los sentimientos de los ciudadanos con las emociones de los políticos en el gobierno. Qué estremecedor es que las familias vean a sus integrantes infectados convertidos en números neutros, abandonados en las morgues o dejados a su suerte en hospitales donde ni siquiera los médicos infectados son atendidos. Cómo duelen las tragedias sin el aliciente de la solidaridad, solamente porque la pandemia es así y se volvió culpa de las víctimas el hecho de enfermarse o morirse, y ya no es responsabilidad del gobierno el hecho de curarlas o salvarles la vida.
Entonces que se llenen las playas, los hoteles; que se atesten las plazas comerciales, que los comensales vuelvan a los restaurantes, que los niños regresen a las guarderías y escuelas en una especie de último deseo concedido a los que tarde o temprano se van a contagiar o serán víctimas letales del virus de Wuhan. ¿No se dijo al principio de este enredo que sería un regreso a las actividades humanas de manera responsable, ordenado y supervisado por las autoridades?
Lo que domina ahora es el color negro que remarca la autenticidad presente. No irá solo en esto el zar anticoronavirus del Presidente Andrés Manuel López Obrador; la siguiente etapa de contagios, que ya está enfermando a López-Gatell, arrasará con la salud política de los gobiernos estatales y municipales por tres grandes razones: actúan negligentemente con el comportamiento persistente del coronavirus; abdican a la obligación de abrazar a los enfermos y deudos de los fallecidos, y han permitido que la reactivación económica se dé como cada sector quiere y como los consumidores y trabajadores la quieran entender.
Esto terminó siendo un juego de colores. Ese caleidoscopio letal que empezó cuando Sinaloa le agregó el azul al semáforo epidemiológico y a partir de allí el dispositivo endémico fue más camaleón que mecanismo de previsión y control. Esto ha dejado tantas víctimas que si por buena suerte mañana amaneciéramos sin decesos y sin nuevos contagios, de todas formas ya quedó tatuada en la memoria social la exacta dimensión de las desidias.
Se siente en cada casa, manzana, barrio, colonia, ciudad o comunidad rural que el virus SARS-CoV-2 engulle con fuerza a los propios y a los ajenos. De 683 casos activos que se tenían el 11 de julio, para el sábado 18 ya eran 1,088. La semana pasada murieron 30 personas el domingo 12, se agregaron 25 el lunes 13, otros 32 el martes 14, así como 27 el miércoles 15 y 32 el jueves 16. El viernes 17 se sumaron 32 y el sábado 18 se agregaron 36 más.
¿Qué está pasando? Es evidente que la reactivación ordenada y regulada de la economía no puede detenerse, pero simultáneamente urge contener la transmisión del coronavirus y las resultantes víctimas letales. El Gobernador Quirino Ordaz debe proseguir con las acciones de restablecimiento de las tareas productivas, al lado de los que enfrentan severos daños económicos, y con el mismo empeño y vigor lograr que la gente lo perciba de carne, hueso y corazón, con permanente acompañamiento a las familias que sufren la pérdida de vidas humanas.
Reverso
No es el color de la suerte,
Ese pálido anaranjado,
¿Es entonces el de la muerte,
De un Sinaloa desahuciado?
Morir por gusto propio
Reconozcamos que los sinaloenses tenemos mucha culpa en la sostenida propagación del coronavirus, pero de eso a que el gobierno se lave las manos existe una diferencia abismal. Una muestra más de la negligencia colectiva es la aglomeración de personas en la plaza Cubo de Culiacán, convocadas por la frivolidad de comprar gorras de un youtuber y dándole así permiso al virus para entrar a sus pulmones y desencadenar crisis de salud, contagios de familiares y médicos y, en el peor de los casos, enlutar hogares.