Esas utopías
Esa idea de la idea. La utopía como puerto y refugio de la vida social e individual ha significado la esperanza y el entusiasmo que dota de sentido a la existencia del ser social, al que Aristóteles se refería para constatar que nacemos con esa característica de lo social y que vamos desarrollando a lo largo de nuestras vidas, porque necesitamos de los otros para sobrevivir.
Y en ese andar de los seres sociales, la utopía se distingue por ser la proveedora de la sustancia que da pie a las aspiraciones y anhelos por ser mejores en el futuro. Aunque a veces solemos aferrarnos al presente, sobre todo en estos tiempos en los que se vive una angustia por “el aquí y el ahora”, desentendidos del pasado y poco atentos al futuro. Tal vez porque no nos gusta lo que se ve venir, quizá porque tenemos miedo de lo que se distingue adelante o porque hemos dejado de ser capaces de ver más allá del “aquí y el ahora”. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, el deseo de un mejor porvenir siempre está presente en nuestra vida y en la de los demás.
La escritora mexicana Guadalupe Nettel nos dice que, aunque el término utopía proviene de la obra homónima de Tomás Moro, la necesidad de imaginar una sociedad ideal, más justa, más armónica y pacífica es tan antigua que resulta imposible de fechar. Según relatos referidos por Dión Crisóstomo, Heródoto o Plinio el Viejo, la historia está llena de intentos en los que se han planeado sociedades en donde los seres humanos pudieran alcanzar un estado de mayor felicidad.
Así a lo largo de la historia las utopías han figurado en cada época dando el matiz de los afanes y los sueños en la virtud humana de imaginar las pretensiones del bien y lo bueno. Y en ese afán se ha dicho también que las utopías son sólo eso, quimeras bien intencionadas, aspiraciones ingenuas e inalcanzables necedades de la ficción y de lo que no es posible. Nace entonces la expresión de distopía, un concepto muy oportuno para demostrar en términos racionales lo que no será y que, por lo contrario, será lo que está mal y la maldad.
Continuando con Nettel, distopía es una palabra moderna cuya primera utilización documentada se atribuye a una intervención de John Stuart Mill en 1868. Pero que fue sobre todo en el Siglo 20 cuando alcanzó un auge en la literatura, el cine y la novela gráfica. De igual manera nos explica, que tanto la utopía como la distopía se inspiran en la realidad y hacen una crítica de ella y que en ese sentido fungen como puntos de referencia, blancos hacia los cuales la política debería apuntar o, por el contrario, alejarse a toda costa. Que las utopías reflejan con frecuencia los anhelos y las inquietudes de toda una sociedad. Que se trata de relatos de ficción, pero con una carga crítica insoslayable a los sistemas sociopolíticos conocidos y, por lo tanto, dotados de un gran poder subversivo.
Entonces damos cuenta que pensar el futuro a partir de nuestro presente, se ha vuelto menos que anhelar un mundo ideal, hoy los relatos del futuro son más bien de rescate y salvación, en el que las utopías dejaron de ser la narrativa que recluta las aspiraciones de las mayorías y que ahora es un futuro distópico lo que ocupa nuestras preocupaciones por lo que se avecina.
¿Y qué fue lo que pasó con los grandes relatos de los mundos idealizados? De los planes para hacer de nuestra sociedad un sistema lo más perfecto posible y justo, donde todo discurra sin conflictos y en armonía. Sucedió que terminamos por llamarlos relatos del fracaso, intentos fallidos, aspiraciones interrumpidas, tentativas sin rumbo, anhelos irrealizables y pérdida de tiempo.
Tal parece que en la actualidad ya no hay cabida para las pretensiones utópicas, que no hay tiempo para pensar en fantasías, que nos urgen otras cosas, más en el quehacer que en el pensar. Así, el tiempo se volvió un instrumento para referenciar solo al presente y la necesidad de proceder en él, de ser productivos en algo, de procesar la imaginación al servicio de lo que se vende, de la consecución de la ganancia, donde no es el tiempo lo que importa, ni pensar lo que apremia, sino la ocupación, hacer como premisa para tener y tener para poder ser. Una noción de espacio en la que se tiene muy poca conciencia del tiempo, la vida y el futuro.
“La fugacidad de cada instante y la ausencia de un ritmo que dé un sentido a la vida y a la muerte nos sitúa ante un nuevo escenario temporal, que ya ha dejado atrás la noción del tiempo como narración”, afirma el filósofo surcoreano, Byung Chul Han.
Por eso, hoy la utopía se ausenta de nuestros relatos cotidianos, porque hemos ido perdiendo, no sólo la capacidad de asombro y de dignidad humana, sino también la virtud de imaginar un mundo mejor. No hay tiempo.
Alguna vez el escritor y periodista argentino Osvaldo Soriano anotó al respecto: “Hay quienes piensan, aunque no lo confiesen, que la mejor salvación es la salvación personal. La verdadera salvación está en la audacia intelectual, en la locura creadora. En la utopía, que mantiene viva la esperanza de que un día seamos mejores. Las clases dominantes odian los sueños porque son incapaces de producir una poética del futuro”.
Tal vez sea tiempo de recapacitar sobre las ideas no sólo para mejorar este mundo, sino para pensar en el mejor de los mundos posibles.
Hasta aquí mis reflexiones, los espero en este espacio el próximo martes.