Epicuro es el nuevo Nietzsche:
ocio y placer en la postpandemia
Además de la búsqueda de placer, también estamos ante la reivindicación del ocio como un derecho humano, lo cual ya se había puesto sobre la mesa con la NOM-035 que reconoce que los trabajadores necesitan momentos y espacios de recreación para su salud psicosocial; pasando por las iniciativas, primero sociales, solo luego legislativas, de la reducción de la jornada laboral y las “vacaciones dignas”. Así mismo, hay un incremento exponencial del interés (¡y precio!) en festivales de la más diversa índole (musicales, culturales, regionales, mainstream). Los festivales pueden leerse como un posicionamiento humano: la recuperación de los espacios públicos y la masificación como forma de celebración de la vida tras la era de confinamiento.
Aunque la frase más famosa de Nietzsche es aquella de “Dios ha muerto” (que en realidad la retoma de Hegel quien a su vez se basa en un himno protestante alemán), su mayor influencia se dio en el plano de la producción cultural: películas, música, incluso moda de carácter nihilista; la filosofía de la nada o del “vacío” como le llamó Gilles Lipovetsky. A finales de los 90 e inicios de este siglo abundaba en el ánimo juvenil un sentimiento de vacío, el auge de la cultura emo (¡que tantos guiones ha dado a “La Rosa de Guadalupe”!), películas que retrataban el sinsentido de la vida, ya sea en el amor como Days of Summer (2009) o en la propia existencia, como se aprecia en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Los tonos oscuros dominaban el cine en términos estéticos y de guion. Eran los tiempos del nihilista Somebody that I used to know (2011) de Gotye. El énfasis generacional estaba en la pérdida, la nietzscheana mirada del abismo. Incluso los conciertos eran un culto nihilista: la suspensión de los juicios y de los valores, la ruptura intensa de los cánones moralistas, una manifestación de la “voluntad de poder”.
¡Qué contraste con los coloridos tonos pastel rosáceos de la Barbie de Gerwin! Y el ánimo celebratorio de los festivales postpandemia. Los festivales ya no son meramente rebeldía adolescente. Las redes sociales transforman el festival, por más exclusivo que éste sea, en un inmediato patrimonio global; la pantalla digital extiende la celebración fuera del propio espacio del concierto. El objetivo no es meramente “estar ahí”, sino pasarla bien. Más que romper las reglas, hoy se trata de gozar la música, las películas, el arte y cualquier otra forma de entretenimiento.
Esto no es insólito. Como señala el etnólogo francés Pascal Dibie en su clásico Etnología de la alcoba (Editorial Gedisa), tras la peste, Europa también reflexionó sobre la vida y la muerte. Dándose cuenta de que uno podía morir en cualquier momento, dio comienzo un nuevo folklore europeo cargado de festividad, erotismo e, incluso, cinismo. Surge un Boccaccio, quien con su Decamerón (1353) populariza los relatos sexuales como una gozosa catarsis; surgen también bailes y ritmos que pronto serán considerados prohibidos.
Hoy, al haber afrontado una pandemia, también queremos celebrar y disfrutar el momento. El ocio y entretenimiento son pieza clave para ello. Fiestas, viajes, descubrimientos culinarios, reuniones con amigos, etc. Pero no es gusto por el despilfarro. Se trata, más bien, de un hedonismo racional. Quizá esta expresión parezca un oxímoron, pero, de hecho, esa fue la primera forma de hedonismo, la impulsada por el filósofo griego Epicuro en el Siglo 3 a.C.
Epicuro sostenía que el objetivo de la vida era el placer. Pero un placer con propósito, moderado. Para Epicuro el placer era una Física, un movimiento. El movimiento muy leve era la pasividad, lo que defendía la escuela opuesta, el estoicismo. Por otra parte, un movimiento muy fuerte, lastimaba, ese era el placer desmedido de algunos filósofos de la escuela cínica o de cultos mistéricos como los de las bacanales. Epicuro proponía un placer moderado. El verdadero placer ponía en equilibrio el movimiento de los átomos.
Hoy, más bien, buscamos el equilibrio de los chacras. ¡Pero también de nuestras billeteras! Como señalamos en su momento desde LEXIA, al inicio de la pandemia hubo una reestructuración de las necesidades hacia “lo básico”, una restricción del gasto y la diversión por fines de supervivencia. Ahora que volvemos de nuevo al exterior ese criterio ahorrativo y moderado no se ha perdido, pero se combina con el anhelo de celebración y placer. El resultado es, entonces, un nuevo epicureísmo. No el derroche absurdo, ni el desenfreno sin control. Queremos disfrutar de la vida, pero con cautela, pues, por un lado, somos más conscientes de lo efímero de la vida y queremos disfrutarla, pero, por otro, sabemos que debemos pensar en el futuro y no confiarnos.
Mientras que en la era nietzscheana del consumo se apostaba por el lema The World is Ugly (2013), al ritmo de My Chemical Romance, hoy el mantra es “tú puedes ser lo que quieras ser”, no como optimismo ingenuo, sino como reclamo del deseo. No es, por tanto, una nueva banalidad, ¡todo lo contrario! Atravesamos una profunda reflexión social de lo que significará el futuro, incluyendo la preocupación de que las máquinas suplanten nuestros trabajos y nuestras vidas.
Por un lado, el auge de la Inteligencia Artificial (IA) como una esperanza de automatización y perfección de la productividad, por otro, el reclamo humano al goce y al descanso. La IA precisa, pero sin corazón, ante los seres humanos con sentimientos. La “inteligencia” no es ya el distintivo del ser humano, ni siquiera lo que “nos separa de los otros animales” como decía el viejo lema racionalista. Pero de algo sí podemos estar seguros: ¡el placer nos separa de las máquinas!, ¡Epicuro ha vuelto!
*Raúl Méndez (@rulwolf) es estrategia Senior en LEXIA. Antropólogo Social por la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa. Miembro de la Comunidad Teológica de México. Coautor con Samuel Lagunas del libro “Dios. Nueva temporada. Miradas teológicas al cine y la televisión en el siglo XXI”, Juan Uno1 Ediciones.