Enfrentar el miedo
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Todos hemos sentido miedo alguna vez. Es algo lógico, normal y saludable. Sin embargo, en ocasiones se puede volver un temor o pavor desmesurado e irracional.
La esencial función del miedo es mantenernos despiertos y alertas. Si alguien no sintiese la mordedura del miedo se volvería demasiado arrebatado e intransigente.
El miedo es como un freno de mano que nos permite ir con atención y cuidado, a la vez que nos prepara para huir ante un peligro que se preludie como superior a nuestras fuerzas y que afecte a cabalidad nuestra existencia. Esta huida no debe catalogarse como una cobardía, sino como valiente elección y decisión de una persona sabia e inteligente.
El miedo no es irracional, aunque sí debemos aceptar que puede volverse algo enfermizo; sobre todo, ante la amenaza de un peligro nuevo y desconocido, como es el caso de la actual pandemia.
Ya teníamos bastante con el miedo a la inseguridad y violencia que nos asfixia; las cuales, por cierto, no han disminuido por el acoso del coronavirus. Incluso, podemos decir que, en algunas situaciones, debido al confinamiento, a la pérdida de empleos y a otras causas conjuntas, se han exacerbado.
Si la depresión y angustia han tocado a nuestra puerta es porque permitimos que nos intranquilice el miedo a lo que pueda suceder mañana. No es irracional preocuparse por el porvenir; empero, puede tornarse en una idea obsesiva y patológica. Además, no tiene caso enfermarse con pensamientos de catástrofes o desgracias que tal vez nunca acontecerán.
La enseñanza de Jesús es muy básica: “Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6,34).
Enfrentemos el miedo con valentía y cautela, pero nunca con cobardía.
¿Enfrento el miedo?