En Memoria
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david@bufetealvarez.com
En verano de 1978 me encontré frente a una de las decisiones más importantes de mi vida. ¿Qué carrera profesional iba a estudiar?
Mis opciones eran limitadas. No podía salir a otra ciudad a estudiar pues no tenía los recursos económicos (ni siquiera una beca), ni los contactos necesarios. La carrera que eligiera tendría que estudiarla aquí, para poder pagármela con mi sueldo, tal como lo venia haciendo desde primero de secundaria.
En esas estaba cuando para mi fortuna, me enteré de que el Lic. Raúl Ignacio Carreón Cornejo, que era el Notario Público más joven en esas fechas, necesitaba un mensajero.
El Lic. Carreón me dio trabajo y me empezó a pagar un sueldo generoso con el que pude costear mis estudios profesionales en una escuela de derecho privada, ya que me rechazaron en la UAS porque según el estudio socioeconómico que me hicieron (realmente no hicieron nada), vivía en casa propia, sin tomarse la molestia de investigar que esa casa la habían comprado mis abuelos con un préstamo y estaba ubicada en una calle que no estaba pavimentada, ni tenía servicios públicos de drenaje y agua potable.
En la semana siguiente a la que entre a trabajar con el Lic. Carreón, me preguntó que si ya había decidido qué carrera quería estudiar. Le dije que aún no y que tenía mis dudas. El me recomendó estudiar para abogado y me dijo que era lo más recomendable considerando que estaba trabajando en una notaria pública.
A su sugerencia le respondí que mi problema era poder pagar los libros que necesitaría para la carrera de derecho y encontrar un horario nocturno que me permitiera seguir trabajando.
Sin dudarlo un segundo me dijo que de eso no me preocupará, que el me iba a facilitar los libros y que, en cuanto al horario, simplemente le dijera a qué hora necesitaba salir de trabajar para poder llegar a tiempo a mis clases.
Trabajé con el Lic. Carreón prácticamente hasta que me gradué de la Escuela de Derecho. Durante todos esos años siempre estuvo al pendiente de mis notas, del costo de la colegiatura para aumentarme el sueldo y de los horarios que necesitaba para poder hacer mi servicio social.
En todos esos años me prestaba y recomendaba libros para leer. Recuerdo los dos primeros: “Sala de Jurados” y “La Columna de Hierro”. No me lo dijo, pero descubrí que quiso que leyera esos libros como una forma de decirme que, pese a mis circunstancias, podía triunfar y salir adelante, siempre y cuando tuviera la fuerza de voluntad necesaria para hacerlo.
Y vaya que el Lic. Carreón tenía una fuerza de voluntad impresionante, tanta que muchos de los mayores acontecimientos de su vida, como pedir la mano de la Señora Adelina, casarse con ella y partir de esta vida el decidió que sucedieran un día 14, que era su número de la suerte, al grado de que era su número de lotería que le compraba rigurosamente al “Chito” que era su vendedor.
En pocas palabras, el Lic. Carreón fue para conmigo la persona más generosa que he conocido y, sin duda alguna, yo no sería lo que soy sin su ayuda.
Su mayor regalo para mí fue el ejemplo que me dio ejerciendo su función notarial honestamente, con el mayor profesionalismo posible y con una increíble atención a los detalles. No se le escapaba nada y era obsesivo en que sus escrituras no tuvieran el mínimo error, ni pusieran en riesgo a quienes habían confiado en él. Además, con esa misma obsesión fue un esposo y un padre ejemplar.
Quienes me conocen dicen que soy obsesivo compulsivo, tiendo a buscar la perfección y que soy indomable. Tienen razón y puedo decir orgullosamente que esos rasgos los “herede” de alguna forma del Lic. Carreón.
Aunque dejé de trabajar en la notaria del Lic. Carreón en 1983, siempre estuve en contacto con él y ese contacto se intensificó cuando su hijo Raúl, a quien conocí cuando era muy pequeño, decidió instalarse definitivamente en Mazatlán.
Tengo para Raúl, para su hermana Lizethe y para su mamá, la Señora Adelina, un cariño muy especial. Para Raúl tengo un amor fraternal y para el Lic. Carreón, que, aunque ya partió, vivirá en mi corazón y en mis recuerdos, siempre tendré un amor filial.
Su partida me llena de dolor y puedo decir que, en los últimos dos años, perdí una madre y dos padres. Descansa en paz papá Raúl.