Emergencia climática, la paradoja de Fermi y la cuarta transformación
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El sistema climático que dio origen a nuestra especie, y a todo lo que conocemos como civilización, es tan frágil que a lo largo de una sola generación la actividad humana lo ha llevado al límite de la inestabilidad, reflejándose en: el crecimiento exponencial de la contaminación del aire en las grandes ciudades, del agua potable y del medio ambiente en general; calentamiento del planeta, deshielo de los dos casquetes polares (Groenlandia y Antártida), acidificación de los océanos; multiplicación e intensificación de cataclismos “naturales”; comienzo de la destrucción de la capa de ozono en la atmósfera terrestre; destrucción a velocidad, cada vez mayor, de los bosques tropicales y rápida reducción de la biodiversidad por la extinción de miles de especies, agotamiento de los suelos, desertización; acumulación de residuos, particularmente nucleares, imposibles de gestionar sea en los continentes o en los océanos, multiplicación de incidentes nucleares; contaminación de los alimentos debido a los pesticidas, y a otras sustancias tóxicas, o por manipulación genética….etc, etc. Todas las alarmas están al rojo vivo: es evidente que la loca carrera por el beneficio, la lógica productivista y mercantil de la civilización industrial nos conducen a un desastre ecológico de consecuencias incalculables.
La emergencia climática es el tema definitorio y más urgente de nuestro tiempo, y no se puede evitar sin un cambio global de la dependencia de los combustibles fósiles. La ciencia del clima es clara: la contaminación por carbono está llevando a una crisis ecológica y humanitaria masiva. De acuerdo a datos presentados en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático – COP25- que se llevó a cabo en Madrid, España, del 2 al 13 de diciembre del año en curso, las emisiones de dióxido de carbono (CO2)-causa- y las temperaturas de la superficie de la Tierra-consecuencia- han seguido creciendo.
De hecho, cuando se cierre el 2019 será el segundo o el tercer año más cálido jamás registrado desde que hay mediciones fiables, que arrancaron en 1850. La temperatura media del planeta está este año 1.1 grados por encima de los niveles que existían antes que se desarrollara la industria mundial. Este aumento de temperatura, según opinión prácticamente unánime de la comunidad científica, está impulsado por los gases de invernadero vinculados a la actividad humana. El principal es el dióxido de carbono y la mayor fuente emisora son los combustibles fósiles -petróleo, gas y carbón-, que acumulan el 75 % de todo ese CO2.
Según el informe anual del Global Carbone Proyect (GCP) – un grupo internacional de científicos que lleva desde el 2006 radiografiando este problema-, 2019 se cerrará con un incremento de un 0.6 % de las emisiones de CO2 del sector fósil con respecto al año anterior (las naciones industriales agregaron este año a la atmosfera 43.1 billones de toneladas). Lo más importante del informe es que este será otro año más de incremento de las emisiones, detalla Pop Canadell, director ejecutivo del GCP: “Cada año que las emisiones sigan creciendo hará que cumplir los objetivos del Acuerdo de París del 2015 sea más difícil, casi imposible, advierte. Este pacto climático fija como meta que el aumento medio de temperatura del planeta que ya está en 1.1 grados respecto a los niveles preindustriales, no supere los dos grados, y si es posible que se quede en 1.5°, pero para ello las emisiones tendrían que empezar a caer drásticamente el año que viene, mientras que los planes actuales de los países apuntan a que no se alcanzará el pico de las emisiones hasta 2030”.
Por su parte el responsable de la Organización Meteorológica Mundial opinó: “nos estamos dirigiendo a un aumento de temperatura de más de tres grados a final del siglo, lo cual puede ser de consecuencias impredecibles para la humanidad”. Actualmente en diversas regiones del mundo las olas de calor que alguna vez se consideraron anormales ahora se están volviendo comunes. El clima ártico se ha vuelto loco. Los niveles del mar aumentan a medida que los glaciares se derriten y las capas de hielo se adelgazan. La India, el país más poblado del mundo está sufriendo una crisis severa del agua por el desajuste climático del monzón. Los incendios se disparan e intensifican como los que hubo en Australia, California y el Amazonas. Las costas están sujetas a tormentas más violentas, a mayores marejadas. La química de los océanos está cambiando.
La catástrofe climática se puede evitar limitando el calentamiento global a 1.5° C. Esto requerirá cambios rápidos de largo alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad; sin embargo, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declaró, a los casi 200 representantes de países que asistieron el pasado lunes 2 de diciembre a la inauguración del COP 25 en Madrid, que: “nuestros esfuerzos para alcanzar estos objetivos han sido completamente inadecuados”.
El informe anual 2019 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUM) sobre la magnitud de las emisiones de CO2 dice que incluso si se implementan todos los compromisos incondicionales actuales en virtud del Acuerdo de París, se espera que las temperaturas aumenten en 3.2° C para 2100. Esto traerá impactos climáticos de mayor alcance y más destructivos. Grupos de expertos en cambio climático opinan que si el planeta se calentara a temperaturas mayores a 4°C, regiones enteras de África, Australia, Estados Unidos, y partes de América Latina al norte de la Patagonia y de Asia al sur de Siberia, se volverán inhabitables debido al calor directo, la desertificación y las inundaciones. En el mejor de los casos todas estas regiones-y muchas más-serán inhóspitas para el ser humano.
El periodista científico David Wallace Wells, especialista en cambio climático, publicó este año el libro “El planeta inhóspito: la vida después del calentamiento”. En uno de sus capítulos se refiere a la Paradoja de Fermi para ilustrar las consecuencias extremas probables para la civilización por un calentamiento global severo e incontrolado: “Mientras iba caminando a un almuerzo en Los Álamos, el físico italiano Enrico Fermi, quién estaba trabajando en el Proyecto Manhattan cuyo fin era el desarrollo de la bomba atómica norteamericana, se vio absorto en una conversación informal sobre ovnis con otros colegas; se quedó tan absorto que se distrajo y, cuando todos habían pasado a otro tema, volvió en sí y preguntó ¿Dónde están todos?. Ahora la historia forma parte de la leyenda científica, y la exclamación se conoce como paradoja de Fermi: si el universo es tan grande, ¿por qué no hemos encontrado otra vida inteligente en él?”. La respuesta que dio Fermi es que toda civilización avanzada desarrollada en la galaxia, despliega con su tecnología el potencial de exterminarse tal y como se percibía que estaba ocurriendo en su época con la invención y perfeccionamiento de la bomba atómica.
El hecho de no encontrar otras civilizaciones extraterrestres implicaba para él un trágico final para la humanidad. En su libro, Wallace menciona que varios climatólogos prestigiados proponen al calentamiento global como una solución más específica a la paradoja de Fermi: “La duración natural de una civilización puede ser de solo algunos milenios, y la duración de la civilización industrial presumiblemente de solo algunos siglos. En un universo que tiene muchos miles de millones de años, y sistemas solares separados tanto en el tiempo como en espacio, las civilizaciones pueden surgir, desarrollarse y consumirse sencillamente demasiado rápido como para que se encuentren entre sí. La paradoja de Fermi ha sido también denominada >>el gran silencio>>: gritamos al universo y no oímos ningún eco, ninguna respuesta. El economista Robin Hanson la llama <<el gran filtro>>. Según su teoría, civilizaciones enteras son filtradas, apresadas por el calentamiento global como insectos en una red. <<Surgen civilizaciones, pero hay un gran filtro medioambiental que hace que mueran y desaparezcan bastante rápido>>. El climatólogo Gavin Schmidt en un artículo científico reciente, ha ido todavía más allá, al sugerir que incluso pudo haber habido alguna forma de civilizaciones industriales avanzadas en la historia remota de nuestro planeta, tan remotas que sus restos se habrían reducido a polvo bajo nuestros pies, haciéndonoslos invisibles para siempre”.
Probablemente estas alegorías o suposiciones inteligentes podrán parecer al lector exageradas o del terreno de la ciencia ficción, pero es indudable que el modelo civilizatorio actual basado en combustibles fósiles como fuente energética y en el consumismo exagerado, es profundamente frágil y se deben tomar medidas extraordinarias para cambiarlo. La emergencia climática es real. Forma parte de la naturaleza humana no interesarse en lo que pasará dentro de 50 o 100 años, pero aunque ahorita no lo parezca, de seguir así con el mismo patrón de vida y consumo, las dificultades de ahora serán ínfimas y los políticos que gobiernan y deciden pasarán a la historia (si es que va haber) como villanos.
El gobierno de López Obrador tiene la oportunidad histórica de trascender y cambiar el rumbo de México asumiendo las nuevas realidades climáticas y retos que presenta el nuevo milenio, para lo cual se requiere impulsar radicalmente, dentro del marco de interacción internacional, las medidas que sean necesarias para mitigar el calentamiento global y el deterioro ambiental, si es que la llamada Cuarta Transformación quiere ir más allá de su esencia decimonónica-posrevolucionaria del siglo pasado.
Ramón Peraza Vizcarra
Oceanólogo y Maestro en Ciencias del Mar