El tiempo de las amapas: el destino de los barrios alrededor del Jardín Botánico

Jorge Ibarra M.
24 marzo 2022

Durante el tiempo de las amapas el amarillo resalta más que el usual teñido rojo de la desgracia sinaloense. De los árboles florece un sosiego contagioso. Pasear por el centro de Culiacán en estas fechas hace más lento el andar y la mirada. De pronto la gente se vuelve atenta y tratable.

En la ciudad todavía quedan algunos guardianes gigantes que a su sombra nos atenemos para encontrar cobijo. Uno de los más sagrados sobresale a la orilla del malecón, justo al bajar el puente Juan de Dios Bátiz. Es una ceiba o pochote que en estos meses de primavera tira una pelusa que parece algodón, y que a muchos niños les hace figurar la caída de nieve tejida.

Hace meses que no llueve, y en el parque junto al Jardín Botánico la hierba palidece como espigas de trigo maduro balanceándose en amistad con el viento. ¿Qué más necesitan esos senderos para presumir el encanto que ahí ya se aprecia? Hay plantas que de tanto regarlas se marchitan.

En una ciudad tan turbulenta, son pocos los espacios públicos tan amalgamados con la gente y el entorno. Se ha llegado a creer que el corazón del parque está en ese rincón amurallado del jardín, y muchos lo enaltecen como si fuese el templo de Salomón que alberga el arca de la alianza. Si tan sólo supieran que la armonía de toda la zona proviene de la justicia social, semilla que germinó en vecindarios dignos para la clase trabajadora.

No es el paisaje en sí. La naturaleza desvinculada del ser carece de moralidad. Es el ser el que la proyecta como manifestación cultural e histórica. Fuera del ser que contempla y construye, la naturaleza no tiene sentido. La humanidad es la sal de la tierra. Nadie agradece las selvas en Neptuno.

La fetichizacion del Jardín Botánico de Culiacán se sostiene en la ilusión de una ciudad en comunión con la naturaleza. A mi parecer se asemeja más a un búnker que almacena granos de maíz y cebada como recuerdo de fertilidad. No se niega la belleza de los museos, pero no hay espectáculo mejor logrado que aquellas ciudades que son galerías vivas.

Ojalá que las aguas subterráneas del Tamazula cavaran tan hondo que la raíces de todos esos árboles enclaustrados se desbordaran más allá de las rejas del Botánico, hasta reverdecer las veredas empedradas de Tierra Blanca. Y que el musgo se enquiste en los cimientos de las nuevas obras que amenazan con llevarse los rumores de las banquetas.

El problema alrededor del Jardín Botánico es el encarecimiento de los vecindarios aledaños, que con el paso del tiempo se convirtieron en la utopía del buen vivir. Hoy toda la zona está bajo una presión inmobiliaria absoluta. Frente al parque se construyen edificios de condominios que superan los 3 millones de pesos. El Proyecto Sendero, ahora cancelado, hubiera significado la aceleración del proceso de evacuación de la clase trabajadora no precarizada. ¿De qué nos sirve un parque tan bonito sin la gente que le da vida?

Pero, así como el tiempo de las amapas es muy corto, pronto el destino alcanzará a todos esos barrios.