El salto y el grito endemoniado del vecino
Cuando escuché el grito, se me vinieron un montón de recuerdos a la cabeza, la mayoría como un tráiler de película de varias situaciones con las que cualquiera pudiera entender esa actitud de mi vecino.
“Los voy a matar, los voy a matar a todos”, gritaba con fuerza y hacía eco por toda la calle Geranio.
Eso provocó que otros vecinos de unas casas más abajo se alertaran de lo que estaba pasando.
Como yo estaba de frente al problema, pude verlo en primera fila, casi sin poder reaccionar con algo más allá de intentar proteger a mi papá.
Una media hora antes, por la calle Amapola, a unos 70 metros de mi casa, “El Veo” jugaba maquinitas, como lo hacía por unas horas cada tarde.
Ni “El Veo” ni “El Kari”, quien en ese momento se fue a comprar a la tienda de don Cleto, se imaginaban que serían víctimas de una emboscada por una pandilla de la vecina Colonia Rafael Buelna.
En esos momentos existía un añejo pleito entre los vecinos de la 10 de Mayo.
El grito del Michel, o “El Rosco”, sonó después de que se brincó desde la azotea de don Mois, desde donde pude ver que unos 20 jóvenes agredían a dos de nuestros vecinos.
Mi padre había llegado temprano, pero pasado de copas, y había saludado al Kari antes de que éste se fuera a la tienda.
Unos minutos después, mientras se daba la agresión, algunos de los jóvenes comenzaron a lanzar piedras hacia la Geranio, para impedir que se acercaran los demás a ayudar.
Las piedras comenzaron a caer en el porche, algunas rebotaron en el mosaico rojo con blanco, y quebraron vidrios del ventanal de la sala.
Mientras, mi padre se movía con rapidez, y astucia que hacía parecer que ya no estaba ebrio.
Y no era algo inusual que “El Rosco” estuviera, en solitario, en la azotea de don Mois.
Una vez, por observar a una joven belleza del barrio, resbaló y cayó de espaldas en el porche de su casa.
No llegó hasta el suelo porque su mano derecha quedó clavada, desde la palma, en una de las puntas almenada de su propio barandal.
Lo atendió su propia tía, que es enfermera.
La lluvia de piedras comenzó a menguar con el grito del Michel.
Los agresores apenas vieron la figura del endemoniado Rosco, con medio ladrillo en cada mano, y balbuceando leperadas, por la loma de la 19 de Septiembre, hacia el abarrote del Cleto.
Tampoco era la primera vez que se atrevía a hacer algo así de loco.
Una vez, solo por ocurrencia, tomó un medio galón de gasolina, una estopa y un encendedor para ir a quemar un anuncio en forma de litro de leche que estaba en la cima de la Avenida México 68, rumbo al Parque Culiacán 87.
La primera vez apenas pudo quemar el equivalente a un metro cuadrado, porque para subir necesitó mucha energía y era difícil mantenerse colgado sin ayuda.
Por eso luego se hizo acompañar de otro vecino y tuvo mayor éxito.
Cuando corrieron los primeros, espantados por la actitud del Rosco, los otros los siguieron, primero por la misma Amapola hacia el oriente, y luego al norte por la calle 21 de Marzo.
Los demás vecinos salieron, pero todo el peligro se había extinguido y los agresores huyeron.
En esos momentos, un vecino llegó en su auto y preguntó extrañado:
¿Por qué “El Michel” iba correteando solo como a 20 cabrones? Se fue hasta allá, gritando, con piedras en las manos.
Cuando venía, iban llegando a la México 68, unas cuatro calles al norte.
La manada se juntó en la esquina para platicar sobre la situación y ver las heridas con las que regresó “El Veo”.
Hasta que regresó “El Michel”, con la camisa pegada a la piel, el pantalón húmedo y los tenis empolvados.
Aún estaba agitado, recuperando el aliento, cuando alguien le preguntó: ¿Por qué te fuiste solo a corretear a los morros de la Rafa?
- Hijos de su pe... madre, dijo jadeando.
- Yo pensé que ustedes venían atrás de mí...