El pueblo bueno, que no lo es tanto
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Roberto Blancarte
roberto.blancarte@milenio.com
Si yo fuera el Presidente, haría una seria investigación sobre quien fue el que llevó al pueblo bueno al Zócalo, para que gritara: “fuera Sicilia” y otras consignas en contra de la “Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz”.
Porque no puedo creer que unas personas mayores humildes, de ese pueblo con tantos valores y reserva moral de los que habla el Presidente, hubieran ido por su propio pie y voluntad a atacar a los familiares de víctimas. Es la peor bajeza política que he presenciado en los años recientes. Y haría esta investigación porque, de lo contrario, más de alguno pensará que fue el propio Presidente, o por lo menos con su anuencia, quien orquestó este miserable acto.
No dudo, por cómo andan sueltos imitadores y “quedadores de bien”, que haya sido idea de algún esbirro, sin autorización de AMLO. Pero, por lo mismo, le conviene al Presidente esclarecerlo y castigar políticamente al culpable. Pero los demonios andan sueltos y cada vez más hay signos de un descontrol político. Para muestra, nada más hay que ver lo que está pasando en su propio partido Morena.
En todo caso, la duda está allí. Y surge cada vez que el Presidente visita una entidad federal, donde el Gobernador sistemáticamente es abucheado por una turba y AMLO termina llamándoles la atención: ¿es un acto orquestado para que el Presidente aparezca como el gran conciliador y pacificador, el único que controla a las masas? ¿O es que realmente fuerzas políticas autónomas, aunque de su propio partido, intentan desestabilizar al Gobernador en turno y adular al Presidente?
Para mi gusto, cualquiera de estas opciones es una señal negativa. Porque, o bien querría decir que el Presidente es un cínico de doble cara, o bien el Presidente no logra controlar lo que sucede en su propio movimiento político.
La peor conclusión, sin embargo, es que toda la perspectiva político-programática del Presidente, basada en la idea que el pueblo mexicano es esencialmente bueno y que existe en él una gran reserva de valores morales y espirituales, termina por traicionarse. Porque, más allá de lo cuestionable o válido de esta idea, lo que estamos viendo no es la utilización de esa reserva moral, sino la tradicional utilización de grupos necesitados y manipulables, para fines políticos. En suma, lo de siempre; acarreados a los que se les señala qué consignas, para ellos completamente extrañas, tienen que gritar en la plaza pública.
Pero ahora, se ha cometido una bajeza inconmensurable; gritarle a quienes han perdido a sus hijos, a sus, esposos, a sus hermanos, a sus seres más queridos y que sólo piden verdad, justicia y paz. Denostar a quienes se atrevieron a decirle al Presidente de la República que su estrategia de seguridad está equivocada. Menospreciar a las víctimas y linchar a quienes solicitan, de la manera más pacífica posible, una rectificación. Con todo esto, el Presidente de la República y su movimiento están perdiendo a pasos agigantados el principal instrumento de gobierno con el que contaban; su autoridad moral.
Y junto con ello, la esperanza de un verdadero cambio.
Lamentable, por donde se le quiera ver.