El político y el científico sinaloense

Ernesto Hernández Norzagaray
12 julio 2020

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Max Weber, el gran sociólogo alemán, hace más de un siglo ponía el foco de atención en la diferencia sustantiva entre el político y el científico. Esta disquisición intelectual no estaba exenta de anclajes sociales o políticos. Su país salía devastado de la guerra y con grandes compromisos económicos con el resto de Europa producto de las obligaciones que le imponía el Tratado de Versalles.

¿Serían los políticos o los científicos los que tendrían respuestas esperanzadoras luego de que el actor militar había sido derrotado en toda la línea? ¿Cuando esa derrota tenía un alto costo en la vida de los alemanes y daría pie para el surgimiento del nazismo?

La emergencia planteaba problemas y es donde aparece la figura de Weber, para situar en el lugar correcto la discusión en torno al rol del hombre de acción y el hombre de ciencia con o sin puesto público, y en situaciones como las que está viviendo el mundo y en particular nuestro estado.

Viene a cuento esta disquisición sobre el político y el científico, porque en los últimos días se ha escuchado insistentemente sobre un desencuentro entre el Gobernador Quirino Ordaz y Efrén Encinas, su Secretario de Salud; un desencuentro lógico entre el político y el científico. Vamos, entre el que está sujeto a presiones diversas que le obligan a tomar decisiones y el que hace las recomendaciones basado en la ciencia.

Se ha señalado que mientras Sinaloa se encuentra en el bloque de los estados de mayor crecimiento de contagios de Covid-19, el Gobernador inopinadamente ha tomado la difícil decisión de reabrir la actividad económica y eso contravendría con las indicaciones que hace el secretario del ramo, quien de distintas maneras llama a la prudencia, a la gradualidad, a poner por delante el cuidado de vidas.

¿Quién tiene la razón? A primera vista los dos. Es el Ejecutivo el que debe tomar las decisiones, es quien tiene el mandato de las urnas y el pulso de lo que está ocurriendo en el estado. Además, teóricamente cuenta con la información que sus secretarios y asesores le suministren para una mejor toma de decisiones en este o en cualquier otro asunto de interés público.

Sin embargo, en una circunstancia como la que estamos viviendo, no hay que decidir entre buenas y malas opciones, sino por la menos mala, y la menos mala conforme lo que estamos viviendo es una mezcla de apertura económica y control a través de protocolos sanitarios.

Están en juego cientos de miles de empleos formales e informales, y eso obliga a tomar decisiones, que para los más puristas de la sanidad pública es inaceptable, pero, es muy distinto, para una persona de a pie a la que se le ha acabado el dinero para la manutención de su familia. A ese ciudadano no le importa jugar con su vida en la ruleta de la pandemia, sale sin más a buscar para los gastos básicos sobre todo cuando nuestros gobiernos, a diferencia de otros más previsores, no entregan despensas, sino dan ayudas económicas y fiscales para sobrellevar mejor la situación.

Es donde entran en juego la cultura cívica y los protocolos de salud. El Secretario de Salud llama además de cuidarse para evitar el contagio proteger a los demás, entre ellos en primer lugar a sus seres queridos, y luego a quienes se encuentran en la calle o donde trabaja, no puede hacer una cosa sin la otra, si por desacato se contagia llevará inevitablemente el virus a los suyos. Pierde la ciencia. El doctor Encinas verá desconsolado el incremento de contagios y la saturación de los hospitales públicos.

El problema es que los más puristas no quieren ver más allá -sea por razones humanitarias, fijaciones mentales o políticas - y, hay que tenerlo claro, si no se toman decisiones económicas además de la pandemia por el virus estaremos cavando la del hambre por mencionar lo más básico.

Acaso, ¿no estamos viendo un incremento de personas que están pidiendo dinero en la calle o tocando puertas de las casas? Incluso, estamos viendo un incremento de los daños patrimoniales, lo que viene siendo un subproducto de meses sin empleo, sin ingresos, en muchos de desesperación.

Entonces, el problema entre Quirino y Encinas es que esas presuntas desavenencias o rumores interesados, son producto de que no armonizan un discurso público, como sí lo hace López-Gatell con López Obrador, aun cuando la realidad termina por demostrar que en estas situaciones límites vale más la diferencia pública que la simulación, el engaño, el discurso triunfalista.

Va un ejemplo, en una investigación sobre actas de defunción que realizó recientemente el diario Milenio, en el Registro Nacional de Población, encontró que al 19 de junio que la cifra de decesos no fueron 20 mil 394 muertes por coronavirus sino probablemente 38 mil 815 lo que representa un 90 por ciento más.

Incluso, si a esta cifra, se suman las muertes por neumonías atípicas y virales, se dispara a 43 mil 790, lo que representa un 114 por ciento más.

El problema, nos dice el diario capitalino, es el subsecretario López-Gatell que solo toma en cuenta aquellas muertes con pruebas positivas y eso evidentemente distorsiona la realidad, porque no todos se hacen la prueba PCR, hay un déficit de pruebas.

La falta de estudios en Sinaloa muestra lo siguiente de acuerdo con la misma fecha del 19 de junio y Covid-19 incluido en el acta de defunción: Covid confirmado 90; Covid posible 495 y Covid sin confirmar 286 que darían un total de 880 defunciones por Covid, las mismas que reconoce del Gobierno del Estado.

En definitiva, esta diferencia entre el político y el científico debiera alejar la maledicencia, no es la lucha del político contra el hombre de ciencia, sino las circunstancias que lleva a que choquen las opiniones y al final se impone lo que resulte de estos equilibrios para bien o para mal, en una sociedad como la sinaloense.