El político y el científico

Pablo Ayala Enríquez
09 mayo 2020

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pabloayala2070@gmail.com

El desencuentro entre la reportera Sarahí Uribe y Hugo López-Gatell, Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, refleja las tensiones éticas que existen cuando la ciencia se pone al servicio de la política. Me explico.

Durante la conferencia vespertina del pasado miércoles, Sarahí Uribe hizo uso de la palabra con la siguiente pregunta: “Esta tarde el ex Secretario de Salud, José Narro, consideró que [usted] ha mentido respecto a las cifras. ¿Le ha mentido a México, secretario?”. Tras una brevísima pausa y la sonrisa apretada en el rostro, López-Gatell respondió: “Cuénteme más. ¿Qué más dice el ex Secretario, el doctor Narro?”. Atenazada por los nervios, la reportera comenzó a balbucear deseando convertirse en Aladino para poder meterse en su celular. “Dice que hay... Mmmm, que no es congruente con sus cifras... mmmmm... a ver permítame...”.

Curtido por la exposición diaria a los reporteros, López-Gatell, haciendo gala de ecuanimidad, esperó a que la joven continuara con su búsqueda con estas palabras: “Estamos a la espera de la opinión del doctor Narro, un respetable ex Secretario de Salud y ex Rector de la Universidad Nacional”. Movida, probablemente, por el amor propio o el decoro profesional, la joven reportera volvió a la carga: “Menciona que las cifras no cuadran y esto genera en la población incertidumbre. A ver, ¿qué nos puede decir al respecto? ¿Sí le ha mentido a México?” López-Gatell dio la vuelta a la insidiosa pregunta mostrando primero su respeto a Narro, para luego darle un par de elegantes coscorrones a la que parecía poco más que una aprendiz de reportera: “Me parece un individuo respetable. Habría que ver sus argumentos sobre lo que se refiere. Usted iba a mencionar algunos, me parece. Quizás ahí nos podamos dar cuenta a qué se refiere”.

Cazadora cazada. Su falta de preparación, ingenuidad, poquísimo sentido común y escuálida ética profesional pusieron en su sitio a (¿la pobre?) Sarahí Uribe. Con todo, la patada había sido dada justo en el centro del avispero. A la pregunta abierta de la reportera siguieron los artículos de fondo de El País, el Washington Post y del The New York Times, donde, con argumentos más sólidos se ponía en tela de juicio la supuesta objetividad científica del vocero gubernamental de la pandemia en México.

Era cuestión de tiempo, no solo porque las suspicacias en torno al manejo de la información ofrecida por López-Gatell en sus conferencias se volvían cada día más punzantes, sino porque, como dice el politólogo Raymond Aron, “las virtudes del político son incompatibles con las del hombre de ciencia. [...] No se puede ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de estudio, sin atentar contra la dignidad de una y otra profesión sin faltar a la vocación de ambas”.

Y, justamente esto parece ser que es lo que le está sucediendo a López-Gatell: está dejando de ser un hombre de estudio, para convertirse en uno de acción, es decir, en un político tal como lo pintó de cuerpo entero Max Weber en su célebre conferencia “La política como vocación”, dictada en 1919 en la Asociación Libre de Estudiantes de Munich.

Para Weber, “quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al ‘poder por el poder’, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere”. Mientras los fines de la acción política no se dirijan únicamente a la satisfacción de intereses individuales, la profesión de político puede ser noble y digna. Sin embargo, esto no siempre resulta fácil.

¿Quién es un político profesional? A decir de Weber, hay dos formas para hacer de la política una profesión: “o se vive ‘para’ la política o se vive ‘de’ la política. [...] Quien vive ‘para’ la política hace ‘de ello su vida’ en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su tranquilidad con la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de ‘algo’. En este sentido profundo, todo hombre serio que vive para algo vive también de ese algo. La diferencia entre el vivir para y el vivir de se sitúa, pues, en un nivel mucho más grosero, en el nivel económico. Vive ‘de’ la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive ‘para’ la política quien no se haya en este caso. [...] Dicho de la manera más simple: tiene que tener un patrimonio o una situación privada que le proporcione entradas suficientes. [...] porque solo el patrimonio propio posibilita la independencia”.

¿En cuál de los dos tipos cabría Hugo López-Gatell? ¿Entre los que viven de la política, es decir, esos que encuentran en esta una fuente duradera (y generosa) de ingresos, o entre los que viven para la política, es decir, esos que descubren a través de ella parte del sentido de su vida, porque el quehacer político puede ser puesto al servicio de algo?

Para ubicarlo en uno u otro bando, dado que al día de hoy López-Gatell ha puesto en suspenso su carrera científica para dedicarse de tiempo completo a sus responsabilidades como subsecretario, como refería Max Weber, es necesario saber si López Gatell reúne las tres cualidades básicas con las que debe contar el profesional de la política: “pasión, sentido de la responsabilidad y mesura”.

El sentido de la pasión referida por Weber debe entenderse en términos de “‘positividad’, de entrega apasionada a una causa”; la responsabilidad que se adquiere con relación a los efectos que trae consigo actuar en pro de la causa buscada y la mesura para “permitir que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas. La política se hace con la cabeza y no con otras partes del cuerpo o del alma. Y, sin embargo, la entrega a una causa solo puede nacer y alimentarse de la pasión, si ha de ser una actitud auténticamente humana y no un frívolo juego intelectual”.

Por ejemplo, la manera en que López-Gatell resolvió la intentona de la reportera (y otras atribuibles a pifias del Presidente) combinó las tres cualidades propuestas por Weber, sin embargo, como este mismo advierte, aún queda por ver si su quehacer lo realiza desde una ética de la convicción o una ética de la responsabilidad, paradigmas irremediablemente opuestos entre sí. Actuar desde una u otra supone un abismo de diferencia.

La máxima de actuación de la ética de la convicción es muy similar a esa que “ordena (religiosamente hablando) ‘el cristiano obra bien y deja el resultado en manos de Dios’”; aquí no importa lo que venga después. La verdad incondicionada va por enfrente. Por el contrario, la máxima de la ética de la responsabilidad, sugeriría “tener en cuenta las consecuencias previsibles de la propia acción”, aunque a veces tenga que echarse mano de la mentira u otros medios éticamente controvertidos.
Las cifras presentadas hasta hoy por López-Gatell, orbitan en la lógica de la responsabilidad. Sus “explicaciones científicas” no brotan ni se mueven necesariamente en el marco de la impecable transparencia (“las muertes por Covid no siempre se pueden demostrar”, dice); siempre dejan un espacio para la duda, conviven felices con la ambigüedad y la posibilidad futura de aclarar el equívoco o, dicho en palabras de Max Weber, entrar de lleno al juego de “la política como vocación”.

Por todo esto, me cuesta trabajo dejar de ver a López-Gatell como un simple político. Carismático, sí, pero sin lograr ocultar que se ha convertido en un político como todos, un funcionario cualquiera que se ha visto obligado a poner en suspenso su vocación de científico, y de la que hablaré, también desde Weber, en mi próxima entrega.