El plagio en la 4T (no me refiero a Gertz)
Por una vez, López Obrador no incurrió en un oso mayor al intervenir en el Consejo de Seguridad de la ONU, que preside México este mes, por quinta vez en la historia. Además, tratándose de temas para especialistas, da más o menos lo mismo lo que diga: a nadie le importan mucho esos discursos, ni en el Consejo, a menos de que se analice una crisis seriamente amenazadora para la paz y seguridad internacionales (por ejemplo, la invasión de Irak o las guerras intermitentes en Medio Oriente), ni en la Asamblea General, salvo cuando hablan los miembros del P5.
Pero ello no significa que el Mandatario mexicano haya cuidado su intervención. Él no tiene por qué saber nada del tema, pero su gente sí tiene la obligación de conocer la historia de sus propuestas, y de convencerlo de no plagiar a sus predecesores u homólogos en esta materia. En efecto, la propuesta de recaudar fondos de los mil magnates más ricos del planeta, de los países del G-20, y de las mil empresas más grandes del mundo, ya ha sido presentada, en diversas formas, desde hace muchos años. Es vino viejo en botellas viejas (ni siquiera nuevas), o en el lenguaje presidencial, un refrito.
Tal y como se comentó ampliamente, López Obrador propuso sacar de la pobreza a 750 millones de personas en el mundo que viven con menos de 2 dólares al día. El gasto se financiaría con una contribución anual de 4 por ciento de las fortunas de los mil individuos más ricos, con 4 por ciento anual de los ingresos de las mil empresas más importantes, y 0.2 por ciento del PIB de los países del G-20, para sumar un billón (mexicano) de dólares. Ahora vayamos a la historia.
Desde 1970, la comunidad internacional en la ONU aprobó como meta que los países ricos o donantes aportaran el 0.7 por ciento de su PIB anual en Asistencia Oficial para el Desarrollo (AOD). En principio se excluía la inversión privada en el cálculo, aunque Estados Unidos nunca aceptó dicha exclusión. No se alcanzó jamás la meta, de tal suerte que en los Objetivos de Desarrollo del Milenio, aprobados por la ONU en el año 2000, se repitió el compromiso. La Unión Europea se comprometió en 2001 de nuevo con la cifra de 0.7 por ciento. En febrero de 2002, la Cumbre de Monterrey volvió a enunciar la misma meta. En otras palabras, la primera fuente de financiamiento propuesta por AMLO fue planteada hace más de medio siglo, y sigue sin cumplirse.
La segunda, a saber la aportación de los magnates, también ya se presentó hace años. En 2010, Bill Gates y Warren Buffet enunciaron el Compromiso de Donar (The Giving Pledge) según el cual los mega-ricos del planeta donarían la mayor parte o por lo menos la mitad de sus fortunas a la filantropía, para varias metas, empezando por el combate a la pobreza. Más de 200 magnates de 27 países suscribieron el compromiso durante los primeros meses. Curiosamente, un cercano amigo del Presidente, que lo visita con frecuencia en Palacio o en su rancho de Tabasco, se negó a firmar el compromiso, argumentando que no creía que la caridad fuera la mejor manera de combatir la pobreza, y que él podía ser más útil operando sus empresas que vendiéndolas y donando la mitad de su fortuna a la filantropía. Se trata, obviamente, del ingeniero Slim, a quien seguramente AMLO ya convenció de que ahora sí se comprometa.
Finalmente, en lo tocante a las empresas más grandes y el impuesto especial de 4 por ciento, el G-20 acaba de aprobar un impuesto mínimo internacional para todas las empresas y en particular para las de tecnología, de 15 por ciento. Ya lo habían suscrito 130 países y se supone que puede generar hasta 150 mil millones de dólares al año de ingresos para los distintos erarios del mundo. La idea se trabajó durante años en la OCDE bajo la dirección de José Angel Gurría, a quien AMLO vetó como posible director de la SEGIB en Madrid, para suceder a Rebeca Grinspun. Trump, el amigo de López Obrador, rechazó la idea durante cuatro años, pero Biden la aceptó en cuanto tomó posesión y con eso desbloqueó el impasse anterior. Quizás si AMLO hubiera asistido a la cumbre del G-20 en Roma, se habría enterado.
No existe el plagio en materia de ideas, ni mucho menos sobre políticas públicas: nadie es dueño de nada. Pero presentar propuestas antiguas, casi en términos idénticos, como si fueran originales y propias, es en el mejor de los casos una tomadura de pelo; en el peor, una estafa. Que la comentocracia no se dé cuenta, o que a nadie le importe, es lo de menos. Lo grave es verle la cara a los otros 14 miembros del Consejo de Seguridad, que ni siquiera se tomaron la molestia de decir que inmediatamente transmitirían la propuesta mexicana a sus capitales, donde se perderían en los hoyos negros de las cancillerías. Pero por lo menos no hubo oso.