El Pepe Franco...
Domingo de resurrección, cierre de la Semana Santa, considerada así, por una buena parte del mundo cristiano y dentro de su ciclo, se conmemora la última etapa de vida terrenal de Jesucristo, considerado en las escrituras sacras como el enviado del Creador. De acuerdo a los evangelios de Juan y de Lucas, el Domingo de Resurrección, Jesucristo vuelve a la vida, después de su dolorosa muerte física, para continuar con su misión de llevar la palabra de Dios y cultivar, entre los hombres, el amor al prójimo y la paz mundial.
Sin ser un conocedor de la materia bíblica, me atrevo a especular que la resurrección de Jesucristo no es tanto su retorno a la vida, sino el comienzo de la predicación de sus principios que realizan sus fieles, considerados como mensajeros del nazareno, quienes, con fe admirable, se proponen conseguir los objetivos de gran calado del cristianismo, algo que hasta la fecha no se ha obtenido, y lo vemos, por ejemplo, en la desigualdad social, en el egoísmo reinante entre nosotros y los inacabables conflictos bélicos en el mundo.
El gran recordatorio cristiano inicia con el Domingo de Ramos, evocando la llegada de Jesús a Jerusalén, bajo el júbilo de sus seguidores que batían hojas de palma, dándole la bienvenida al profeta que consideraban como la esperanza de la construcción de una nueva sociedad; todo era alegría y felicidad, según se describe en los evangelios de Mateo y de Marcos.
En cambio, el Domingo de Ramos de este año, para una familia y un nutrido grupo de mazatlecos no fue de celebración, sino de tristeza, ya que falleció uno de ellos. El estimado José Luis “Pepe” Franco.
Pepe, maestro de varias generaciones universitarias que pasaron por las aulas de la Escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa, y conocido ampliamente dentro del mundillo literario local, por su ocupación en el fomento de la lectura e indiscutiblemente, por su enorme talento como escritor, era todo un animal de la literatura, así se lo dije en alguna ocasión, lo cual le gustó, afortunadamente, pues de lo contrario, su respuesta hubiera sido con una buena dosis de su marcado acento sarcástico, otra de sus genialidades.
A pesar del talento literario de Franco, ponderado por conocedores, su producción bibliográfica no fue abundante, en virtud de las circunstancias bajo las cuales fue modelando su vida, de alguna manera, llevada de forma desparpajada.
Socialmente, Pepe nos legó a una gran cantidad de nuevos lectores los que, a su vez, predican entre los suyos el amor a los libros, tal y como se los transmitió su apreciado maestro. A la par de ello, sembró en el puerto la semilla de las ferias de libros formales, obra que se vio realizada con la Feliart, sacada a puro corazón por el equipo comandado por el Pepe y a la comprensión de algunos empresarios; se agregaban también las cicateras contribuciones del municipio y de la UAS, la cual, al paso del tiempo, de manera ingrata, le arrebató el evento.
Confieso que no alcancé la medida de su rasero para considerarme como parte de su círculo de amigos íntimos, pero hubo simpatía entre nosotros y eso me dio la oportunidad de ser su colaborador en algunas ediciones de la Feliart y en su paso por la dirección de Cultura.
En la despedida terrenal del Pepe Franco no se agitaron palmas, pero sí millones de hojas del tesoro que tanto amó. Sus libros.
El Pepe Franco ya descansa en paz; el gran amante de las letras, simplemente se fue, tras cumplir con su misión de vida: sembrar el amor por los libros. ¡Buenos días!