El origen de la violencia
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pabloayala2070@gmail.com
A las mujeres
En su libro “La sociedad ética. Indicadores para evaluar éticamente una sociedad”, Juan Carlos Siurana dice, y dice bien, que cuando hablamos de la violencia en la pareja debemos centrarnos en la violencia de los hombres hacia las mujeres, “porque es la que se produce en el 98 por ciento de los casos”.
Si damos esta cifra por cierta, resulta imposible no coincidir con la feminista Rita Segato cuando afirma que: “la violencia actual tiene su origen en la violencia de género”, tipo que podría considerarse “la madre de todas las violencias” y que, sea de modo sutil o agresivo, comienza y se vive de manera normalizada en casa. Me explico.
Esta semana, jalando el hilo de algunas ideas del filósofo y politólogo Philip Pettit, en otro espacio periodístico señalé que “el eje de la vida política republicana se encuentra en la libertad entendida como no-dominación. Una parte domina a la otra, dice Pettit, ‘solo en la medida que tenga la capacidad para interferir sobre bases arbitrarias en algunas elecciones de la otra’. [...] [De ahí que] la capacidad de interferir de una de las partes es suficiente para coartar la libertad de la otra. [Por ello], sin necesidad de prohibir nada, sin recurrir a la violencia física, de manera sutil, suave, paulatina, el esposo va acotando (y minando) la capacidad de decisión de ‘su mujer’. [...] [Y aunque seguramente], como apunta Pettit, ‘Puede que usted sea una mujer afortunada, cuyo esposo esté lejos, en términos probabilísticos, de abusar de usted, tal vez, digamos, por andar profundamente enamorado. Pero esa diferencia entre su situación y la de las otras mujeres casadas no significa que su destino en punto a la no-dominación sea demasiado independiente del de ellas. [...] La libertad como no-dominación exige la inaccesibilidad de su marido a la interferencia arbitraria, no la mera improbabilidad de que acabe interfiriendo”.
Lo planteado por Pettit no-tiene-desperdicio, porque deja al descubierto una lamentable realidad: la mujer que no es sometida mediante la fuerza, lo será a través de vías sutiles, mediante pequeñas acciones (apoyadas en justificaciones absurdamente estúpidas e ilógicas) que interfieren con su capacidad de ser libre. De ahí que, sin levantar la voz, sin estrellar platos contra las paredes, sin estrujamientos, sin caras chuecas, a veces inconscientemente, el hombre tiene la capacidad efectiva de interferir en una enorme cantidad de decisiones que la mujer podría haber tomado empleando libremente su buen juicio y criterio.
La otra cara de la no-dominación, es la opresión violenta que arranca en el plano psicológico, y se diversifica, según el filósofo Juan Carlos Siurana, en ocho tipos o formas de denigrar o negar la manera de ser de una mujer.
El primer tipo se asocia al control, mismo que “consiste en vigilar a alguien de un modo malévolo, con la idea de dominarlo y mandarlo, para imponer el modo en que deben hacerse las cosas. [...] Se controlan las horas de sueño, las comidas, los gastos, las relaciones sociales, incluso los pensamientos”.
El segundo tipo de violencia psicológica es el aislamiento, progresivo “de la mujer de su familia, sus amigos, impedir que trabaje, que tenga vida social. El hombre procura que la vida de ella se centre únicamente en él”.
Los celos patológicos tienen que ver con la incapacidad del hombre de reconocer la alteridad de la mujer. “Quiere poseerla totalmente y exige una presencia continua y exclusiva. Aunque su mujer se someta y no salga sola, siempre sentirá una insatisfacción. Lloverán los reproches, habrá una búsqueda de pruebas, extorsión para extraer confesiones, amenazas y, después, violencia física”.
El cuarto tipo de violencia psicológica es el acoso, el cual se realiza tras repetir insistentemente un mensaje a la mujer hasta lograr que esta acepte la absurda petición o cualquier otra cosa (el sí viene del cansancio o por un convencimiento infundado). Las otras vías de acoso referidas por Siurana son más conocidas: vigilar a la persona, seguirla por la calle, llamarla a cada momento por teléfono, esperarla a la salida del trabajo, ir por ella a una reunión de amigas, etcétera.
Otra forma de violencia psíquica la encontramos en la denigración, la cual consiste en atacar la autoestima de la persona, demostrarle que no vale nada, que no tiene ningún valor, se atacan sus capacidades intelectuales, el modo en que se ocupa de la casa, los niños, su ropa, su físico, sus gastos [...], su rol materno, sus capacidades domésticas o sus cualidades como amante”.
El sexto tipo de violencia psicológica, muy próximo al anterior, es la humillación directa, tal como rebajar, ridiculizar, hacer que la mujer sienta vergüenza de sí misma, minando su autoestima y confianza en sí misma.
Los actos de intimidación (dar portazos, tirar objetos al suelo, golpear a los hijos o las mascotas), la indiferencia (alardear el rechazo o desprecio que se tiene hacia la mujer) y las amenazas (dejar de aportar dinero en casa, llevarse a los hijos a otro sitio sin autorización de la mujer, advertirle que la golpeará o, incluso, que podría irse de casa o suicidarse por culpa de ella) son otros tipos de violencia psicológica mediante los cuales el hombre domina a la mujer.
Sin embargo, como decíamos líneas arriba, además de las psicológicas hay formas más burdas (e igualmente ruines) y extremas; me refiero a la violencia física, sexual, el boicot económico-jurídico y, como culmen de la violencia, el feminicidio.
Tanto la violencia psicológica como la violencia física, son formas en las que un hombre domina y coarta la libertad de la mujer, impidiéndole llevar a cabo un proyecto de vida autónomo, es decir, una vida libre y digna.
La clave para escapar de la dominación y violencia de género, y de la indignidad que esta conlleva, se encuentra en lo propuesto por Philip Pettit: garantizar la libertad en términos de “no-interferencia”.
Como dije en ese otro espacio, el quid de la cuestión no está en inventarnos nuevas leyes, hacer más severos los castigos para lograr freír y trocear a los millones de hombres imbéciles que se sienten superiores a la mujer, sino en cimentar desde la casa, extendiéndolo en todos los niveles educativos, ese cambio cultural que nos permita revertir los patrones machistas-patriarcales que al día de “hoy someten a millones y millones de mujeres en México y el mundo”. En este sentido, “no se trata de la ‘ausencia de obstáculos’, sino de ‘la posesión de garantías’ que permitan a cualquier mujer escapar de la dominación”. O, dicho de una manera más simple, ser libre.