El olvido de la muerte

Rodolfo Díaz Fonseca
04 noviembre 2020

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La incomprensibilidad del fenómeno de la muerte ha llevado a considerarla un absurdo y un escándalo. Por eso, se trata de apartarla de la vista, de esquivarla y eludirla. Los avances de la ciencia han permitido prolongar los años de vida, pero no pueden destruir ni erradicar la muerte.

Anteriormente, era más familiar despedir a un ser querido que fallecía. Normalmente, moría en casa, en su cama, rodeado de gran afecto; hoy, se fallece en los hospitales o en casas de asistencia con un duelo más aséptico. El velorio también tenía lugar en el hogar, hoy se realiza en el recinto de la funeraria.

No decimos que sea errónea esta transformación, simplemente constatamos el cambio de costumbres y cómo se aleja la mirada de la muerte. Ahora, por desgracia, con la pandemia, ni siquiera puede uno acompañar en los últimos momentos a sus seres queridos.

Es que no dejemos de reflexionar sobre el sentido de nuestra vida y de la permanente presencia de la muerte, como escribió Francisco de Quevedo en una carta que dirigió a Manuel Serrano del Castillo, el 16 de agosto de 1635:

“Señor don Manuel, hoy cuento yo cincuenta y dos años y en ellos cuento otros tantos entierros míos. Mi infancia murió irrevocablemente; murió mi niñez, murió mi juventud, murió mi mocedad; ya también falleció mi edad varonil. Pues, ¿cómo llamo vida una vejez que es sepulcro, donde yo propio soy entierro de cinco difuntos que he vivido?”.

Quevedo, aunque con gran pesimismo y frustración, constata que ha fallecido a varias etapas de su vida, por lo que no es posible olvidarse de la muerte.

Tampoco olvidemos a los médicos, enfermeros, camilleros y personal de asistencia que han fallecido por nuestra irresponsabilidad ante el Covid.

¿Olvido la muerte?