El narcoestado en la dinámica de la 4T. ¿Distractor o vislumbre de la justicia?
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alexsicairos@hotmail.com
Ahora que el coronavirus ha dejado de ser un asunto de emergencia nacional, no por el abatimiento de la enfermedad Covid-19 sino por la claudicación del aparato de salud del Estado que se redujo a administrador de los contagios y decesos, procede a posicionarse en la agenda pública la discusión de si México fue o continúa siendo un narcoestado, dándole alto relieve en la escala política a ese sector criminal y disminuyendo al grado de cómplice a las instituciones responsables de aplicar la ley.
Allá en la cumbre, donde todos los ven, el Presidente Andrés Manuel López Obrador saca a relucir lo que durante décadas ha sido percibido y padecido por los ciudadanos, mientras el ex Mandatario Felipe Calderón Hinojosa se retuerce como el ostión en el limón y le regresa los búmeran de las sospechas al ideólogo y cabeza de la Cuarta Transformación.
Digan, ciudadanos, quién hizo tratos de corrupción con los traficantes de drogas o señalen con índice de fuego al que saludó a la mamá de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Vean, pueblo, cómo aquel se enoja porque le quedó el saco, o este otro va de fracaso en fracaso en el combate a la delincuencia. Diviértanse, mexicanos, al ver que desde Palacio Nacional se le pica la cresta a uno y el otro se engalla.
Tal cruce de acusaciones en la cima del poder distrae a la atención social al reposicionarse en la preocupación común el virus de la violencia que desde el gobierno de Felipe Calderón ha registrado alrededor de 330 mil homicidios dolosos, además de los huérfanos, viudas, padres, hermanos y familias en general que son parte de la tragedia nacional que hoy se utiliza para trifulcas políticas y no para aportarle justicia a víctimas y deudos.
Se trata del cotejo de aptitudes e ineptitudes antinarco, con un Presidente que aporta dichos en vez de pruebas para poner tras las rejas a quien señala de cómplice de criminales por acción u omisión, y el ex que acude a similar especulación al implicar al que gobierna en coparticipación por saludar a la mama o liberar al hijo de un capo, erigiendo tribunales con propósitos de pira en el que no vale el marco legal sino las capacidades de quemar a quien pase por la titularidad del Ejecutivo federal.
Es así como la narrativa del alto círculo del poder político escenifica pantomimas que entretienen al populacho, al mismo tiempo que las autoridades olvidan los 156 mil 437 asesinatos con armas de fuego ocurridos en el sexenio de Felipe Calderón, los 122 mil 448 del gobierno de Enrique Peña Nieto y los 53 mil 628 que van en el nuevo régimen, contabilizados del 1 de diciembre de 2018 al 30 de junio de 2020.
¿Quién se acuerda de la pandemia que supera escenarios catastróficos, la crisis económica que se cernía sobre México desde antes de que llegara el SARS-CoV-2, de los escándalos de corrupción que contrastan con el discurso de la honestidad, el derrumbe de la estrategia de pacificación y otros males nacionales que también segan vidas humanas y matan la esperanza de poder ver alguna luz al final del túnel? Que responda quien se resista a aceptar que el desánimo absorbe poco a poco la quimera del cambio a la que nos aferramos.
A falta de elementos para resolver si México ya dejó de ser un narcoestado, esperamos que las series de Netflix vengan expeditas a alimentar el criterio social y así poder desentrañar un día la duda de si lo fue o todavía lo es. Por lo pronto ocupa los reflectores de dicha plataforma de video sobre demanda la historia de Ismael “El Mayo” Zambada García, el jefe del Cártel de Sinaloa que en teoría es de “Los más buscados” y en los hechos el menos encontrado.
Este tipo de crimen organizado es el distractor perfecto para adormilar a las masas en todas las crisis nacionales. Matar el tiempo con montajes como el de AMLO-Calderón, a la vez que otras cosas matan a los mexicanos, es el objetivo del cruce de acusaciones entre el que es Presidente y el que lo fue, los cuales muestran sus talentos para la lucha libre, máscara contra máscara, con más espectacularidad que el daño que puedan hacerse entre ellos.
Escúchese también el aplauso y las carcajadas de los hampones por tan impecable escenificación. Si la aprobación de las palmas de las manos proviene de alguna institución o personaje de la estructura gubernamental, es que el narcoestado conserva a sus fans y ello es culpa de los conservadores y de prácticas de un ayer que ya no existe. Ni siquiera sería execración que alguna vez presenciamos el abrazo filial entre los dos que ahora se arrojan toneladas de cieno.
Y así nos arrullaría este cuento: Hubo una vez un narcoestado que superó el imaginario nacional e inclusive sedujo no solamente a los políticos sino a los ciudadanos en general. Por fortuna la pesadilla, con todo y el capítulo lúdico, ya terminó y llegó la paz y la legalidad para deleite de la patria. Os declaro, pueblo, que al fin la justicia es barrera infranqueable por los villanos.
Reverso
Suban ya ese telón,
Hay nuevo sketch en palacio,
Al medirse en el pancracio,
López contra Calderón.
Preguntas para joder
Se sitúa en la conversación pública otro tópico que entretiene a la gente pero que es, sin duda, llamarada de petate. En el intento por legislar para que los niños dejen de consumir productos chatarra asoman algunas preguntas: ¿habrá una fiscalía especial contra alimentos chatarra? ¿Qué será clasificado como bueno o malo para la salud de la infancia? ¿Será puesto a disposición de un juez el chamaco que compre o el abarrotero que venda frituras? ¿Se tipificará como delincuencia organizada la posesión en las alacenas de papas fritas o refrescos de cola? ¿Se le determinará atención psiquiátrica a los menores que no coman frutas y verduras? ¿Será juzgado por negligencia criminal aquel que tenga hijos rechonchos?