El miedo es como un compañero que tiene dos caras, en ocasiones sólo se ve la parte que paraliza, que no deja actuar y que hace perder la fe

Angelina Zamudio
28 enero 2021

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Una de las emociones más sentidas es el miedo. Desde inicios de la humanidad. Todas las personas la han sentido en mayor o menor medida en el transcurso de su vida. El miedo es como un compañero que tiene dos caras. A veces sólo vemos la parte que nos paraliza, que no nos deja actuar, que nos hace perder la fe. Y, en otras ocasiones, sabemos que le necesitamos para protegernos, pues el miedo es parte de nuestro instinto de conservación que nos ayuda a correr, a escondernos o a enfrentarnos al enemigo.
En algunas circunstancias, el miedo es un charco que se brinca y ya, pero en otras puede ser un río revuelto que corre con prisa o es un océano en el que hay que nadar o navegar.
Desde 2020 ese charco, río u océano se ha hecho más grande para cada quien; no sé cuál sea el tamaño de los miedos de las otras personas, pero conozco el mío. Nado sin saber nadar, mínimamente sacando mi cabeza para flotar y tomar aire; a veces nado de muertito; otras, me agarro de una tablita y al final llego a la orilla.
Entonces veo el miedo desde afuera, veo el océano que se va empequeñeciendo hasta hacerse un charco que se queda ahí, esperando a que vuelva a pasar por él; no sé de qué tamaño crecerá la primera vez, pero siempre pienso en que voy a salir de él.
He encontrado muchas maneras de salir de ese océano o río: la lógica como mi mejor aliada, la oración o las terapias ocupacionales; la lectura, una película cómica o salir a caminar.
Poco a poco he ido aprendiendo a perderle miedo al miedo, o sea, a saber que sentiré miedo toda mi vida, pero que podré de alguna manera con él. Ahora lo siento, lo vivo y se va. Y después regresa, crece y vuelve a irse. Es como el anochecer y el amanecer.
Para reflexionar: ¿Cómo vivo mi miedo? ¿Cómo atravieso ese charco, río u océano?