El México ficticio de López Obrador. Segundo informe: autoelogio y paja
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Qué bonito País es éste, México, que el primer día de septiembre de cada año amanece con todos los problemas resueltos. “Ya no manda la delincuencia organizada, ya no hay torturas, desapariciones ni masacres; se respetan los derechos humanos y se castiga al culpable, sea quien sea”, según el lienzo fascinante que pintó ayer el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Una patria ejemplar, de ensueño, en la cual el líder vence al coronavirus, recupera el crecimiento económico, derrota a la delincuencia y garantiza el respeto absoluto a la libertad de expresión.
Los políticos, indistintamente del partido que vengan, cuando llegan al poder inventan realidades alternas, espejismos paralelos, atoles alucinógenos para darle forma al nirvana que es posible solamente en la etérea entelequia de los enervados. Con saliva amarga causada por el estímulo de quien sabe qué sustancias ven más allá de lo que el pueblo puede percibir, trazan felicidades que al ciudadano común y corriente se les dificulta disfrutar.
Se creía que López Obrador no era de esos mandamases que al influjo del alto cargo público parecen beber la ayahuasca y verlo todo alterado a través del caleidoscopio de la dicha. De aquella fascinación cavernaria donde los neandertales que salían de las cuevas regresaban a contarles a los cautivos lo hechizante del exterior, hoy se acude a la alegoría del baldío y al monólogo dirigido a seres fantasmales que no razonan, que lo único que hacer es creerlo todo.
Y entonces algunos mexicanos aceptan sin confrontarlo con la realidad que la Patria es a prueba de todas las crisis, desafíos, adversidades y fenómenos y que la pandemia de coronavirus que diezma al mundo nos hará lo que el viento le hizo a Juárez. Vamos viento en popa y somos “un país, sin duda, con porvenir y un ejemplo mundial de cómo hacer realidad el progreso con justicia”.
México es, sólo imaginariamente, la tierra prometida. Dicho en las frases del Presidente “ya se acabó la robadera de los de arriba, pero todavía falta desterrar por completo el bandidaje oficial”, “en el peor momento contamos con el mejor gobierno”, “ya se están recuperando los empleos perdidos (por la pandemia), se está regresando poco a poco a la normalidad productiva y ya estamos empezando a crecer” y “la relación con los empresarios ha sido buena y respetuosa”.
A Pemex y la CFE se les está rescatando “limpiándolas de corrupción y cumpliendo el compromiso de no aumentar el precio de los combustibles y la electricidad”. En seguridad pública en casi todos los delitos “se ha registrado una baja del orden del 30 por ciento en promedio. Solo han aumentado homicidio doloso y extorsión en 7.9 y 12.7 por ciento, respectivamente”. La libertad de expresión y el derecho a disentir están garantizados “la represión política ha quedado en el pasado”.
Es decir, el político tabasqueño no canta mal las demagógicas. Sin que debiera de extrañarnos porque la banda presidencial los hace iguales, sí decepciona que la expectativa del cambio verdadero, traicionada una y otra vez desde que Lázaro Cárdenas del Río gobernó en México, esté tronando con el Movimiento Regeneración Nacional que revivió la fe en que un estadista pudiera por la vía pacífica hacerle justicia al País en la dimensión de los hechos, no de las mentiras.
¿Qué puede decirse de alguien que desde la intriga palaciega azuza para el enjuiciamiento público de los ex presidentes Carlos Salinas, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto y en el informe de ayer declara que “yo votaría por no someterlos a proceso”, con la postura de “en el terreno de la justicia se pueden castigar los errores del pasado, pero lo fundamental es evitar los delitos del porvenir”.
Recapitulando: por más que les eche toda la crema a los tacos, López Obrador desperdicio la segunda oportunidad del sexenio para plantear la postura convincente llamándole a las cosas por su nombre, sin rebautizarlas con autoelogios y hazañas difíciles de embonar con el dramático cuadro de los caídos por la violencia, por la pandemia y por las crisis económica y social. Ese óleo embaucador de libertades plenas, armonía nacional, paz, tolerancia y desarrollo no corresponde al México actual.
Si fuese tal el paraíso, AMLO tendría que ser reconocido como constructor del presente y futuro añorado por décadas. La verdad es que la restauración fingida, planteada a la medida de sus seguidores que no lo cuestionan, que lo idolatran a ciegas, es el logro de dos años de gobierno y ojalá que los cuatro siguientes emerja el transformado sobre el maquillador, el racional sobre el ocurrente y el ecuánime sobre el exaltado.
Roguemos para que ocurra la Quinta Transformación.
Reverso
Por lo menos nuestro Presidente,
Vive en el México soñado,
Al ser el único residente,
De tal País que ha inventado.
Ausentes y raspados
Los gobernadores tendrían que agradecerle a la Covid-19 el privilegio de suspender el tradicional besamanos presidencial, forzado e hipócrita. Y que por tal ausencia López Obrador no los haya incluido en la “arrogancia de sentirse libre” en la cual el habitante de Palacio Nacional encuadró al Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, y al Fiscal General, Alejandro Gertz Manero. Ese estilo presidencial buscabullas es lo más trascendente que le va a dejar a México la Cuarta Transformación. Muchos van a recordar a este régimen por las pesadillas derivadas de no ser del agrado de AMLO.