El lopezobradorismo sin López Obrador

Ernesto Núñez Albarrán
02 octubre 2024

Conocí a Andrés Manuel López Obrador en 1995, cuando encabezó el segundo “éxodo por la democracia” después de las elecciones a la Gubernatura de Tabasco. Lo recuerdo en un mitin de trabajadores de la Ruta 100 en el Zócalo de la Ciudad de México, la plaza que -según él mismo ha dicho- llenó 200 veces durante su carrera política.

Dos hechos hicieron que nos encontráramos: las desaseadas elecciones en Tabasco celebradas el 20 de noviembre de 1994, en las que el ganador fue el priista Roberto Madrazo, quien financió su campaña con millones de pesos procedentes de fuentes ilícitas. Y la quiebra de la empresa de transporte público Ruta 100, ordenada por el Presidente Ernesto Zedillo y ejecutada por el Regente Óscar Espinosa Villarreal el 4 de abril de 1995.

En plena crisis económica -derivada del “error de diciembre”-, Zedillo aplicó el canon neoliberal a rajatabla: subió el IVA del 10 al 15 por ciento, rescató a los bancos con recursos públicos y ordenó desincorporar una empresa pública para privatizar el servicio de transporte, echando a la calle a más de 12 mil trabajadores en la Ciudad de México y Área Metropolitana.

Decidido a “desenmascarar” al Subcomandante Marcos y al EZLN, el gobierno de Zedillo buscaba, también, desarticular al Movimiento Proletario Independiente -brazo político del Sindicato Único de Trabajadores de la Ruta 100 (SUTAUR-100)-, que los reportes de inteligencia vinculaban con la guerrilla en Chiapas y grupos “subversivos” en la capital del País.

Yo cubría el conflicto derivado de la quiebra de Ruta 100, y López Obrador encabezaba a cientos de tabasqueños que instalaron un plantón en el Zócalo por aquellos meses, en donde el ex candidato del PRD a la Gubernatura exhibió las pruebas del fraude electoral cometido por el PRI de Roberto Madrazo.

Eran años intensos para el País, que se hundía en una severa crisis económica y social; para el PRI, que crujía por el conflicto entre el Gobernador Madrazo, el ex Presidente Carlos Salinas y el Presidente Zedillo, quien tuvo que sacrificar a su Secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, por el conflicto postelectoral de Tabasco, y para la democracia mexicana, que se encaminaba a una nueva reforma electoral.

En ese contexto, el segundo éxodo por la democracia (en 1991, López Obrador ya había encabezado el mismo recorrido de tabasqueños en contra del fraude electoral, desde Villahermosa hasta el Zócalo) convirtió al perredista en una figura política nacional que, en abril de 1996, se convertiría en dirigente nacional del PRD.

Si una virtud tuvo la izquierda mexicana en la etapa de la transición a la democracia, esta fue saber estar ahí no sólo en las campañas electorales y los comicios, sino en el debate público nacional y en la resistencia a las políticas económicas neoliberales impulsadas por Salinas y Zedillo.

El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas perdió las elecciones presidenciales de 1988, pero al año siguiente fundó al PRD, se mantuvo vigente como contrapeso al salinismo y en 1994 volvió a postularse como candidato. En el 94 volvió a perder, pero en 1997 fue elegido jefe de Gobierno de la Ciudad de México, y en 2000 volvió a ser candidato a la Presidencia.

Ese año perdió otra vez el ingeniero, pero López Obrador ganó la Ciudad de México y se convirtió en el contrapeso y referente obligado de la Oposición a Vicente Fox, quien gobernó decidido a continuar con la política económica de Zedillo y los modos priistas de hacer política.

Como Cárdenas, López Obrador perdió elecciones, pero supo recrearse para mantenerse vigente. En 2006, el PAN y el PRI se coludieron para cerrarle el paso, en una elección fraudulenta e inequitativa, que dio paso al sexenio fallido de Felipe Calderón.

En 2012 AMLO volvió a perder; se fue del PRD, pero nuevamente se quedó en la política, ahora para fundar el partido Morena y recorrer el país para construir el movimiento que le daría la base social para ganar las elecciones de 2018.

Si alguna virtud tuvieron Cárdenas y López Obrador, esta fue demostrar que no sólo querían ganar una elección y gobernar, sino cambiar al País.

Mientras los candidatos del PRI y del PAN pierden y se retiran, cargados de dinero y dejando en la orfandad política a quienes votaron por ellos, los dos líderes principales de la izquierda mexicana supieron quedarse en sus partidos después de la derrota, crecerse ante los abusos del poder, encabezar luchas postelectorales, dirigir movimientos, dar esperanza a sus votantes, ser opción frente al PRI y al PAN, que gobernaron igual y terminaron fusionados en su caricatura: el PRIAN.

Sin esa clave de interpretación es imposible entender por qué el lopezobradorismo se convirtió en la corriente política y social más importante en lo que va del Siglo 21 mexicano.

Esa es la diferencia entre un partido que ganó casi todos los espacios de disputa política en sólo 10 años desde que obtuvo el registro, y los tradicionales y caducos PRI, PAN y PRD, que sólo existen en temporada electoral y en los escándalos de sus legisladores y gobiernos locales.

Guste o no, Andrés Manuel López Obrador fue la figura política más importante en la historia reciente de México. Será recordado, por simpatizantes y detractores, como el referente de la política durante cuatro sexenios: el de Fox, el de Calderón, el de Peña Nieto y desde luego el suyo.

Su presencia fue más relevante y trascendente que la de los ex presidentes, y la gran duda es si lo seguirá siendo también en el sexenio de Claudia Sheinbaum.

El viernes pasado, López Obrador dijo en su conferencia de prensa mañanera -la última en la que aceptó preguntas- que no aspira a ser líder moral, caudillo, ni jefe máximo (en clara referencia a Plutarco Elías Calles y el Maximato), mucho menos cacique.

Ha asegurado que va a retirarse a su rancho de Palenque, luego de pasar unos días en la Ciudad de México “para aclimatarse” a la condición de ex Presidente.

Se va cuando está por cumplir 71 años y, según ha dicho, se retira satisfecho con lo hecho en el sexenio y en más de medio siglo de carrera política, tranquilo por dejarle el poder a Claudia Sheinbaum y “con la conciencia tranquila”.

El balance de su sexenio irá asentándose conforme pasen los años, cuando se valoren las obras y se puedan visualizar objetivamente los probables daños hechos a las instituciones y a la democracia.

Pero lo cierto es que se va con una popularidad medida en un 70 por ciento de aprobación y, a diferencia de sus antecesores, después de refrendar claramente el apoyo del electorado a su proyecto político. Se va con casi 36 millones de votos emitidos en favor de su candidata a la Presidencia, pero dejando tras de sí una innegable polarización.

López Obrador se va a su rancho a escribir, y ha prometido apagar sus redes sociales (11.1 millones de seguidores en Twitter, 10.5 millones en Facebook, 4.5 millones en YouTube y 1.5 millones en Instagram) y no hablar de política.

Dice que quiere dedicar tiempo a disfrutar la naturaleza y a escribir sobre los aportes de las culturas prehispánicas a la humanidad, y ha pedido a la prensa, a sus seguidores y a los dirigentes políticos que no lo visiten ni lo busquen.

Se compró unos binoculares para observar a las guacamayas y otras aves que habitan y visitan su rancho “La Chingada”, de 13 mil metros cuadrados y cientos de árboles. Vivirá solo, “porque merece descansar”, según declaró su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, quién se quedará en la Ciudad de México con su hijo menor Jesús Ernesto, matriculado en una escuela capitalina.

Sus críticos y detractores aseguran que no se va a retirar y desde ahora apuntan a un nuevo Maximato, en el que López Obrador sigue siendo lo que ha dicho que no será: caudillo y jefe máximo.

Algunos aseguran que mantendrá a raya a Claudia Sheinbaum, con Adán Augusto López como cuña y principal operador de un grupo que mantendrá maniatada a la Presidenta. Otros, que la revocación de mandato es un dispositivo que se activaría en caso de que Sheinbaum no gobierne conforme a sus designios.

Y, recientemente, muchos ven en su hijo, Andrés López Beltrán, al futuro heredero con el que su sangre regresará a la Presidencia en 2030.

Eso es “futurismo barato, corriente y vulgar”, ha dicho López Obrador.

Corresponderá a Claudia Sheinbaum, al grupo gobernante y a la nueva dirigencia de Morena construir un gobierno, un partido y una corriente política que no dependa de un líder moral o jefe máximo. Un nuevo lopezobradorismo, el lopezobradorismo sin López Obrador.

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