El inseparable amorío entre la religión y la política sinaloense
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alberto.kousuke@uas.edu.mx
El mundo es testigo de muchas crisis, entre ellas la crisis religiosa. El extremismo sexual de la Iglesia Católica y el absolutismo de algunos grupos fundamentalistas islámicos y sionistas son noticias recurrentes.
Inadvertidamente y de manera colectiva, los tres dogmas han logrado colocar a la religión bajo una luz no muy favorable. Los escándalos y atropellos a los derechos humanos acaparan los reflectores de nuestra cotidianidad, ocasionando un aumento en los sentimientos anti-religión en las sociedades más desarrolladas.
A pesar de esto, la religión sigue sobreviviendo y algunos grupos religiosos continúan desempeñando un rol activo en la política.
Aunque la Constitución de 1917 establece la separación entre Estado e Iglesia, algunos servidores públicos sinaloenses olvidan que nuestro Gobierno es laico.
Claros ejemplos de esta conducta anacrónica son Roberto Cruz Castro, quien siendo diputado se pronunció en contra del aborto en una sesión del Congreso de Sinaloa con su hijo pequeño en brazos como “prueba de vida”; y más reciente, la síndico procuradora de Culiacán, Sandra Martos Lara, quien utilizó las instalaciones del Ayuntamiento de Culiacán como sede de un evento religioso.
La religión sigue siendo relevante en la política mexicana, ya que la religión es importante para los mexicanos. Asimismo, existen factores en la sociedad mexicana que amplifican el rol de la religión.
De acuerdo con un estudio del “Global Business Policy Institute”, México sigue siendo un país devoto, el 73 por ciento de la población considera a la religión como un elemento esencial en su vida. La religión sigue siendo uno de los aspectos más esenciales en la formación de la identidad de un mexicano.
Asimismo, la vida es más difícil en México que en países menos religiosos. Los problemas habituales como el desempleo, enfermedades, menor expectativa de vida, violencia, falta de cohesión comunitaria, entre otros, son el resultado de un aumento en la inequidad social. Esta inseguridad existencial representa un campo fértil para la religión.
Todos los temas políticos y sociales eventualmente afectan la identidad individual y colectiva de una sociedad. Algunos políticos se aprovechan de esta situación, utilizando un discurso complejo con el fin de legitimar sus acciones. Mientras la religión juegue un rol esencial en la identidad de una persona, esta seguirá jugando un papel protagónico en la política.
Conforme las sociedades evolucionan de un estado agrario-industrial a uno basado en el conocimiento, la creciente seguridad existencial reduce la importancia de la religión en la vida de las personas y la gente se vuelve menos dependiente de las normas, instituciones, y líderes religiosos tradicionales.
Este proceso también sucede en nuestra sociedad (aunque extremadamente lento), pero el futuro siempre es incierto. La pandemia de Covid-19 está afectando la seguridad existencial de nuestra sociedad y muy probablemente habrá una gran depresión económica global. Los cambios culturales que hemos visto en años recientes pudieran empezar a revertirse.
Se avecinan años difíciles para todos, necesitamos disminuir las brechas, erradicar la inequidad social, y mantener nuestro Estado laico. Por tales motivos, se requieren de servidores públicos que fundamenten sus acciones con el conocimiento colectivo de la humanidad y no con un libro repleto de versos escritos en la era de bronce (La Biblia) que son interpretados a conveniencia.