El imperativo digital (... y la escuela)

Juan Alfonso Mejía
27 marzo 2022

Esta semana tuve oportunidad de platicar con los “destructores de ideas”, personas visionarias capaces de contagiar sus ideas y transformarlas de manera concreta en un motor de cambio. Quizás se les conozca de manera más sencilla en nuestra tierra por el museo @Materia, aquél espacio que no hace mucho tiempo puso el nombre de Sinaloa y de Culiacán en la mesa del Georges Pompideou, en Francia, el Ars Electrónica, de Austria o el Museo de Historia Natural, en Nueva York. Luis León, Ricardo Rubiales, Guillermo Peñarroja, Alejandra se atreven a pensar el presente desde ópticas poco exploradas. Les sobra creatividad y comparten su valor. Han demostrado que es posible. Desde ahí platicamos sobre la escuela y sus desafíos.

Uno de los temas fundamentales de la conversación fue el pensar o, re imaginar nuestra era y cómo se define la escuela en este contexto. Al hablar de la “brecha digital” solemos llevar la conversación al ámbito de lo laboral. Es decir, si la escuela prepara eficazmente para el uso de tecnologías más avanzadas en el mundo laboral, con miras a la especialización económica de las regiones. Por ejemplo, si la empresa Phillips vendrá o no un día a Sinaloa, siempre y cuando tengamos los ingenieros necesarios para ello; o bien, si queremos modernizar un puerto como el de Mazatlán que sigue transportando el mismo número de contenedores en un mes, que Singapur realiza en una hora. La formación de la gente es clave, sin embargo, dos apuntes son necesarios.

Primero, las y los niños de hoy deben prepararse en trabajos que muy probablemente no existen. Así como lo lee: no existen. Hace poco platicaba con el dueño de una empresa de mensajería y paquetería. Me comentaba sobre algunos de los incentivos para mantenerse o cambiar de giro en su negocio, sobre todo a partir su éxito contundente durante años. Creí que hablaríamos de corrupción, inseguridad o crimen organizado en las carreteras, las aduanas, los aeropuertos, las problemáticas con el personal o ese tipo de cosas, pero no fue así. En su lugar me platicó de los esfuerzos de “Space “X””, la empresa de Elon Musk, por llevar el negocio de la logística al espacio.

“Este cuate -Musk- ya trabaja en cómo mandar un paquete al espacio desde México y hacerlo descender en París; es más corto si lo lanzas y lo bajas que si diseñas un viaje como hoy lo conocemos”. Ese trabajo de logística, no existe hoy en día, pero la industria se está transformando a pasos agigantadas; lo mismo sucede en el sector automovilístico o de energía, por citar dos casos sencillos. Esos trabajos no existen todavía, ¿qué escuela forma para ello?

Segundo, nuestros hijos crecen en un entorno que no logra explicarse el mundo de hoy a partir de creencias de ayer. Por ejemplo, durante milenios las bibliotecas fueron una suerte de guardianes del saber, los libros recluidos dentro de esos muros explicaban “cómo llegamos hasta aquí”. Hoy, “esos elefantes blancos en medio de la sala”, parecen y aparecen poco apropiados para despertar el interés de los jóvenes. Y es que, su teléfono celular puede llegar a resguardar más información textual y gráfica de lo que haya sido imaginable en aquellos “templos sagrados del saber”.

El impacto psicológico y emocional a este nivel de información no forma parte del privilegio de los privilegiados, todo lo contrario; la forma en que la virtualidad impacta a los jóvenes, a las familias y a la sociedad entera es bastante democratizador, les afecta con distinta intensidad, pero nadie se salva. De hecho, lo único que varía en este caso por clase social es la marca del celular y los GB disponibles.

De manera repetitiva he insistido en este espacio como la pandemia no inventa realidades, sólo las magnifica.

El mundo de hoy y de los próximos 30 años seguirá siendo principalmente “digital”, ello trae consigo una exigencia. La transición “de un mundo sólido a uno espectral” posee dimensiones técnicas, pero también psicológicas a nivel individual y social.

El término “desmaterialización” no es un concepto o metáfora que haya que explicar: es simplemente eso, la eliminación de lo material, lo físico de nuestras vidas. Mientras que todo sea información, lo material desaparece de nuestro entorno, dice Byung-Chul Han, filósofo surcoreano. El problema o bien, la dificultad de esta máxima es que el ser humano es un “ser físico” y no virtual. Ahora imaginemos esta conceptualización en una realidad cotidiana, en la que nuestros hijos viven y conviven con una pantalla todo el tiempo y, en últimas fechas, hasta se volvió el lugar del aprendizaje. Los efectos emocionales están a la vista de todos.

La necesidad de dotar y acompañar a las escuelas con una función más social y menos limitada sólo transmitir conocimiento es cada vez más urgente. De hecho, ya lo hacen y poco les reconocemos, empezando por todo lo que debemos y necesitamos a nuestros docentes.

De estas y otras ideas vinculadas a la generación de los “millennials” platicaremos con los @D_structoresdeideas en el podcast #materiagris , la próxima semana. Espero sea de su interés.

Que así sea.