El Grupo de los 77: ¿Nos chamaquearon los cubanos, o decisión bananera?
Desde mediados de los años 80, cuando llegó el “neoliberalismo” a México, cuando entramos al GATT, se realizaron las reformas estructurales de la economía y se blindaron contra cualquier retroceso a través del TLC con Estados Unidos y Canadá, el País ha enfrentado una disyuntiva desgarradora. Para sus élites, sobre todo, y en realidad para una pequeña fracción de las mismas, ya que la mayor parte no entendía, y a la sociedad mexicana en su conjunto no le importaba. Si la economía dejaba de ser exportadora de materias primas y desarrollaba una industria manufacturera de exportación competitiva; si nos asociábamos con Estados Unidos; si ingresábamos a la OCDE, el club de los países ricos; si la Iniciativa Privada y la inversión extranjera, en lugar del Estado, se transformaban en los motores del crecimiento económico; en una palabra, si el País entraba a la modernidad que había (no la que imperaba en los sueños húmedos del tercermundismo), ¿de donde éramos? Como se decía cuando éramos jóvenes: ¿con quién nos queremos juntar?
Hasta esos años, México había sido observador del Movimiento de Países No-Alineados (nunca miembros), parte del Grupo de los 77 en la ONU, patrocinador de conferencias de defensa de los intereses de los países en desarrollo (Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados, Conferencia Norte-Sur de Cancún, ambas iniciativas conducidas por mi padre), y nos manteníamos alejados de diversas agrupaciones de países ricos. Pero a partir del sexenio de Salinas, resultaba evidente que existía una contradicción entre la realidad económica interna y externa del País, por un lado, y su auto-designación y auto-ubicación geopolítica, por el otro. Lo mismo sucedía con el latinoamericanismo folclórico, nostálgico y trasnochado de nuestro servicio exterior, de parte de la intelectualidad, y de la clase política priista, de izquierda e incluso del PAN (Carlos Castillo Peraza, Gabriel Jiménez Remus y Felipe Calderón eran todos castrófilos).
En un mundo ideal, podríamos ser anfibios, de lo que me acusa mi amigo Joel Ortega. Era concebible, en ese mundo ideal, ser parte del Tercer Mundo, de los NOAL, del Grupo de los 77, de las hermanas repúblicas de América Latina, casi de la OPEP, el G-15 y a la vez del TLCAN, de la OCDE, del NADBANK, del Comando Norte, etc. En el mundo real, desde un principio fue patente que eso no era posible.
Como bien lo señala Jorge Lomonaco en su artículo de esta semana en El Universal, cuando Salinas decide solicitar nuestro ingreso a la OCDE (negociación llevada a cabo por mi hermano Andrés), empezando en 1992, la organización de París nos aclara entre elíptica y explícitamente, que con melón o con sandía: debíamos salirnos del G77 si deseábamos entrar a la OCDE. En ese momento, ya en 1994 -año complicado en México, to say the least- no parecía tratarse de una decisión definitoria de identidad o de pertenencia. Ya de por sí nuestra membrecía en el G77 se antojaba medio incongruente, la asociación carecía cada vez más de relevancia, acababa de entrar en vigor el TLCAN. Pero en realidad, nos hallábamos a la larga ante una bifurcación de caminos decisiva. Los acuerdos de cooperación económica con la Unión Europea (Zedillo) y con Japón (Fox) confirmaron el camino elegido.
Los siguientes cuatro gobiernos -Zedillo, Fox, Calderón y Peña- siguieron la misma ruta en los hechos, algunos con algo de conciencia clara, otros con menos, pero todos entendieron que ya éramos parte de un mundo diferente. Pertenecíamos a un grupo de países diferentes a los de antes: en América Latina, con Chile; en América del Norte, con Canadá; en Europa con España, Francia, quizás Suecia, en Asia con Singapur, Corea del Sur, etc. No hablo únicamente de una cercanía económica, aunque en la medida en que llegábamos a exportar más productos manufacturados a Estados Unidos que toda América Latina junta al mundo entero, obviamente no podíamos identificarnos con causas de los países exportadores de materias primas e importadores de bienes industriales. Era el mismo caso con otros temas: cambio climático, derechos humanos, democracia representativa, etc.
Por todo ello, es aberrante la decisión anunciada por el gobierno de Cuba de que México ha vuelto al G77, ahora con China, en su reunión de La Habana. Los cubanos chamaquearon a la Cancillería, anunciando una decisión aún no tomada. Cuando vinieron las críticas y las reacciones negativas, Relaciones se aventó un camachazo o ebrardazo, avisando que va a estudiar el asunto y que ya veremos más adelante. Ojalá. Podríamos retroceder 30 años, de manera innecesaria, improvisada, y bananera. ¡Qué lástima!
Hasta ahora, hasta López Obrador había resistido la tentación de volver a juntarnos con los tercermundistas, hoy conocidos como el Sur Global. No había coqueteado con China, ni presionado para que nos aceptarán en los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). En la ONU, con dificultades y contradicciones, condenamos la invasión rusa de Ucrania. Pero ahora, volvemos al pasado; regresamos de los nuevos barrios de clase media a los de vivienda de interés social; nos alejamos de los “like-minded countries” para acercarnos a los que piden condonación de deudas, mayores precios de las materias primas y mejor acceso a mercados. Nuestra deuda es pequeña (en realidad, gracias a la pichicatería de López Obrador, estamos sub-endeudados), importamos materias primas, y ya tenemos acceso libre a los principales mercados del mundo. De allí no somos.