El futuro

María Rivera
25 abril 2020

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SinEmbargo.MX

 

Qué difícil es vivir con ansiedad, querido lector. La pandemia ha causado que mucha gente padezca altos grados de ansiedad y es que nos encontramos en una situación realmente anómala, extraordinaria.

La declaración de la Fase 3, por supuesto, la acrecienta, ¿quién, que esté medianamente informado, no ha pensado estos días en la vida de sus seres queridos y la propia como amenazada?

Una amiga pintora decía que eran como oleadas que llegaban intempestivamente, otros amigos la refieren como insomnio, muchos más como somatizaciones, males físicos, reacciones corporales normales que se convierten en síntomas angustiosos, indicios más que de enfermedad, de nuestros temores.

A algunas personas se les han exacerbado padecimientos crónicos por estrés, otros están bebiendo más de lo normal. Yo, cuando llega, lo que hago, es escuchar música y respirar profundo. Trato de no pensar mucho, aunque en general ese es mi talón de Aquiles. Pienso, pienso, pienso, lo que puede convertirse en un acto enfermizo, por lo que trato de evitarlo. A veces lo logro, a veces no, pero siempre pasa, se desvanece la angustia, poco a poco. La pregunta sería: ¿Cómo atravesar este tiempo con entereza, sin que nuestra salud mental y emocional se deterioren progresivamente?

Tal vez lo mejor sea no tener falsas expectativas, abandonar la idea de que nuestra vida volverá a ser la misma en cosa de unas semanas, que no parece en nada realista, y abrazar la nueva situación en que nos hallamos. Sí, suena algo indeseable, pero tal vez sea mejor, literalmente, abrazar nuestra circunstancia y tratar de convertirla en una experiencia sanadora más que enfermiza.

Está claro ya que esta adversidad es más parecida a una carrera de resistencia, que de velocidad, querido lector. Habrá que resignarse a que nuestra vida cambió, esto es, resignificándola, que eso es lo que significa la palabra re-signación. Adaptarnos a un mundo que se nos volvió ajeno y amenazante, pero que también nos abre otras posibilidades que, tal vez si no estuviéramos tan angustiados, podríamos ver más nítidamente. Aunque la tragedia nos ronde, la muerte y la enfermedad nos amenacen, la generosidad y la solidaridad humanas siempre han estado con nosotros. El amor, la fraternidad, curan, después de todo. Apoyar a los vulnerables, dejarnos apoyar por los otros.

Y es que aquí pienso en otro tema que ha estado presente recientemente y que es la salud mental y emocional del personal médico que está y estará en el frente de batalla las semanas por venir. Si todos estamos expuestos a un alto grado de estrés y ansiedad, el personal médico lo está en un grado muchísimo mayor, ellos son quienes lidian con los enfermos, el dolor humano, la enfermedad, la precariedad y su propio miedo. Son, indudablemente, unos héroes en estos tiempos aciagos. Sin ellos, sin su determinación por curar a otros, sin su resistencia no tendríamos futuro, literalmente. Por eso, ha sido realmente indignante y preocupante enterarse que muchos no tienen suficientes equipos de protección, que frente a este escenario las autoridades no se prepararon y carecen de lo básico o que están siendo atacados por la gente que teme contagiarse y los ve como una amenaza, cuando son, justamente, nuestra única esperanza.

Son tiempos difíciles también para quienes han perdido a sus seres queridos, a sus amigos, a sus familiares.

¿Cómo recordaremos estos días?, ¿nuestras rutinas alguna vez volverán a ser las mismas?, ¿podremos salir a la calle despreocupadamente, como antes, como si nada? Según los expertos internacionales, hasta que no se encuentre una vacuna o una medicina eficaz, es muy probable que no. Al menos quienes no han adquirido inmunidad, que a estas alturas es la mayoría de la población o las personas en riesgo de enfermar severamente y fallecer, que se cuentan por millones en México. Por esto, resulta totalmente fantasioso, francamente delirante o muy irresponsable anunciar el fin de la epidemia. Ni para mayo, ni para junio, ni, probablemente, para este año a menos de que un milagro ocurra. Y es que el día de ayer anunció el Secretario de Educación Pública que se planea el regreso a clases generalizado el primero de junio. Obviamente, esto no luce posible, por lo menos en las ciudades densamente pobladas, con una alta tasa de contagio, como son la Ciudad de México y su zona conurbada, las ciudades fronterizas, entre otras que aún no han siquiera alcanzado el pico. Abrir las escuelas, cuando no se ha controlado la epidemia, podría causar un efecto contraproducente catastrófico: una agudización de grandes dimensiones.

Al menos, esto es lo que opina la OMS quien recientemente advirtió sobre los enormes riesgos de levantar la cuarentena anticipadamente. Y es que uno de los requisitos es tener el mayor número de pruebas de detección que puedan ser al mismo tiempo un termómetro lo más cercano posible a la realidad del número real de casos, pero también un instrumento de contención. México, como sabemos, renunció desde enero, en que las autoridades de salud diseñaron la estrategia, a realizarlas masivamente, optó por el modelo Centinela diseñado para influenza, así como a medidas de contención como cierre de fronteras, que hubieran creado un escenario muy distinto al que nos encontramos hoy. Tal vez no haga falta decir que las epidemias no se acaban por decreto, ni por promesas de funcionarios, ni por estimaciones de comités, ni por la voluntad de los presidentes o los intereses económicos.

Es deshonesto decirle a la gente que la epidemia “termina” en junio y que los niños regresarán a las escuelas, donde se generan importantes focos de contagio, incapaces de ser contenidos por la misma naturaleza del virus que tiene la particularidad de infectar a personas de manera asintomática, especialmente niños. Luce, pues, francamente delirante, por decir lo menos.

Sería mejor que el Gobierno comunicara a la gente, con honestidad, y sin falsas expectativas, la verdad para que, partiendo de la certeza, pueda construir nuevas formas de enfrentarse a la vida en los meses por venir.